lunes, 4 de agosto de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ ROSARIO





Puede ser cualquier tarde en Comitán. Mientras los niños juegan en el parque, un grupo de personas va en procesión. Es una entrada de velas y flores en honor a un santo o una virgen. La calle abandona su vocación de guiar carros y, ¡qué bueno!, se convierte en un río que conduce a hombres, mujeres y niños. La calle deja su cara agria llena de humo y retoma un rostro más amable. Los tambores y pitos suenan y se descuelgan como lianas de los árboles, se posan sobre las piedras como pájaros, renacen como orquídeas en el corazón de la gente. Los caminantes hacen una pausa frente al busto de Rosario Castellanos y el artista que toca la flauta de carrizo se convierte en pájaro.
Puede ser cualquier tarde en Comitán. El rostro de Rosario deja que el aire juegue al ritmo de esa música que tiene siglos de herencia. Es un ritmo que marca el paso de los caminantes, casi casi como si fuese un verso que marca la cadencia de la palabra. Rosario dice: “se destejen los días”, pero acá, en esta tarde, estas personas, vuelven a tejer la esperanza de los días. ¿Ven los ramos que llevan entre sus manos? Esas flores les sirven para bordar un huipil lleno de esas luces ambarinas que engendra la tarde. Pronto la tarde se agotará y se hará la noche; pronto llegarán al templo, entrarán, se persignarán y sus rodillas se flexionarán en un ritual que, de igual manera, tiene siglos de tradición. Todo viene de antes, de lo que los abuelos enseñaron. Acá, estos hombres vuelven a tejer los días para construir los siglos.
Puede ser cualquier tarde en Comitán. Si el lector ve con atención observará que un hombre lleva una escoba con la montera para arriba, es una montera de color rosa, con pelos de plástico. En el palo (sin albur) lleva enredado un algodón de París. ¿Qué simbolismo representa en esta procesión?
“Hombre, donde tú estás, donde tú vives / permaneceremos todos”, dice Rosario. Lo susurra, en esta tarde, que un grupo de músicos tradicionales llegó a darle serenata. Apenas fue un instante, porque estos hombres presiden la romería que se dirige a un templo. Cuando lleguen habrá porras para la virgen o el santo. Los hombres, mujeres y niños se hincarán frente a una imagen. Dejarán atrás la luz del día, penetrarán en la penumbra de la nave del templo. Los piteros y tamborileros harán silencio. Colocarán los tambores sobre el piso, guardarán la flauta en el morral, y también se hincarán, pedirán por sus hijos, por su milpa. Alguien, tal vez, dirá: “Señor, que el próximo año me sea concedido volver a tu casa, que yo esté buenito, que la señora del viento vuelva a recibirme”. Y allá, en la inmensidad del infinito, alguien se confundirá porque pensará que la señora del viento es una virgen, revisará su base de datos y no la hallará porque el hombre hablaba de Rosario, la mujer que desde su altura de bronce “desteje los días” en Comitán.
Puede ser cualquier tarde en Comitán. Los niños corren en el parque, los boleros esperan sentados. La luz de ámbar deja su recuerdo en el piso y en las ramas de los árboles. Pronto la noche llegará, pronto la luz se volverá artificial. Todo será para confundir la oscuridad, la misma sombra será plástica, como plástica la montera de la escoba que carga el hombre y que es como una ofrenda, es el mensaje eterno de barrer la estancia, sacar el polvo y comer un algodón de París, porque la vida es una y es breve.