jueves, 28 de agosto de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE NO SE SABE EL LÍMITE ENTRE EL CIELO Y EL CIELO





Se derrama, el cielo se derrama; se derrama sobre los árboles y sobre los tejados. El cielo juega, juega a que es azul, a que tiene nubes y éstas juegan a que son papalotes, a que son niños y se esconden detrás de los pilares de madera.
Se derrama, se derrama el verde en medio de los tejados. Los árboles juegan a que son loros, que son loros enjaulados y sólo sueñan con el vuelo. Juegan, los árboles, a que algún día serán azules en lugar de verdes, juegan a las escondidas y se ocultan detrás de los muros encalados, que son amarillos, que son rojos, que son blancos; blancos como la esperanza que, igual que los cielos e igual que los árboles, también se derrama, se desparrama sobre la tarde.
Se derrama, se derrama la bendición del aire, del aire desparramado, sobre la tarde. Se derrama el oro del trigo que ilumina el cielo, el árbol y el techo lleno de tejas desparramadas.
Ah, el café de las tejas. Ah, la teja café que es la huella del gato a mitad de la noche. Ah, el paso, el paso del aire, de la nube, del vuelo.
Se derrama la vida, a mitad de la tarde. Desde lejos se ve cómo la vida se enreda en la mitad del aire, en la grieta del suelo.
Se derrama el sol, lo hace de manera discreta, como si caminase en puntillas. El sol camina por la calle, por el patio de la casa, en la fronda del árbol, casa del zanate. El sol vuela, vuela imperceptible por el aire, por el aire de esta tarde sosegada.
Se derrama el sueño. Se derrama de rama en rama, de vida en vida. Se derrama, rama en el árbol, rama en el vuelo.