miércoles, 30 de julio de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL SOL ES LA VIDA




Un lugar común dice que la fotografía congela instantes. Si un niño juega en el parque central, el fotógrafo detiene la carrera del niño y la inercia de la pelota. Un segundo después de la toma el niño se cae a mitad de la plaza y la pelota rueda y queda debajo de un carro. Esta es la magia de la fotografía: detener instantes y preservarlos.
En esta fotografía ¡todo está detenido! En el extremo inferior izquierdo se alcanza a ver un hombre, con una playera a rayas, que mira hacia su izquierda. ¿Qué ve en ese instante? Si ahora mismo le preguntáramos tal vez no sabría responder, tal vez su memoria no congeló el instante. En primer plano se aprecia una fuente de piedra, un reflector que no genera luz y un tubo que no suelta agua. En el fondo, en la pared amarilla hay un nicho que nada conserva y una bandada de sombras que no vuela, están detenidas en su vuelo.
Todo pareciera congelado. Sin embargo, las franjas de luz nos dicen que ¡hay vida! Si el sol no estuviese presente todo estaría muerto. Se sabe que el Sol es el único elemento de nuestro sistema solar que no puede congelarse. Ni siquiera la fotografía del más avezado científico de la NASA puede congelar al que se llama Astro Rey (¡por algo será!).
Aun cuando es una obviedad, debo decir que la luz es la diferencia en esta fotografía. Gracias a la luz podemos imaginar el segundo después en que se congeló esta fotografía. Un segundo después, el empleado del Ayuntamiento prendió el reflector, porque al rato la luz de la tarde se escondería; el mismo empleado llegó hasta un registro colocado en el piso, lo levantó y echó a andar la bomba que accionó el mecanismo para que el agua fluyera de manera singular. El tubo comenzó a vomitar cantidades generosas de agua limpia y la fuente ¡tomó vida! El hombre de la camiseta a rayas volvió la mirada y vio el agua de la fuente y respiró hondo, como si ese chorro le recordara alguna catarata del Iguazú o un simple verso de aquella famosa canción del chorrito que se hacía grandote y se hacía chiquito. Este recuerdo, también pudo impulsarlo hasta el recuerdo de una tarde en que, de la mano de su abuela, estuvo en un acto cívico escolar y vio un grupo de niños, vestidos con bombín y traje oscuro, bailar la canción. Y cuando todo tomó vida, el aire de Comitán voló y con este vuelo también volaron esas sombras que no son más que sombras de cientos de papelitos colocados frente al atrio para significar día de fiesta. Y al vuelo de estas sombras que no lograron alcanzar el vuelo porque estaban detenidas en lazos, también voló el sonido del papel abrazado por el viento. Como un coro de mil ronrones estos papeles aletearon en el aire de Comitán. ¡Todo tomó vida! Y todo fue gracias a que el Sol iluminaba la plaza esa tarde, la iluminaba de manera pródiga, como siempre lo hace, incluso en los días más nublados.
Mariana dijo que sólo faltaba que en el nicho apareciera un monje. Entonces enfocamos nuestra vista hacia ese hueco y esperamos el momento en que alguna sombra de las banderitas de plástico tomara forma de un rostro o de una mano o de un corazón. Después de todo, un instante después que un cuerpo regresa de la hibernación, es posible que el milagro de la vida aparezca de nuevo.