sábado, 20 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LAS PLUMAS BIC NO SABEN FALLAR

Querida Mariana: ¡te lo perdiste! ¡Ah, si hubieses estado en la sesión del Centro Comiteco de Creación Literaria, del miércoles anterior, lo habrías disfrutado!
¿Para qué se usan las plumas? No hablo de las plumas del guajolote o de la gallina o del tucán. ¡No! Hablo de las sencillas plumas cuya vocación, se supone, es la escritura.
Si habláramos de las plumas de las aves tal vez diríamos que tienen una función especial a la hora del vuelo. Siempre que veo volar un chupamirto sé que sus alas están hechas de plumas. Las plumas son livianas. Si las plumas fueran de piedra el ave no volaría.
Si ponemos atención advertimos que la pluma del ave, como la propia naturaleza, es casi perfecta. Está sostenida al cuerpo a través de un canutillo casi imperceptible. Los hombres nos sostenemos en el universo mediante un canutillo, casi imperceptible, a veces lo llamamos ciencia, a veces lo llamamos Dios.
El tío Eugenio siempre recomienda ¡volar! “Alas necesitan, bola de mudos”, dice, mientras sigue lijando el pedazo de madera que será la pata de una silla.
Tal vez por esto la pluma con la que escribimos se llama así, porque es un elemento que nos ayuda a volar desde la plataforma de la hoja blanca. El escritor ¡siempre vuela! Las palabras son sus alas; las letras sus plumas.
¿Para que sirve la pluma?, pregunté esa tarde de miércoles. “Para escribir” fue la respuesta inmediata, pero luego comenzaron a aparecer los usos extravagantes. Pedro dijo que sirve para imán. ¿Como imán? Sí, dijo Pedro, y llevó la pluma a la cabeza, la frotó, la bajó a la mesa y atrajo papelitos. “¡Ayuda a pensar!”, dijo Alejandra, y tomó la pluma entre sus dedos índice y pulgar y le dio vueltas y vueltas como si fuese una veleta, mientras ponía cara de pensar algo importante. Todos reímos. La definición se acercaba un poco a la genialidad. Carlos (¡ah, Carlitos!) dijo que la pluma puede usarse como un elemento erótico y todos imaginamos lo que podemos hacer sobre la piel del amado o de la amada. ¿Mirás para cuántas cosas empleamos una simple pluma? Los hombres siempre andamos modificando las vocaciones de los chunches. Tal vez esta manía sea el principio del arte. Picasso iba a los tiraderos de París y levantaba los chunches más miserables, los llenos de óxido, y luego los convertía en objetos maravillosos que fueron a parar a museos. Un aro roto puede convertirse en un objeto deslumbrante, en algo nunca antes concebido. Un chunche de basurero, por la bendición del artista, termina en la sala de residencia “picuda”. ¡Pucha! Pero, también, el cambio de vocaciones produce desiertos. Las plumas Bic las usan algunos niños para destazar lagartijas.
Con una “Bic” sencilla un artista crea un dibujo sublime. Asimismo, otro artista puede crear una escultura con el uso de simples plumas. Las mujeres, a veces, toman una pluma y con ella (como si fuesen japonesas) detienen el chongo.
Algo que no advertimos a simple vista ocurre cada vez que cambiamos la vocación de un objeto. Algo que se acerca al misterio. Cuando una pluma, que está acostumbrada a escribir sobre hojas de cuaderno, la usamos como picahielo algo sucede en el Universo. ¿Nunca has visto cómo juegan algunos borrachos con las plumas? Colocan las manos izquierdas sobre la mesa, las colocan con las palmas contra el tablero; abren los dedos como si fuesen patas de gallo y, con las manos derechas, empuñando simples plumas, comienzan a picar en los espacios entre dedos. Lo hacen fuerte, como si desollaran cerdos, lo hacen cada vez más rápido, cada vez más, más, más, hasta que la inercia de la borrachera los hace equivocarse y en lugar de picar contra el tablero de metal, lo hacen contra alguno de sus dedos. La sangre aparece sobre el dedo machucado y la cara del hombre se convierte en una lámina acanalada. El amigo riega alcohol sobre el dedo lastimado y obliga a una de las mujeres que los acompañan a lamer la herida, como si fuera una perra. Algo pasa en el Universo en ese instante, porque las vocaciones de muchas personas y de muchos objetos se modifican. Este cambio altera el ritmo armonioso del mundo. No lo advertimos, pero así es. Estas líneas de fuego incendiarán la violencia en algún otro espacio. A veces no sabemos por qué en una calle de Madrid un grupo de personas comienza a quebrar vidrios de un negocio. Ellos mismos no reconocen su comportamiento. Tal vez se debe a que en una cantina de Comitán alguien, con una simple pluma, jugó el juego de picahielo sobre su mano izquierda. A veces no sabemos por qué una muchacha bonita, en Comitán, abandona su inocencia y se convierte en una lobita feroz. No sabe que en algún bar de Madrid, una mujer lame los dedos del cliente y, en lugar de ser una mujer, es una perra abyecta.
La vocación del hombre es vulnerar los destinos. Siempre estamos cambiando las vocaciones de los objetos y de las personas. En un principio, el automóvil sirvió para trasladarnos de un punto a otro; una tarde se convirtió en un “coche de carreras”. Una mañana, un simple avión se volvió un misil y tiró una torre en Nueva York. A veces, una simple pluma la empleamos para picar los ojos de un pajarillo hasta enceguecerlo.
¿Qué nos mueve a cambiar vocaciones, a deshacer las rutas del destino? ¡No lo sé! Existe una semilla en nosotros, una semilla que, como decía Nietzsche, “está inclinada al mal”. Los hombres nacemos con la vocación del nombre, así como cada objeto tiene su propio nombre. Pero existe algo que nos mueve a cambiar dicha vocación. Acá en Comitán somos dados a poner apodos a diestra y siniestra. En lugar del nombre llamamos al hombre por su apodo. Algo sucede en nuestro interior a la hora en que, por ejemplo, alguien, en lugar de decirme Alejandro me dice “Tutushac”. Si me dejo llevar a la oscuridad puedo perder mi identidad, mi Yo. Por esto, cuando alguien me dice un apodo lo traduzco de inmediato y lo convierto en algo así como un río de agua limpia. No puedo, no debo responder a un apodo, porque poseo un nombre, un nombre maravilloso. La confusión que tenemos como seres humanos se debe, en parte, a esa torcedura ingrata. Si algún día nos decidiéramos a cambiar el nombre del Universo, no dudés que la vida terminaría.
No nos damos cuenta que la vida tiene su propia vocación y no la modifica. El Sol, desde hace millones de años ha cumplido con su vocación sin torcer su destino. ¿Mirás que sucede con nuestro entorno? El hombre, empecinado en cambiar su vocación lo deteriora de manera inmisericorde. Ahí tenés lo que sucede en la Cuenca del Río Grande (que nunca fue grande). Ahora es un río que, en lugar de agua limpia, conduce agua de mierda. Los comitecos le cambiamos su vocación y con ello estamos también cambiando la vocación de nuestro espíritu y de nuestro futuro.
Bien podríamos preguntar: ¿para qué sirve el agua? Los niños nos responderían: para beber, para bañarnos, para jugar. ¿Puede un niño comiteco beber del agua del Río Grande, puede bañarse, puede jugar ahí? Le cambiamos su vocación de vida al agua y la convertimos en agua de muerte. ¡Qué poca!
¡Dios mío, antes lo hacía! Tomaba la tapa de la pluma “Bic” y la puntita la metía a mi oído y trataba de sacarme la cerilla. ¿Mirás qué estupidez? Una simple tapa la convertía en un elemento peligroso, peligrosísimo. Dejé de hacerlo cuando una amiga me platicó que, por andar cambiando vocaciones a los chunches, se había lastimado el tímpano y debió someterse a una cirugía para no perder el sentido del oído. ¡Dios mío!
He visto gente que necesita aflojar un tornillo, va a la cocina y toma un cuchillo y convierte a éste en un destornillador. ¡Mirás qué incongruencia! Lo que originalmente sirvió para cortar un pedazo de carne cocida, lo usamos para meterlo en la ranura del tornillo y ahí estamos forzándolo, dándole vuelta hasta que le torcemos la punta (y jamás logramos sacar el tornillo).
He visto en los colectivos a las muchachas bonitas sacar una cuchara, llevarla a sus ojos y darle vuelta sobre las pestañas. ¡Dios mío, de qué se trata! Lo que debiera servir para tomar yogurt sirve a las muchachas bonitas como enchinador (María jura que es el mejor chunche para dejar las pestañas “rechinando” de bonitas).
Es clásica la caricatura donde un niño coloca dos o tres libros chonchos sobre una silla para alcanzar la caja de cereal. La metáfora es bonita: “los libros sirven para alcanzar la cima”, pero, visto bien, es una bobera. El libro, objeto cultural de preeminencia, no debe usarse más que para lo que fue creado. Pero, ¡nos encanta cambiar vocaciones a la gente y a los chunches! ¡Por eso nos va como nos va!

Posdata: sí, mi niña bonita, tenés razón. El juego que jugamos siempre tiene la vocación del cambio. A cada chunche le cambiamos su vocación. Reconozco que, igual que medio mundo, nosotros también caemos en esa práctica. Nos encantan las torceduras. Basta decir que a cada rato le estamos cambiando su vocación a las manos, por ejemplo. Cuando vos ponés tu mano sobre mi rostro y decís que es un dinosaurio que busca hormigas para jugar, yo entiendo que tu mano adquiere otra personalidad y entra a otra dimensión; cuando vos decís que mis labios son una grúa y vos te convertís en el río dragado, el universo se convierte en la risa de Dios sobre el arco iris. ¡Jugamos y cambiamos la vocación del cielo y del puente! El puente no sólo nos sirve para llegar a la otra orilla, también es una hamaca, un pedazo de melón, una sonrisa sobre el vacío. Jugamos y quebramos una rama del tiempo; jugamos y convertimos al sueño en una posibilidad de vida. Así somos los seres humanos. Tal vez es nuestra nostalgia por convertir la muerte en vida y la vida en eternidad. Va pues, mi cariño eterno para vos, que sos como una pluma “Bic”, porque a la hora del cariño y de la fidelidad ¡no sabés fallar!
No lo olvidés: el próximo miércoles 24, la poeta Socorro Trejo Sirvent dará un Taller de Poesía, de cinco a seis y media de la tarde, en el Centro Comiteco de Creación Literaria (frente al Santuario del Niñito Fundador). La entrada es libre.