domingo, 10 de agosto de 2014
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO TODO TIENE UNA VOCACIÓN
El otro día entré a la Sala de Cabildo, del Ayuntamiento de Comitán. En la sala no había alguien. Los espacios vacíos imponen por su rotundez, por su vocación de ausencias. En la sala existe un muro con una galería fotográfica de expresidentes de Comitán. Es un muro que algo quiere decir, pero cuyo grito se atora en la garganta.
A veces, mi niña, pienso en el Museo del Louvre, pero no lo pienso a la hora que las multitudes lo visitan, no lo pienso a la hora que hay filas ante el cuadro de la Gioconda. ¡No! Lo pienso vacío, a la hora en que sólo los guardias van de una sala a otra, con una lámpara de mano. Igual que en la Sala de Cabildo de mi pueblo, esos cuadros se quedan con el grito atorado en el cogote. Porque, todo mundo está de acuerdo, las fotografías y las pinturas algo le dicen al espectador. Cuando alguien se para frente a un cuadro, ese alguien sostiene un diálogo mudo. Si es un retrato, el del retrato nada dice, en apariencia. Tendría uno que estar loco para sostener que el retratado le habla. Sin embargo, las personas que ahí están retratadas dicen algo, enuncian palabras.
Es famosa la escena de la película “La sociedad de los poetas muertos” donde el maestro les dice a sus alumnos que se acerquen, que peguen las orejas a los cuadros y que escuchen, que escuchen la voz del tiempo ya ido.
Entré a la sala (de Cabildo, jamás he estado en el Louvre) e imaginé la vida de esas fotografías. Vas a decir que estoy loco, pero no es así. Al ver esos rostros que me miraban sin parpadear, pensé que algo tenían que decirme. Sé que son meros objetos, pero son más que las sillas o las mesas o las ventanas que también forman la sala. Los retratos no son ladrillos ni son radios ni son televisiones. Los retratos siempre son más. Por esto, antes, los enamorados llevábamos en la cartera el retrato (tamaño infantil) de la amada. Por las tardes, cuando la lluvia asomaba, abríamos la cartera y veíamos la foto. Era un retrato en blanco y negro, la muchacha bonita no tenía más de catorce años. Esa foto ¡hablaba! El amado oía lo que ella decía. De todos los chunches en el mundo sólo los retratos tienen la misma capacidad que las personas: ¡hablan! He visto gente que acude a los panteones, se sientan en las lápidas, debajo de los cipreses y hablan con los retratos de los difuntos. Los he visto hacer pausas, como si escucharan lo que ellos les dicen.
En la sala de Cabildo hay muchos retratos de presidentes muertos, algunos más aún viven. No hay una sola mujer que haya ostentado el cargo de Presidente. Todos son hombres. Esa mañana vi a todos de frente y ellos me vieron. Pensé en la importancia del cargo. Sólo un hombre o una mujer (durante un determinado periodo) pueden ostentar el puesto de Presidente. Es un honor poder servir a la comunidad. Cada uno de ellos sirvió en la medida de sus capacidades y en la medida de sus intereses. Los vi de frente y comencé a deletrear las palabras en sus miradas. Algunos tienen miradas francas y limpias, otros están con cierta niebla, no supe si por el tiempo o por el entorno.
La Sala de Cabildo estaba vacía. Esta sala, como su nombre lo indica, sólo adquiere su vocación en el instante en que el Cabildo, en pleno, sesiona. Mientras tanto no es más que una simple sala, un simple muro donde cuelgan retratos de expresidentes municipales. ¿Será que algo quieren decirnos ellos? ¿Podemos escucharlos?