sábado, 16 de agosto de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA PALABRA ES CHENTA




Querida Mariana: el lenguaje es uno de los rasgos culturales más importantes de los pueblos. Cada pueblo tiene su particular modo de hablar (acá en Comitán le agregamos un “cantadito” maravilloso). Cuando fui estudiante de la secundaria alguien me dijo que el tojolabal era un dialecto y lo creí. Ya en la universidad aprendí que el tojolabal es ¡una lengua!, igual que el español es una lengua y lengua el inglés y el francés y el alemán y muchas más. Dialecto es lo que hablamos en Comitán, el habla comiteca es una variedad dialectal del español. Así, entonces, en el país tenemos mil y un dialectos, porque cada pueblo tiene su modo de hablar el español.
Ayer se presentó el libro “Arcaísmos, regionalismos y modismos de Comitán, Chiapas”, de Oscar Bonifaz. Como su título lo indica el libro recoge muchas palabras que usamos en el pueblo. La importancia del libro es obvia: preserva el significado de palabras que corren el peligro de perderse por falta de uso. Es una pena, pero ahora existen muchas palabras que han desaparecido del habla cotidiana. Ahora, adoptamos modismos que nos llegan del centro del país. Estas palabras (que bien pudieran llamarse palabrejas) no tienen relación directa con nuestro modo de ser. Son un poco como si comprásemos chunches chinos, chunches plásticos, de calidad dudosa. Antes, cuando veíamos algo que valía la pena decíamos que estaba “mero lek”, ahora, los chavos dicen que está “chido”. Hace algún tiempo, una alumna me dijo que yo “no agarraba el patín”; es decir, que no “entraba en onda”. Chido y onda son vocablos importados.
Se sabe que el lenguaje es un ente vivo. Todos los días está sujeto a transformaciones. No podemos permanecer con cortinas cerradas ante el viento nuevo. Nuestro lenguaje se modifica y se enriquece todos los días, pero no podemos cambiar nuestros tesoros por espejitos. Hace apenas unos años nadie hablaba del “whatsapp”, ahora todo mundo manda “guatss”. El otro día oí que una señora le decía a otra: “¿Y vos, tenés güatz?”, y la señora, mera comiteca, le dijo: “Ay, dichosa de vos, ya ni güet tengo”. (El güet era un ave que antes proliferaba en las casas comitecas). ¿Ya te conté la anécdota que me platicó Juan Carlos? ¿No? Juan Carlos vivía frente al parque central. Al frente de la casa su mamá tenía un restaurante, y en el fondo las habitaciones donde vivían. Una noche, Juan Carlos quedó solo en la casa, sus hermanos y papás habían salido. Él entró a su cuarto, se puso el pijama y se acostó. Ya le estaba agarrando el sueño cuando oyó que algo rascaba detrás de la puerta. Se sentó sobre la cama y comenzó a sudar, el sudor frío que da cuando hay miedo. El silencio era como una nube pesada. Volvió a oír pequeños golpeteos sobre la puerta de madera. Juan Carlos sintió que un viento helado lo abrazaba. Estaba a punto del grito o del llanto cuando se acordó de lo que su abuelo siempre le había recomendado: él siempre debía vencer al miedo, siempre existía una explicación para todo fenómeno raro. Así que, haciendo caso a la voz del abuelo, se levantó, caminó de puntillas sobre los planchones de madera, en medio de la penumbra del cuarto y abrió la puerta, la abrió con lentitud, sonrió: era el güet del sitio que había entrado a la casa y con su pico había “tocado” la puerta. Si abrimos el libro de Bonifaz hallamos que lo que en Comitán se llama güet en otras regiones de Chiapas le llaman alcaraván.
En Comitán tenemos la manía de llamar “manía” al cacahuate. De ahí que un postre muy rico, hecho con cacahuate y panela, lo llamamos “tableta de manía”. ¿Mirás la riqueza de los modismos?
Mi recordado primo, José Luis González Córdova, que ya descansa en paz, hizo un libro que llamó “Glosario”. Dicho libro va en el mismo sentido del libro de Bonifaz: preserva voces que recibimos de los antiguos y que forman parte de nuestra herencia cultural.
El mismo Bonifaz cuenta que ahora los jóvenes, para todo, comienzan una conversación diciendo: “Lo que pasa es que…” Un grupo de estudiantes tocó en la puerta de su casa, él abrió, dio los buenos días y preguntó qué deseaban, uno de ellos dijo: “Buenos días, maestro, lo que pasa es que la maestra de español nos dejó como tarea venir a entrevistarlo” y otra agregó: “Lo que pasa es que si no hacemos este trabajo nos reprobará”; un tercer alumno intervino: “Lo que pasa es que debemos entrevistar a un escritor”, y luego la cuarta alumna remató: “Lo que pasa es que mi tía nos dijo que usted sos’té escritor”. Óscar Bonifaz cuenta que les respondió así: “Lo que pasa es que no tengo tiempo, pero pasen, pasen, los atenderé” (se entiende que lo dijo con una gran ironía, para ver si entendían la lección).
Todo mundo reconoce que el libro de Bonifaz es un aporte esencial para nuestra cultura. Si no hubiese personas como él, con oído atento, con puntual compromiso de rescate cultural, mucho de lo nuestro se perdería y, lo hemos comentado muchas veces, los pueblos se mantienen gracias a esas diferencias, diferencias dialectales en este caso.
El otro día te escribí algo acerca del flato. Bonifaz dice que un flatuliento es alguien que padece flato, melancolía. Y dije que es muy difícil hallar la cura del flato. Pues resulta que, no sé cómo, el señor equis se enteró de lo que escribí y una de estas tardes que estaba en el parque, él pasó en su auto, al verme se estacionó como si fuese un policía y yo un delincuente, corrió hasta donde estaba y me dijo: “Toda la semana estuve pensando en vos, mirá, acá te paso la fórmula para la cura del flato. Mirá cómo tengo el papel, todo arrugado, donde lo escribí”, y me dio una hoja de papel que parecía chicharrón. Ahí estaba escrita la fórmula para curar el flato. La transcribo, ya vos dirás si ves que puede ser efectiva:
Para el remedio del fla
Hay una cosa segu
Meterse el dedo en el cu
Y olerlo a cada ra
Cuando lo leí solté la carcajada. No pude evitarlo. No creo que sea un remedio muy efectivo, pero cuando menos sucede lo mismo con aquellos que tienen gripa y les recomiendan tomar tequila con limón y agregan: “si no cura, cuando menos hace que te olvidés”. En fin. Yo prefiero no enflatarme y si me da el mal de la nostalgia subo a mi carro, voy a Los Lagos, me boto debajo de un pino y miro el azul del cielo y oigo cómo los dedos del viento tocan la juncia.
Nuestros más preclaros hombres y mujeres de Comitán han escrito en comiteco, así como los más grandes escritores de Argentina han usado el voseo. Armando Alfonzo Alfonzo escribió bombas que tienen un aroma comiteco inconfundible:
Adiós pue mi cositía
Qué chulos ojos tenés
Tengo una gran armonía
Por saber si me querés.
Bonito, ¿verdad? La palabra cositía no tiene problema, todo mundo sabe que se refiere al oriundo de Comitán y en este caso está aplicado con afecto a una muchacha bonita. La palabra armonía si es más compleja, porque si la buscamos en un diccionario de la lengua española hallamos que significa: “conveniente proporción y correspondencia de unas cosas con otras”, por esto la usamos en términos musicales, pictóricos e incluso espirituales. Pero, en nuestro pueblo, la usamos de manera diferente, la usamos como sinónimo de inquietud: “¿qué te dijo tu novio, tengo una gran armonía por saber?”. Pucha, qué maravilla, lo usamos casi casi en sentido opuesto. Cuando en cualquier otra parte del mundo alguien está en estado pleno de armonía está equilibrado, acá ¡no!, si alguien tiene armonía está a punto del estrés. ¡Qué maravilla! Estas diferencias hacen único a nuestro pueblo. Esta unicidad hace que seamos un pueblo mágico. A ello se debe la importancia de conservar esas pequeñas joyas que son como turuletes para el corazón.
Antes de conocerte a vos tenía un afecto con quien jugaba el juego de las palabras. Ella (muchacha bonita, demasiado bonita, perseguida por muchos muchachos) disfrutaba con el juego de palabras comitecas. A veces llegaba a mi oficina y ponía una tarjeta sobre el escritorio, mientras se sentaba y se quitaba el suéter. A mí me encantaba ese ritual donde levantaba los brazos y, con lentitud, se quedaba con una playera bien ceñida a su cuerpo. En la tarjeta, siempre, aparecía una palabra comiteca que había copiado del libro del maestro Oscar. Yo leía “desguachipado” y trataba de definirla: “se aplica cuando alguien está mal vestido” y daba un ejemplo: “Mirá ese totoreco, anda todo desguachipado, como que durmió con la ropa puesta”. Y ella, muchacha bella, le daba la torcedura a la palabra y jugábamos. Decía, por ejemplo, “mi amor es un amor desguachipado”. ¿Por qué?, preguntaba yo, y ella decía: “Porque ya me quedó demasiada grande la playera”. “¿Tiene remedio?”. “Cambiar la playera o quitármela por completo”. “¿Qué pasa si quedás desnuda?”. “Me siento libre y pienso que no necesito playeras. Me siento ola acariciando la playa”. “¿Entonces?”. “Decido cambiar mi amor desguachipado por un amor chinculguaj”. “¿Cómo es el amor chinculguaj?”, preguntaba yo, y ella, sonriendo, decía: “Un amor chiquito, lleno de maíz y de frijol, culantro y chile”. “¿Qué tanto de frijol y de maíz?”. “Poco, muy poco, más culantro y más chile”. Y ella lo decía en voz baja, lo decía mientras se pasaba la mano por detrás del cuello y cerraba los ojos. Jugábamos con palabras comitecas. ¡La pasábamos bien!
El libro de Bonifaz lleva ya varias ediciones. El libro estaba agotado. Ahora, por fortuna, la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas volvió a editarlo. Es bueno tener este libro entre las manos, es como un pumpo donde, guardadas con una manta bordada para que no se enfríen, conservamos palabras muy nuestras. ¿Vos sabés que es chucub? El libro de Bonifaz dice que es la “varita de madera que sirve para agitar bebidas y para mover los alimentos que están en el fuego”. ¿Mirás cuántas posibilidades para jugar? Los amantes pueden usar un chucub para agitar su pasión y para mover la piel que está a punto en el fuego.

Posdata: en Comitán usamos palabras que son comunes en los demás pueblos del mundo. Nosotros tomamos esas palabras y les damos un giro que las convierte en únicas. Cuando todo mundo sabe que africano es un hombre oriundo del continente negro, nosotros sabemos que africano es el nombre de un dulce. Por esto, cuando alguna muchacha bonita dice que “se echará un africano”, la mamá se queda tranquila, porque no imagina que (¡golosa, impúdica!) su hija haga travesuras con uno de esos negros que Dios libre.
Acapulco es una de las zonas turísticas más visitadas del país. En Comitán, la mayoría de veces, nos referimos a “cierta clase de machete”. Así que ya podés imaginar la confusión cuando un fuereño lee en el periódico que “fulano de tal fue muerto con un Acapulco”.
¿Qué cara pone la muchacha de fuera a quien el novio la invita a sentarse para comer una “tortilla con asiento”?
¿Qué piensa un español cuando cuenta una anécdota graciosa y su novia comiteca le dice: “Ah, qué caballo sos, qué bueno estuvo eso”? En Comitán no es un insulto ser un caballo o un burro, hay ocasiones en que es el más alto honor a que puede aspirar alguien. Ser un caballo o un burro puede ser el don para contar algo con gracia inigualable.
El chulul es una fruta riquísima. El libro de Bonifaz explica que es un injerto de mamey y zapote borracho. Antes, existían muchos árboles de chulul en la ciudad. Ahora hay pocos. Para que el chulul no desaparezca hay comitecos que cuidan y protegen los que aún perviven. Así, con cariño, debemos cuidar nuestro árbol lleno de palabras dulces y frescas. Nuestra palabra es como un chinchibul hermoso.