domingo, 17 de agosto de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ EL CUELLO DE UNA JIRAFA





Sí, es una jirafa prehistórica. Al fondo se ve la tienda de un jeque árabe. La jirafa se asoma por encima de la tienda, le atrajo el sonido de unos panderos y la sombra de una bailarina que baila la danza del vientre. La jirafa viene de los inicios del tiempo, de cuando Dios dijo ¡hágase la luz!, de cuando llenó de animales al mundo; viene del Arca de Noé, por esto tiene, en su cuello manchas de humedad, de cuando el mundo se inundó y ellos, los animales, estuvieron pendientes del instante en que una paloma se apareciera en el cielo.
Es una jirafa que, a veces, sirve de resbaladilla para los niños. Su cuello tiene una rugosidad que habla de los siglos que ha vivido. Por esto, los científicos se acercan y le preguntan cuántos años tiene. Se sabe que los científicos tienen obsesiones y una de éstas es el tiempo. Los científicos están preocupadísimos por saber cuántos años tiene el universo, se preocupan por saber cuándo la tierra acabará. Los científicos son irrespetuosos con su motivo de estudio, son irrespetuosos porque nadie se acerca a una tortuga y le pregunta cómo se siente, qué piensa, qué desea. ¡No! Todos los entomólogos, con ayuda de lupas, estudian las patas y callos de los ronrones, pero ninguno de ellos se acerca a un ciempiés y le pregunta si le gustaría un masaje en los pies a la hora que llega a casa después de la jornada. Los científicos son duros como las rocas que estudian y tan alejados como las estrellas que descubren más allá de la Vía Láctea.
Esta jirafa nunca ha tenido la más mínima muestra de aprecio. Está en el parque central de Comitán desde hace siglos y ningún mortal se ha preocupado por preguntarle si extraña su desierto, si tiene suficiente agua.
A veces, a veces, los pájaros llegan y le cuentan historias. Le dicen cómo es el mar, le cuentan de qué color son los lagos de Montebello. A veces, los niños comitecos la señalan y preguntan a sus mamás: “¿cuánto viven las jirafas?”, y las mamás, jaloneando a los niños, porque llevan prisa porque ya se les hizo tarde, dicen que las jirafas viven mucho tiempo. “Pero ¿cuánto?”, insisten los niños, y las mamás, viendo el reloj, alzando la mano para parar un taxi vacío, dicen que no saben, que muchos años. Los niños se pegan al cristal de la ventana del taxi y ven el cuello de la jirafa comiteca y vuelven a la carga: “¿más que los dinosaurios?”, y las mamás, buscando dinero en el monedero, dicen que los dinosaurios ya no existen, que ya se extinguieron. Pero, dicen los niños, las jirafas son más recientes, dicen que los dinosaurios acabaron cuando una lluvia de meteoritos cayó sobre la Tierra. Y las mamás, diciéndoles a los taxistas que vayan más rápido y dándoles unas monedas como pago anticipado, piden a los niños que se callen, que ya se les hizo tarde, que ya no los dejarán entrar a la escuela, y que ellas llegarán tarde al trabajo, y que la vieja ratona les descontará. Y los niños sabrán que la vieja ratona es la jefa, porque, siempre, a la hora de la cena, las mamás, agotadas, se sientan en las mesas, sirven la leche con café, y cuentan que la vieja ratona les hizo tal o cual travesura. Y entonces, los niños ya a punto de llegar a la escuela, preguntan si las ratonas también subieron al Arca de Noé y si así fue cómo le hicieron para no ser pisadas por las jirafas prehistóricas. Y como las mamás ya no responden, porque se les hace tarde, imaginan que las ratonas fueron amigas de las jirafas y subían al cuello y se resbalaban como si estuviesen en un tobogán, a mitad de la bajada subían las patitas y dejaban que el viento jugara también con ellas.