jueves, 11 de octubre de 2012


EL LETRERO

Desde la banqueta de enfrente vio la casa, triste, de color amarillo, con barandales de madera. En un extremo de la puerta ¡el letrero! Caminó diez o doce pasos y se escondió detrás de un árbol; sacó la cámara digital, sony, con objetivo de gran angular y barrido panorámico. El letrero decía: “Se venden Círculos del Infierno de Dante. Informes aquí mismo”. Clic.
Esperó que se pusiera el rojo y cruzó la calle. A esa hora de la tarde pasaban pocos carros y dos o tres personas iban con rumbo al café; una mujer, con paso como de bulevar, llevaba entre brazos a una perrita mini toy. Tocó. Esperó. Un hombre en bata abrió y preguntó qué deseaba. El fotógrafo dijo que le interesaría comprar el Círculo. El hombre lo vio de pies a cabeza, le puso un dedo sobre el pecho y preguntó: ¿Qué Círculo?
Lo invitó a pasar, le ofreció una mecedora y una taza de té. Prendió dos velas de un candelabro sobre la mesa de centro y dijo que si el fotógrafo hubiese llegado una hora antes habría podido comprar el Círculo de los Lujuriosos. Un señor que trabaja en la Universidad lo compró.
El vendedor contó que al principio quiso venderlos todos juntos, pero los interesados se apachurraron al conocer el precio total. Tuve una necesidad, por cuestiones de enfermedad, usted sabe, a esta edad nunca faltan los achaques, y decidí venderlos por separado. Ahora sólo tengo uno, no sé si le interesa, no sé si quiere verlo.
El fotógrafo, con la mano izquierda apaciguó su corazón y con la mano derecha acarició su cámara, por debajo del estuche de cuero.
Sí, dijo el fotógrafo. Venga, venga. El vendedor tomó una de las velas y caminó. El fotógrafo lo siguió, mientras caminaba abrió el cierre del estuche y sacó la cámara y la colgó en su cuello. Mientras bajaban por los escalones de piedra, la oscuridad los iba cubriendo como si fuese un caparazón. La humedad se hacía evidente en los muros que escurrían agua. El eco de los pasos resonaba como un tambor destemplado. Tenga cuidado con el último escalón, dijo el vendedor, no lo pise. Muchos se han caído en el foso. ¿Cuál foso?, preguntó el fotógrafo. Ese escalón -dijo el vendedor, volviéndose y alumbrando el rostro del fotógrafo-, no sé por qué, acciona un mecanismo que abre la tierra, la abre como si fuese una grieta de temblor. Pasado un rato la grieta se cierra así como se cierran las heridas al contacto de la miel. Venga, venga, pase por acá, dijo, y le tendió la mano. Shhh, el vendedor se llevó un dedo a los labios. El fotógrafo, presintiendo un suceso impactante, prendió la cámara. Shhh, insistió el vendedor. Metió la llave y abrió el candado. La puerta de fierro, de manera automática, se abrió. El fotógrafo se llevó las manos a los oídos. Los gritos eran ensordecedores. El vendedor señaló al fondo y dijo, con voz normal: este Círculo es el Círculo del Limbo. ¿Usted fue bautizado? Pero el fotógrafo no escuchaba más que los gritos de los niños que levantaban su manita como pidiendo auxilio. Sus rostros estaban húmedos, llenos de lama, agrietados, translúcidos. Mantenían su boca abierta, en un grito eterno. ¡Venga, venga!, dijo el vendedor y le agarró la mano, pero el fotógrafo retiró la mano, en un movimiento de látigo y corrió, trastabilló, en medio de la oscuridad. Lo último que escuchó fue el grito del vendedor: “Tenga cuidado con el último escalón”.