viernes, 12 de octubre de 2012
PARA LIMPIAR LA MADRUGADA
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como raya de carretera y mujeres que son como lente de cámara fotográfica.
La mujer lente de cámara capta todo a través del cristal. Es quien siempre está en la ventana, quien siempre ilumina la línea que está de menos o de más.
Un cristal su corazón, un cristal su modo de hablar y la forma como camina a mitad de la calle o en medio del desierto. Un cristal la mano que acaricia su luz de neón; un cristal su cabello que ronda por el muslo del amado.
Ella posee el antifaz de la noche y abre su diafragma del mismo modo que la madrugada se abre al aire, de la misma forma que la muchacha enamorada se abre al deseo.
Nada le es ajeno, todo forma parte de sus pixeles y de sus sudores en barrido. Nada le es distante, todo le es cercano. Cercana la gota del agua, la del sol; cercana la piedra que levanta el despreocupado; cercana la sonrisa que se emborracha en el antro.
Es la mujer que más vive la vida, la que más puentes construye, la que más ventanas abre en el cielo; es la mujer que más saxofón en tarde de lluvia, la que más bufanda alrededor del cuello, la que más pendientes en el trabajo del cielo.
Nada le es ajeno. Por esto siempre, como Dios, está en todas partes y en todo lugar, y así como Dios posee el brillo de lo eterno, así, la mujer lente de cámara, posee el ojo del pozo que nunca se seca.
Todo es sustancia vital para ella. Por ello posee la consistencia del hielo a mediodía, la tecla en Do que aprieta el músico a la hora del vino, el paso que se tiende, como hamaca, en el suelo.
Nada le es ajeno. Todo le es cercano. Como si la flecha en la carretera no indicara curva sino cadera, no tope sino ¡pausa! Pausa para descubrir el misterio del paraguas cada vez que se cierra. ¿Qué atrapa un paraguas abierto? ¿Qué pájaros de rascacielos buscan su pretil amado?
Nada le es ajeno. Por esto ella es como el cordel para el sueño, como la enredadera para el deseo. El corazón no lo tiene en el pecho, en su mirada está expuesta la aorta, ahí, como si fuese piedra en acto de levitación, la vida inflama la luz del adviento.
Todo le es cercano: el modo de caminar de los viejos, la forma de gatear de los dedos sobre una piel recién estrenada. Le es cercana la mirada que seduce al viento, la forma como los letreros se pegan al muro, los modos como un miserable mira hacia el cielo.
Si alguien la detiene a media calle, ella no se sorprende, porque sabe que sus amados la desean, como desea la cuerda al guitarrista, así como la piedra sueña debajo del suelo. Es mujer que atrapa el viento y la luz. La oscuridad no es su territorio. Por ello rehúye el lugar donde el cuello sólo es un pretexto para la cuerda.
La cuerda le sirve para hacer abalorios, para construir puentes que llegan al corazón del tiempo. Nunca se deshace porque no es polvorón; nunca se diluye porque no es sustancia que tenga que ver con la Nada. Ella es el Todo. A través de su alma construye nidos para sus prójimos más próximos. Porque prójimo, en su diccionario, no significa cercano. La palabra prójimo, para ella, significa la nube más cobarde, la más llorona. Por eso, cuando llueve, ella se coloca detrás del cristal, detrás de la lente y sueña con relojes que cuelgan de los árboles y de las grietas de los rostros de la abuela.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como cintas que envuelven regalos y mujeres que son como niños que vuelan en trapecios.