domingo, 24 de agosto de 2014
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE APARECE UNA MOSCATA
No. No está equivocado el título. Alguien dijo que debí escribir mascota y no moscata. Acá está un chucho sobre la plancha de cemento, una plancha agrietada. En el segundo plano una banca de metal, tal vez construida en los propios talleres del Cbtis 108. Al fondo piernas de árboles. Como estos árboles tienen várices usan medias blancas, especiales.
Los árboles varicosos no son novedad. Este tipo de árboles son frecuentes en los bosques de los Lagos de Montebello. Lo novedoso de esta fotografía es el perro, perro que toda la comunidad del Cbtis 108 conoce como “Solovino”. (Se nota que quien le puso el nombre no tuvo que exprimirse el cerebro, como si éste fuese una naranja de Socoltenango.)
Como su nombre lo indica el chucho jaspeado llegó solo. Una tarde, el chucho andaba por el bulevar y vio un edificio lleno de muchachos que jugaban y reían. Recordó sus primeros meses cuando, con sus hermanos chuchos, jugaba rondas en el patio de la casa donde vivían, hasta que su amo los envió a la calle con todo y pulgas. Recordó que le dio mucha tristeza ver cómo su familia se desintegraba. Uno de sus hermanos fue atrapado por un hombre que llevaba una cuerda y el otro fue atrapado en un santiamén por personal de la perrera. Como el lector intuyó los dos hermanos pasaron a mejor vida: el segundo fue sacrificado y el otro, una vez que el chucho “Solovino” pasó por una taquería de esas que ponen en las esquinas reconoció un olor, ¡era su hermano que terminó convertido en carnitas!
Sólo nuestro amigo sobrevivió. Caminó por muchas sendas hasta que halló ese patio lleno de luz. Entró, con timidez entró. Adentro dos muchachos quisieron patearlo, pero un grupo de muchachas lo defendieron. “Pobrecito”, dijeron y fueron a la cafetería y le compraron un par de tacos (por fortuna no eran con carne de chucho, porque se sabe que chucho no come chucho). El perro, que aún no tenía nombre, movió la cola y aceptó los tacos. Tomó el bulto de papel de estraza y se echó al lado de uno de esos árboles de piernas varicosas y disfrutó los tacos. Supo que ahí podía sentirse en un hogar. A la hora de salida vio al grupo de muchachos con mochilas, con risas, les movió la cola y varios, muchos muchachos, lo saludaron, le dijeron adiós, le dijeron hasta mañana. El chucho supo que él era, a partir de ese instante, el vigía. La mañana siguiente, muy temprano, salió del hueco donde pasó la noche, hueco cerca de los talleres de mecánica, y esperó a los muchachos que ya casi casi como si fuera de la familia lo saludaron. A la hora del recreo las muchachas le llevaron dos tacos y un muchacho también le lanzó unas galletas. El chucho movió la cola. Casi casi se sintió parte de la comunidad estudiantil, sólo le faltaba el uniforme gris con azul.
Un día, algún extraño llegó a la escuela, vio al perro y preguntó al conserje qué hacía, y un maestro (o una secretaria) dijo que era la mascota. El visitante, mientras daba su credencial en el módulo de vigilancia, preguntó cómo se llamaba el perro y alguien (nunca se supo quién) dijo que se llamaba “Solovino” y agregó que así le pusieron “porque solo vino”. El visitante caminó un tanto distante de donde estaba el perro. Mientras caminaba con rumbo a la dirección pensó que el nombre no era muy original. Pensó que el nombre hubiese sido original si hubieran jugado con las letras. ¿Por qué no lo llamaron “Nosolovi”? Rio. Rio porque entonces pensó que en lugar de decir que era mascota del Cbtis debían decir que era la moscata, atamosca.
Durante mucho tiempo, el “Solovino” fue el fiel vigía del Cbtis. Cuentan que si algún empleado llegaba en día sábado, la mascota sabía que la jornada de trabajo era de lunes a viernes, por lo que le gruñía y no dejaba entrarlo hasta que el vigilante (persona) llegaba y le decía que se echara. “Solovino” atendía la orden y se echaba, cuando el empleado entraba entonces él movía la cola y volvía a ser el chucho amistoso de siempre.
Pero, cuentan que en los últimos tiempos, “Sólovino” se volvió muy ladrador y alguien dijo que no fuera a ser la de malas y un día mordiera a alguien. La pobre mascota se volvió un problema a resolver casi tan urgente como hallar la incógnita x en la materia del maestro de matemáticas. Hubo una reunión para determinar el futuro del perro. ¿Lo echarían a la calle de nuevo? ¿Volvería a vivir la zozobra de ser un perro de la calle? ¿Dejarían que corriera el riesgo de acabar en una jaula de la perrera o en la panza de algún degustador de tacos callejeros? Una de las afanadoras dijo que no, que no permitiría que “Solovino” volviera a ser de la calle, solicitó permiso para llevarlo a su casa y ahí atenderlo. Todos estuvieran de acuerdo. Así, esta maravillosa mascota del Cbtis cambió su nombre, porque en su nueva casa ya no llegó solo. Ahora se llama luz, se llama esperanza. El espacio de su nueva casa parece ya estar sin grietas.