sábado, 30 de agosto de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO COMITÁN ES MÁS QUE UN REBAÑO DE NUBES





Querida Mariana: antes soñaba con vivir en París; soñaba con caminar en las calles a orilla del Río Sena; soñaba con entrar al Museo d’Orsay, que contiene una serie de pinturas de los Impresionistas, los mismos que un día mandaron a volar los encierros de los “ateliers” (los estudios) y salieron a las calles y al campo a captar el instante de luz.
Antes había soñado con vivir en Florencia, esa maravillosa ciudad Italiana Renacentista. He visto fotografías de las calles de Florencia y he visto que están colmadas de arte. Vas caminando y te topás con esculturas en mármol. Como si fuesen guardianes infinitos hay tres esculturas del “David” que resguardan una plaza. ¿Imaginás el prodigio de caminar por una plaza donde, como si fuesen macollos de margaritas, el arte crece como en maceta?
Estos sueños hicieron que un día pintara mi raya y dejara Comitán. Para ese tiempo ya mis sueños se habían modificado y, en lugar de pretender ir a París o a Florencia (tierra de mis ancestros), encaminé mis pasos a Cuba. Pensé que debía vivir la experiencia histórica que a fines del siglo XX estaba viviendo la isla. (Yo, que odio el calor, decidí llegar a la tierra de Silvio Rodríguez.)
Ya sabés el final de la historia. Di una vuelta por Oaxaca, luego pasé por Xalapa y terminé en Puebla. ¡Ah, Dios!, ni París, ni Florencia, ni Cuba, terminé en Cholula. La ventaja fue conocer a El Memelas, a su sobrina Frida y a dos o tres compas más que resultaron reveladores. Pero algo de frustración se quedó en el dedo izquierdo de mi mano izquierda.
Viví varios años en Puebla. Viví en armonía. Mi casa estaba frente a Ciudad Universitaria, de la Benemérita Universidad de Puebla. Sólo cruzaba el bulevar y entraba al espacio de los campos deportivos con un jardín botánico incluido. Todas las mañanas caminaba por ahí. Mucha gente de la ciudad llega a hacer ejercicio. Yo lo tenía enfrente. Me sentí privilegiado de la mano de Dios. Pero (nunca falta el pero), no había día en que yo no pensara en Comitán y, cuando, por ejemplo, estaba en el maravilloso Centro Histórico de Puebla pensaba en que me gustaría estar en el parque central de nuestro Comitán. ¡Ah, qué tontería! Ya lo han dicho los que saben: no hay peor cosa en la vida que estar con alguien deseando estar con otra persona. A mí me sucedía con ciudades. Estaba en Puebla, pero deseaba estar en Comitán. Mi mamá, casi todas las mañanas, ponía el agua a calentar para hacerme un té. Me sentaba y ella, mientras cortaba las hojas para hacer la infusión, me platicaba su sueño. Siempre ha tenido la capacidad de recordar cada sueño con precisión. Todos sus sueños tenían relación con Comitán, que si la tía Elenita, que si el compadre Temo, que si la casa de mi madrina Clarita, que si el templo de Santo Domingo, que si la cuerda del chupamirto, que si la estrella de Balún. La síntesis de sus sueños era ¡Comitán!
Mi mamá nació en Huixtla, pero cuando se casó llegó a Comitán. La mayor parte de su vida la ha vivido acá. Ella y mi papá (quien nació en San Cristóbal), me enseñaron a amar el lugar donde nací. Fue así porque ellos sólo luz han recibido de este pueblo y de su gente. Lo mismo puedo decir yo. A pesar de que en Comitán, como en cualquier lugar del mundo, hay mucho “echalodo”, el vómito que ellos lanzan no mancha la luz de este maravilloso y generoso pueblo. Por esto, una mañana al Universo le pedí volver a Comitán, lo pedí con todas mis fuerzas y con todas mis esperanzas. Pedí no estar nunca más lejos de estos cielos y de estas calles. Lo pedí con tanta convicción que ¡me fue concedido!
Ya he dicho que millones de personas viven fuera de sus ciudades originales. Algunas lo hacen por necesidad de estudio, de trabajo o de compromiso social; otras lo hacen porque son obligadas (son millones de hombres, mujeres y niños los que son desplazados); y otras más (las menos) lo hacen porque su lugar de nacimiento les queda chico, quieren volar ¡y vuelan! Quienes se van porque el pueblo les queda chico no tienen mayor problema, al llegar al otro territorio lo asumen como propio, se autonombran: ciudadanos del mundo, y se sienten a gusto tanto en la ciudad más bella del mundo como en el pueblo más miserable. Cortan de tajo con su cordón umbilical y con todo lo que dejan atrás. ¡Hacen bien! En caso de comitecos que han volado lejos, muy lejos, y alto, muy alto, se reconoce que han borrado la palabra Comitán de su mente y de su corazón. Rosario Castellanos dice “matamos lo que amamos. / Lo demás no ha estado vivo nunca”. Quien se aleja de Comitán, para siempre, debe talar la ceiba, convertir en páramo su territorio florido. Dejan el vaso sin gota de temperante y vuelven a llenarlo con nuevas aguas.
Para ellos es muy fácil, pero ¿qué hacen aquéllos que lamentan y padecen no estar en su tierra? ¿Qué hace el hombre cuyas nubes sólo se alimentan de cielos entrañables? La nostalgia es una piedra que se instala en el mero cogote y, poco a poco, provoca la asfixia. Yo estaba en este grupo, en el de los que, como dice la poeta: “me duele si me quedo, pero me muero si me voy”.
Comitán, todo mundo lo sabe, todo mundo lo dice, tiene una magia especial. En los actos celebratorios por el cuadragésimo aniversario del fallecimiento de Rosario Castellanos, un grupo de poetas llegó a nuestro pueblo. Las poetas provenían de varios estados de la república y de Perú y de Colombia. Todas las poetas manifestaron su encanto por estar en tierras comitecas. ¿En qué consiste ese encanto? ¡Son mil detalles! Comitán es un tejido lleno de luz. Mi amigo y maestro, el periodista Enrique García Cuéllar, escribió el otro día acerca de las bondades de la ciudad de San Cristóbal y de Comitán. ¿Leíste lo que escribió acerca de nuestro pueblo? Él dijo que “Comitán (es) una de las ciudades más limpias del país, atractiva, misteriosa, con el reflejo de la luna en sus calles recién llovidas”. ¿Mirás qué prodigio?
Vos, igual que yo, has conocido gente que llega a este pueblo y se enamora de él. Lamenta despedirse, anhela regresar. ¿Cuál es el encanto? Uy, no nos alcanzaría la vida para enumerar todas sus bondades. La palabra holística está de moda. Lo holístico se refiere a un Todo armónico. Bien, pues la belleza de Comitán radica en su Todo, cada componente es esencial. Cuando la Secretaria de Turismo vino a esta ciudad para entregar el nombramiento de Pueblo Mágico a las autoridades y al pueblo hizo énfasis en que la magia radicaba, sobre todo, en su gente. Todos los comitecos son el haz de luz que da un carácter único a este pueblo. A su gente, sumale las subidas, las bajadas, los balcones, las puertas, los jardines, los zaguanes, el pan compuesto, el turulete, la mistela, los chorros de la Pila, sus cielos, sus nubes, sus ancolines, su bulevar, sus portales, su aire (el aire que tanto alabó Sabines, el poeta), sus cenzontles, sus historias, sus anécdotas picarescas, las rosquillas chujas, el bordado de las camisas tojolabales, el africano, las paletas de chimbo, el Junchavín, el chile al pastor, las tardes en el parque escuchando marimba, el cantadito de las voces en el mercado, la tranquilidad del interior de sus templos, el árbol de tenocté, sus muchachas bonitas (¡ah, sus muchachas bonitas!), la ciénaga, el río grande, San Caralampio y sus milagros, el repique de las seis de la tarde, el aroma del café. ¡No, no, no alcanza la vida para hacer la relación de hilos de luz que conforma el bordado comiteco! ¿Cuál es la magia del pueblo? ¡Es su Todo! Por esto, los comitecos que vivimos acá debemos cuidar, como imagen de niño Dios, cada elemento de ese Todo. Que ninguna fachada de casa antigua se pierda, que ningún trazo de jardín auténtico se quede sin sus colas de quetzal. Hoy, más que nunca, los comitecos debemos tener conciencia del pueblo mágico que nos tocó vivir y que nos toca preservar. Nadie quiere que este pueblo se convierta en una mala copia de un pueblo ajeno. Comitán es grande porque grande es su gente y grandes sus elementos.
Cientos de personas se han quedado a vivir en Comitán. Quedaron extasiados con sus cielos cuando los conocieron y decidieron sembrar sus árboles y sus hijos acá, en esta tierra prodigiosa. Comitán ha crecido. Su entorno cambia. Lo que no debemos permitir es que cambie su esencia. Si esto sucediera nos quedaríamos sin identidad.
A raíz de que Comitán recibió el nombramiento de pueblo mágico mucha gente cuestionó la ventaja de dicho honor. En el país existen menos de noventa pueblos mágicos. En Chiapas sólo hay tres: San Cristóbal de Las Casas, Chiapa de Corzo y nuestro amado Comitán. ¿Qué ventajas obtenemos con dicho nombramiento? Esto, me explican, es como recibir una franquicia. Cuando la Secretaría de Turismo promociona a nuestro país en el mundo lo hace resaltando su singularidad. Los pueblos mágicos han sido elegidos precisamente porque son únicos. La ciudad de México no es un pueblo mágico. La ciudad de México se convirtió en una ciudad cosmopolita y perdió parte de su identidad. A la par de barrios tradicionales como Coyoacán tiene elementos urbanos que se llaman “exclusivos” y que se confunden porque son como edificaciones de cualquier otra ciudad del mundo. Millones de personas extranjeras ahora mismo están recibiendo información turística de México y están conociendo que en nuestro país existen 83 pueblos mágicos y uno de éstos es, ya lo adivinaste, ¡Comitán! El mundo comienza a enamorarse de Comitán a través de imágenes que vuelan por todos los cielos. Poco a poco, el mundo comenzará a llegar a sorprenderse con esta magia. Acá debe sentirse el amor de cada uno de los comitecos. Todos debemos propugnar porque nuestro pueblo siga teniendo esa magia. No sólo porque significa derrama económica (dolaritos que traen los turistas) sino porque nos permitirá vivir en la ciudad digna, limpia y armoniosa que aún tenemos. Aún podemos vivir en una ciudad hermosa y tranquila. ¿Queremos que esto se convierta en un caos?
Defendamos nuestro modo de hablar, nuestro modo de ser; sigamos comiendo jocotío verde con polvo juan y sigamos gritando, en las noches de bohemia, un soberano y refulgente ¡cotz! Que en las madrugadas, a la hora que sólo el viento recorre las calles como gato y empuja alguna lata vacía, los vecinos se despierten por el murmullo de un grupo de personas que baja una marimba de una camioneta, instala bocinas y micrófonos y comienza a tocar el himno clásico de los comitecos: ¡Comitán!
Los comitecos tenemos muchas virtudes, pero, como los hombres y mujeres de cualquier parte del mundo, también tenemos defectos. Se dice que somos muy chismosos. Bueno esto yo no lo pondría como el gran defecto, sino como una de las virtudes menores. Gracias a esto tenemos la gracia increíble de nuestros contadores de anécdotas. Lo que sí veo como un defecto es cierto complejo, complejo que nos hace despreciar lo nuestro (por considerarlo menor) y anhelar lo otro. ¿Qué es lo otro? Lo otro es la piedrita de cristal que muchos quieren cambiar por el oro que poseemos. A veces, hay gente que considera que lo “extranjero” es lo mejor. No siempre es así. Lo mejor (ya quedó demostrado con el reconocimiento de pueblo mágico) es lo que nos identifica desde siempre. Nuestros modos de ser son únicos. Vivimos en un pueblo (ya lo dijo mi maestro García Cuéllar) “atractivo, misterioso, con el reflejo de la luna en sus calles recién llovidas”. Sí, nuestro Comitán es misterioso y atractivo. Su misterio y su atracción radican en su carácter, en la forma de ser de los comitecos.
Todo mundo que conoce Comitán se enamora de Comitán. Los comitecos amamos nuestro pueblo, pero a veces, nos sentimos confundidos y quisiéramos dar un salto a “la modernidad”. ¡No! Que San Caralampio no permita la confusión. Comitán es grande porque mantenemos la unidad y defendemos cada cacho de nuestro territorio. Que el brillo de la laja (de ese reflejo que habla mi maestro) permanezca por siempre en nuestro corazón, mi niña bonita, mi niña reflejo de luna.

Posdata: ya no sueño con París. ¡Vivo Comitán! Pido al universo, con todas mis fuerzas, vivir acá hasta que muera. Comitán es mi casa, es el centro del universo. Disfruto este pueblo. No hay instante más sublime que ese donde camino por sus calles, en el que bebo sus cielos y, de igual manera, bebo un vaso de jocoatol. Son tan sencillos los aromas, colores y sabores de Comitán que uno puede confundirse y pensar que éste es un pueblo simple. ¡No!, Mariana de mi vida, vivir en este pueblo me permitió conocerte y vos, lo sabés, sos, también, el mejor aroma, color y sabor del universo. Vos sos mi pueblo y hoy, sin decreto oficial de por medio, digo que sos el pueblo mágico que a diario camino, que, a diario, pido regresar una y otra vez, hasta el infinito.