sábado, 9 de agosto de 2014
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DE UNA GENERACIÓN LUMINOSA DE BACHILLERES
Querida Mariana: estudié la preparatoria en el edificio donde ahora está la Casa de la Cultura. Ahí funcionaban la escuela secundaria y la escuela preparatoria. Ya podés imaginar la alegría del centro de Comitán con tanto estudiante que salía y entraba en ese edificio que (como dice Gladys Bonifaz) está bañado en piedra, bañado en luz.
El sábado 2 de agosto nos reunimos los compañeros de esa generación. ¿Sabés cuántos años cumplimos de haber egresado de la prepa? ¡Cuarenta! ¿Podés imaginar el titipuchal de años que eso significa? Basta con que imaginés tus veintiún años y le agregués diecinueve. Pero esta cuenta no es suficiente. Te pido que a ese total de cuarenta le agregués los años que teníamos entonces. Cuando terminamos el bachillerato, algunos (pocos) tenían diecisiete, la mayoría dieciocho, pero había algunos más que oscilaban entre los diecinueve y veintidós años. Estoy hablando de que todos los que nos reunimos el sábado tenemos más de cincuenta y siete años de edad. ¡Toda una vida! Toda una vida que nos alcanza para reunirnos a celebrar la vida.
Vos sabés que en los salones de clase se hacen grupos. Uno nunca puede explicar por qué brinca la afinidad y en qué consiste, pero sucede que avanzado el curso ya fulano de tal se “junta” con sutano y perengana. Todo el día están como nuégados. Son inseparables. Pero, por encima de esas células existe la certeza de un Todo que se llama Grupo de clase. A pesar de que estudiamos áreas específicas tuvimos asignaturas comunes. Ahí nos reuníamos toda la banda. Cuando teníamos clases comunes, el salón se cuajaba y si alguien (nunca falta) decía algo chispeante lo celebrábamos con gran entusiasmo. Podés imaginar que los salones eran húmedos y sin la luz suficiente. El laboratorio de química era un cuarto con un graderío de madera (“el gallinero”, lo llamábamos). Los chunches más modernos para hacer una exposición eran un proyector de filminas y un retroproyector. Éste último era una maravilla, se colocaba una hoja de libro y la proyectaba sobre la pared o se usaba un acetato donde podía dibujarse. No soñábamos en que alguna mañana, como sucede ahora, usarían “cañones” para proyectar, sobre pantallas, presentaciones en “power point” o en “prezi”.
Cuando concluimos el bachillerato nos tomamos la fotografía del recuerdo. La mañana en que llegó el fotógrafo, presentábamos examen de literatura, con el maestro Óscar Bonifaz. Dejamos el examen sobre las “paletas” de las sillas, salimos y posamos en las gradas principales. Todo fue casual, sin poses, eran otros tiempos. No nos vestimos con toga y birrete, bastó poner nuestras hormas frente a la cámara para inmortalizar ese instante. Algunos fueron sorprendidos checando el libro, aprovechando el momento para copiar. Eran los años setenta, los años en que vestíamos pantalones acampanados, camisas floreadas y el cabello lo llevábamos larguísimo.
El sábado pasado nos reunimos en un desayuno. No estuvimos todos. Es imposible. Pero sí estuvo la mayoría. Muchos se trasladaron de la ciudad de México, de Tuxtla o de otras ciudades donde actualmente radican. Viajaron sólo para estar en esa reunión donde volvimos a ser un grupo.
¿Por qué te cuento esto? ¿Por qué hablo de algo que sucedió hace cuarenta años? Lo hago porque quiero que sepás que ahora los estudiantes de la CESCO tienen instalaciones más adecuadas, lo mismo sucede con los estudiantes de la Escuela Preparatoria y ellos no saben que si tienen salones más iluminados y menos húmedos es porque muchos de mis compañeros lucharon por ello. El día del desayuno me senté al lado de Pepe Hernández y de Rafa Morales y ellos iluminaron mi magra memoria, me contaron cómo se hizo el movimiento de huelga donde exigieron la construcción de mejores instalaciones. Tuvo tal fuerza el movimiento que el propio Secretario de Educación de Chiapas se trasladó a Comitán en intento de dar solución al paro, pero, mis compañeros no cedieron tan fácil. En un acto inédito e irreflexivo retuvieron al Secretario (Lic. Javier Espinosa Mandujano, el mismo que el año pasado recibió el Premio Chiapas, en la rama del arte) y no lo soltaron hasta que firmó una minuta donde se comprometía a dar solución al pliego petitorio. Pero la cosa no quedó ahí. El Presidente de la República, Luis Echeverría, realizaba una visita a Chiapas en esos días. Una comisión se trasladó a Tuxtla y no cejó hasta que pudo hablar con el Presidente y obligar así a que Manuel Velasco Suárez, gobernador de Chiapas en ese momento, se comprometiera a cumplir las demandas. ¿Lo imaginás? Rafa me dijo que se trasladaron en una camioneta de Miguel Román (quien, junto con Lupita Gordillo, Ramiro Domínguez y Raúl Sánchez Crócker son los compañeros del grupo que ya fallecieron).
El día del desayuno, los organizadores del encuentro me concedieron el honor de que dijera una semblanza breve de esos tiempos. Después que Roberto González Alonso dio la bienvenida, me tocó leer un textillo que escribí a propósito. Te paso copia, mi niña bonita. Algunas partes no las entenderás a cabalidad. Se comprende, ¡está escrito para mis compañeros! No obstante, sé que advertirás la luz que nos cobijó en ese tiempo. Eran otros tiempos, eran otras lianas, otra manera de ver el mundo. Mis compañeros, a pesar de su juventud, ¡eran grandes!
Va pues, te paso copia de lo que esa mañana leí:
Buenos días: por ustedes, los chavos preparatorianos de hoy ¡tienen instalaciones modernas! ¡Tienen canchas, árboles, cafeterías y alboroto de mil carros que pasan por el bulevar! ¿Ganaron? ¡Sí, ellos ganaron mucho! Pero, nunca lo sabrán, porque no tienen elementos de comparación como sí los tenemos nosotros, también perdieron. Perdieron lo que nosotros gozamos.
Nuestra escuela es una de las tres preparatorias en el mundo que tuvo un parque central como su patio de recreo. Nunca estuvimos como reclusos, jamás hubo una reja que nos impidiera salir. Nosotros entrábamos y salíamos como Pedro por la casa, incluso con más libertad porque la puerta siempre estuvo abierta y la puerta de nuestra casa permanece cerrada por aquello de los enagüitas y de los clientes de las casas de empeño. (Bueno, hubo un tiempo de excepción, un tiempo en que se cerró la puerta, fue el tiempo maravilloso de la huelga en que algunos de ustedes tapiaron la puerta por dentro con enormes lienzos de madera y el pobre Maestro Rey casi se infarta cuando metió la llave y no logró abrir. Recuerdo al pobre maestro empujando la puerta, pateándola, sorprendido por no poder entrar a su casa, nuestra casa. Sorprendido como la vez en que, cuenta la anécdota, estaba dándole un arrumaco a la sirvienta y la esposa entró al cuarto y, molesta y confundida, dijo: Reynaldo, “me sorprendes”. No, dijo nuestro maestro de ejercicios lexicológicos, dejando de abrazar a la susodicha, te equivocas, el sorprendido soy yo.)
Los preparatorianos de hoy nunca sabrán lo que significó jugar billar en “Nevelandia” o tomar un café en el “Intermezzo”. Nunca tuvimos un patio de juegos ni una cafetería adentro de la escuela. ¿Para qué si el centro de todo Comitán era nuestro? Tuvimos, incluso, un testigo de honor: la estatua de tío Belis. Tal vez por esto todos ustedes hoy vuelan libres como ancolines. Los aires de libertad que vivimos durante nuestra preparatoria nos injertaron un amor al viento y a la palabra sin cadenas. Un aliento que los llevó a algunos de ustedes a colgar la bandera rojinegra en el asta donde, por tradición histórica, ondeaba la enseña nacional. Ya Marcos Constantino no está para corroborar el instante en que Don Luis Bonifaz, enardecido, subió los escalones de nuestra escuela, sacó la pistola y demandó, en nombre de la patria, bajar, de inmediato, ese trapo negro y rojo, ese trapo propio de comunistas.
Los preparatorianos de hoy no sabrán que, en las mañanas o en las tardes, nos acodábamos o nos sentábamos en la baranda de piedra de los corredores externos para ver pasar los pocos carros que entonces circulaban por el frente; ahí platicábamos, fumábamos, dábamos el último repaso porque al rato teníamos examen de Psicología con el maestro Víctor Manuel Aranda. Más de uno de los muchachos se acodaba sabroso y pegaba su cuerpo a la baranda. Esto era así, porque enfrente pasaban todas las muchachas bonitas de este pueblo que iban al parque a tomar un helado o un refresco en “La Pantera Rosa”.
La mayoría de ustedes se comprometió con el movimiento de huelga e impulsó la construcción de los edificios de la prepa y de la secundaria. Pusieron contra la pared al abuelo del actual gobernador y el doctor Velasco tuvo que ceder. Nada pidieron para ustedes, se adelantaron al Subcomandante Marcos y pidieron todo para todos. La tendencia urbanística dictaba que se debía desfogar el centro de las ciudades y construir los espacios educativos en la periferia. Mucho tiempo antes, en la ciudad de México, el presidente Miguel Alemán, había impulsado la creación de Ciudad Universitaria para evitar el amontonamiento de escuelas y facultades en el centro histórico. Ustedes continuaron dicha tendencia, pero se quedaron cortos. Era tanta su fuerza que debieron expropiar toda la manzana, todo el Centro Histórico. El templo de Santo Domingo debieron convertirlo en un auditorio maravilloso, para que tocara la rondalla, para que Roberto González con su grupo de rock se reventara unas rolas setenteras. La casa parroquial debieron convertirla en espacios maravillosos para crear los talleres de música, de canto, de danza, de teatro y para los foros de discusión con el padre Joel y la maestra Angelita. En el espacio donde ahora están la biblioteca y el museo arqueológico debió ser un estadio con pista de tartán; y la cancha Pantaleón Domínguez debió ser nuestra también. Sé que Marirrós, ahora, está con el hígado ya a punto de encebollársele, porque advierte el caos que ello representaría, pero yo lo digo sólo como una gota de nostalgia, un poco para decir a los actuales preparatorianos que tienen muchas cosas novedosas, pero no tienen lo que tuvimos nosotros, no tienen el servicio a domicilio de los tacos de papa de don Mario, las nieves de la “Nevelandia”, los raspados de la esquina; no tienen la posibilidad de ir a hojear las revistas de “playboy” en la “Proveedora Cultural”; ni tienen la bendición de sentarse en una banca del parque, mirar el cielo y dejar que el azul infinito defina sus vocaciones y sus destinos.
No nos extraviamos gracias a que siempre estuvimos en el centro y no en la periferia. Fuimos privilegiados.
Me siento orgulloso de ser parte de esta generación. Los recuerdo con afecto a cada uno de ustedes (presentes) y también recuerdo a los ausentes y los miro con respeto. Hoy volvemos a ser grupo por un instante, pero al rato volveremos a nuestras individualidades. Miro sus trayectorias y siento por ustedes una profunda admiración. Los muchachos de hoy no saben lo que ustedes hicieron por ellos, pero yo sí estuve ahí y los miré y supe que estaban gestando algo grande. Cada uno de nosotros, desde su modesta o encumbrada trinchera, sigue aportando un grano de arena para hacer mejor este país. Fuimos la primera generación de tres años, llevamos cuarenta años consolidándonos como la generación del cambio, la que los provoca, la que los fortalece, la que dará un significado más preponderante a la historia del mundo. Esto somos. ¡Nadita!
¿Por qué el peor de todos tuvo el privilegio de compartir esta palabra? Sólo puedo entenderlo como una muestra más de la generosidad de sus corazones. Gracias por este hilo de luz. ¡Larga y plena vida a ustedes! ¡Larga vida a la generación 1971-1974 de nuestra preparatoria! ¡Salud!
Posdata: por ahora te paso copia de la fotografía que nos tomaron este sábado dos de agosto de dos mil catorce. Algún día compartiré la foto de 1974. La mañana del desayuno hicimos un ejercicio nostálgico y vimos hacia atrás y recordamos anécdotas y reímos. La vida estaba de nuestro lado, como siempre ha estado. Al final nos abrazamos y regresamos a nuestras individualidades. En el fondo sabemos que somos parte de un grupo, de una generación. Vi en las caras de todos que nos sentimos orgullosos por ello. La vida nos concedió el privilegio de unirnos en un salón de clases y no desperdiciamos esa oportunidad. Hoy seguimos unidos. Lo seguiremos estando siempre. A pesar de que esta generación fue la primera que se atrevió a separarse en dos grupos y hacer dos bailes de graduación, pero, como dijera nana Goya, ¡esta es otra historia! Algún día te la contaré.