viernes, 25 de julio de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA CON “SERVICE ROOM”




Porque no sólo de pan vive el hombre. Aunque algunos ilusos y románticos (jodones y asquerosos capitalistas) insisten en que el aplauso es el alimento del artista, éste necesita (igual que cualquier mortal) hacer sus tres comidas al día.
Cuentan que un día, un artista callejero, con su aparato musical al hombro (sin albur) caminaba por las calles de Comitán. El día era espléndido. Todo era cotidiano: la gente corría por llegar al trabajo, los automovilistas esquivaban baches, los peatones tenían cuidado de no resbalar con las lajas, de las veterinarias salía un olor de perro. Por encima de todo esto, un cielo azul se ufanaba en mostrar su mejor cara.
El artista caminaba cuando se topó con letreros sobre la pared. Uno anunciaba zona de “café y botanas” y el otro anunciaba “video juegos”. Como el artista andaba de pata de chucho desde muy temprano le dio hambre. Hizo caso al ciento por ciento de lo que decía el primer letrero. A la mujer que cargaba bolsas con empanadas le pidió una orden. El artista (callejero, después de todo) colocó la silla plegable sobre la calle, hizo lo mismo con el instrumento, se amarró la servilleta al cuello, levantó la mano y demandó el servicio. Las mujeres, con premura, abrieron la bolsa, sacaron un plato desechable (usted dispensará, patroncito, pero no tenemos más que platos de unicel) y le sirvieron una orden de empanadas, con hartos picles por encima. El artista (callejero, pero no tan chucho) se sentó al lado de la banqueta, para permitir (muchas gracias, qué amable) que los autos pasaran, a fin de que los automovilistas no lo confundieran con esos integrantes de Organizaciones que por cualquier paja hacen bloqueos. El artista comió, porque ya se dijo, los artistas no viven del aire, aun cuando el aire de Comitán vivifica. Pagó a las dos mujeres que se protegían del sol con unas cachuchas (el artista hubiese querido que la comida fuera de gorra, pero tuvo que pagar. Y es que el artista está acostumbrado a que los demás le pidan audiciones de “gorra”. ¡Qué poca!).
Cuando todo mundo pensó que el hombre ya se había saciado, que guardaría su silla, que cargaría su instrumento y caminaría (como medio mundo) por la banqueta, el artista hizo un movimiento inusual, sublime. Como ya estaba tan cómodo, casi casi a mitad de la calle, abrió el estuche, sacó el instrumento (me refiero al musical) y comenzó a tocar. Ahí, a mitad de la calle. Las mujeres lo escucharon con atención. Los automovilistas se paraban tantito, lo veían y luego seguían su camino. El artista sacó el sombrero y, mientras con una mano tocaba, con la otra pedía una cooperación. Un automovilista se detuvo, escuchó con atención (no más de diez segundos, porque la fila de automovilistas le reclamó, con bocinazos, el avance), extendió el brazo y depositó una moneda en el sombrero. Cuando el artista terminó, guardó el instrumento y cargó el estuche y la silla plegable de metal. Una de las mujeres, la de la gorra roja, abrió su monedero y le dio una moneda. Lo dicho, no sólo de pan vive el hombre.