viernes, 11 de julio de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL DIÁLOGO ESTÁ A TODO LO QUE DA




Es una fotografía de estos tiempos. Es una fotografía tan obvia que querer dar una interpretación es como meter un estropajo en el hielo.
Es un escenario donde está una mesa de honor, una ponente, butacas del segundo piso de un teatro, butacas y muchachas bonitas que son público. En el escenario ocurre una disertación, los integrantes de la mesa de honor ponen atención a lo que la ponente explica, al lado de maceteros llenos de flores. A mitad de la mesa de honor cuelga un tejido hecho con telar de cintura. Las flores de los maceteros tratan de competir en belleza con los diseños bordados. Difícil igualar a estos últimos. ¿Qué sucede entre el público? ¿Cuál es la reacción ante lo que la ponente dice? ¡Nada! Nada porque ellas, las muchachas, como decía mi tío Arsenio, están pero no están.
La ponente habla para los integrantes de la mesa de honor, pero también, sobre todo, para el público. Si no fuese así, hubiese sido más sencillo y más práctico reunirse en un café y dialogar. Pero ¡no! Decidieron hacerlo en un espacio más abierto a fin de que el público se enterara del contenido de la charla.
¿De qué hablaba la ponente? De nada. Ésta sería la respuesta si les preguntáramos a las muchachas bonitas que están ajenas a lo que sucede en el escenario. Ellas están embebidas en lo que sucede en las pequeñas pantallas de sus celulares.
Es tan obvia la lectura de esta fotografía que es ocioso insistir. Las muchachas de estos tiempos se desconectan de la realidad real, de la realidad inmediata. No sucede lo que sucede en el escenario, lo único que sucede es lo que está en el plano virtual de la pantalla. El colmo es que las muchachas toman fotografías del acto (tal vez una selfie) y la suben al Facebook de inmediato, un poco como para significar que estuvieron ahí. La gente ahora acude a museos y se toma la foto al lado de la Gioconda. Ya no va a ver la Gioconda, va a tomarse la foto junto a la Gioconda. Todo se ha vuelto un mero registro fotográfico. La gente acude a la playa y toma la fotografía del atardecer, ya no se sienta sobre la arena y deja que su corazón se empape con el atardecer. Ahora todo queda registrado en la bitácora de la computadora y no en la bitácora del espíritu. Hemos perdido contacto con la realidad inmediata y nos gana la inmediatez de las redes sociales.
No hubo algo que sucediera en el escenario y llamara su atención. Ni siquiera comentaron entre ellas algo que sucediera en la realidad real o en la virtual, cada una estaba inmersa en su propio mundo. Cada una de ellas sostenía (sin duda) diálogos intensos con los amigos virtuales, con las parejas virtuales.
Hoy, todo mundo se sorprende ante la fotografía de una flor en la pantalla. Nos hemos olvidado de apreciar la flor en el jardín de la casa. Hoy, todo mundo platica con medio mundo a través de las redes sociales. Nos hemos olvidado de platicar con la abuela, en el patio de la casa.
En esta fotografía aparecen dos mundos. Uno es el que sucede en el escenario y que fue dispuesto para que el otro mundo, el de la butaca, se enterara. Se trataba de compartir, pero un muro invisible impidió el acercamiento del uno con el otro. Siempre existió una brecha generacional que impidió el acercamiento pleno de los viejos con los jóvenes; en la actualidad, la brecha en insostenible. Los viejos no saben qué hacer con pantallas, qué hacer con esos inmensos mares cuando no se sabe nadar y no hay barca que alcance el viaje.