viernes, 1 de agosto de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UN PERRITO




El Lic. Walter dijo ¡es un chac mool!, que en lengua maya significa “gran jaguar rojo”. Alfredo dijo que no, que no era eso, “está muy flaco y además ya perdió el color, porque ahora todo es verde”. Así lo dijo Alfredo. Pero, Arturo, hijo de Alfredo, se acercó a la barda, levantó la mirada y dijo que era un perro. Así, sin más retruécano, un simple perro que camina por el borde superior de una barda, en una casa de la colonia rural Abelardo L. Rodríguez. Un perro que, temeroso, está echado, tal vez en espera de que su amo lo llame para la comida. Se advierte, por los árboles del fondo, que la barda da al sitio de la casa. Tal vez el perro se avienta desde esa altura y cae sobre el piso del sitio donde su amo le pone un trasto con comida y otro con un poco de agua, agua traída de la laguna que está a menos de cien metros. Tal vez por esto, el perro tiene las patas delanteras flexionadas como si estuviese a punto del salto.
¡Es un perro!, concluyeron todos los del grupo, pero apenas todos habían asentido cuando Alex dijo que no era un perro, que tal vez era un conejo, sustentó su idea en la idea de que la cola no era de perro, sino de conejo. Dos o tres dudaron. Sólo Arturo dijo que no, que eso era un perro.
Don Matías, habitante de Abelardo L. Rodríguez se acercó y dijo que el niño tenía razón. No es un chac mool ni es un conejo, ¡es un perro! Bueno, dijo, en realidad no es un perro, ¡es un niño!, más o menos de la edad de este niño y señaló a Arturo.
Don Matías contó que una tarde corrió el rumor de que el Dzulum andaba merodeando allá por donde las montañas crecen. La tarde estaba enredada en una cinta de niebla, que impedía ver más allá de veinte metros. Las mamás se pusieron el chal y llamaron a sus hijos: “¡niños, niños, vengan rápido o les damos sus cinchazos!”. Los niños se despidieron, dejaron sus juegos abandonados en los montones de tierra y entraron a las casas. Sólo un niño no lo hizo, no lo hizo porque un muñeco había quedado extraviado en la arena. El niño no hizo caso a la mamá que lo llamaba y la mamá, en medio de tantos hermanos, no se dio cuenta que su hijo menor no había entrado a casa. El niño, con sus manos, buscó el muñeco, abrió uno, dos, tres, muchos agujeros en la arena. Hubo un instante en que sus propios dedos no los alcanzó a ver, la niebla había bajado tanto que era como una piedra. Pensó en la palabra piedra, la pronunció mentalmente y el Dzulum que merodeaba por ahí también la oyó y dijo que todos los que estaban a su lado se convertirían en piedra. El niño quedó como estatua, con las manos adentro de la arena. Ya no pudo ver que el muñeco estaba a cinco centímetros de su mano izquierda. Cuando la niebla desapareció y el Dzulum regresó a su hogar en lo más profundo del bosque, la gente salió de sus casas y una mujer halló la enorme piedra en el montón de la arena y pensó que se parecía a un perro y le gustó y lo llevó y lo colocó en la parte superior de la barda de la casa. El esposo la regañó, le dijo que esa piedra era como el Dzulum, pero la mujer le dijo que si así fuera habían vencido al animal ponzoñoso. La verdad, contó don Matías, es que es el niño y en las noches de niebla cerrada vuelve a tomar vida y baja y juega en el patio de la casa y pasa por donde duermen sus hermanitos, pero éstos, como no saben quién es ese niño que camina solo por las calles llenas de polvo, cierran la ventana y se esconden debajo de las colchas.
No es un chac mool, tampoco es un conejo. Muchos dicen que es una piedra. Sólo don Matías sabe que es un niño, el niño que se perdió la tarde en que hubo mucha niebla y bajó el Dzulum.