sábado, 20 de septiembre de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY DÍAS AZULES





Querida Mariana: sueño, a veces sueño. Sueño dormido. Mi mamá se acuerda de todos sus sueños. En la mañana, mientras calienta café, cuenta su sueño de la noche anterior, lo cuenta con gran fidelidad. Yo no. Sólo a veces recuerdo retazos de mi sueño.
Como todo mundo, cuando fui adolescente deseé programar mi sueño. En la noche, ya con el pijama puesto, me sentaba en la cama y pensaba en la muchacha que me gustaba. Pensaba que convocándola, en la noche la soñaría. Nunca funcionó el método. Al contrario, cuando programaba mi sueño ¡tenía pesadillas!
Mi tío Romeo decía que la gente sueña cosas comunes, por esto, a veces, él pensaba que sería bueno escribir un libro con ideas para sueños. Aclaraba que no sólo para soñar dormido, sino también para soñar despierto. Me llamaba la atención esto que decía porque, en efecto, la palabra sueño la usamos para describir la actividad mental mientras dormimos, pero también la usamos para describir los ideales que tenemos. Hay mucha gente que dice que no debemos cancelar los sueños, que debemos seguirlos con ahínco.
De joven soñé. Soñé dormido y también soñé despierto. Ahora, ya casi viejo, sueño poco cuando duermo y ya no sueño despierto. Un día, hace tiempo, cancelé mis sueños de alcanzar un sitio privilegiado. Hoy desconfío de aquellos que me impulsan a no abandonar mis sueños. Desconfío porque no tengo ningún interés en seguir alentando sueños guajiros. Como todo adolescente soñé en lograr grandes alcances. Conozco amigos que sueñan con tener autos de lujo y grandes mansiones. Hay algunos que sueñan con ser grandes deportistas y ganar medallas en Juegos Olímpicos. Hay otros que sueñan con exponer sus pinturas en el Museo de Arte Moderno y que gente millonaria compre sus cuadros. ¿Yo? ¡Ya no sueño! Ya no gasto energías en perseguir algún sueño. Soy feliz. Vivo al día y vivo el día, sin pensar en lograr algo el día de mañana. Joaquín me pregunta: “pero ¿de veras no anhelás alcanzar algo?” De veras, le digo, nada pido. Él me queda viendo con cara de que no me cree, pero yo insisto en que es cierto y ¡es cierto! Hace tiempo soñé con llegar a exponer mis pinturas en algún gran museo. En ocasiones, mientras estaba sentado en el parque central, y comía un elote asado, con limón y polvo juan, imaginaba que mis cuadros eran expuestos en el Museo de Arte Moderno, de Nueva York. Dejaba que mi imaginación alentara mis sueños y pensaba que me sucedería una historia similar a la de Botero. Alguna vez leí que Botero fue al taller de un amigo en Nueva York, llevaba un cuadro suyo y lo colocó en el piso. Esa mañana, el director del Museo de Arte llegó al estudio del amigo para ver su obra y vio el cuadro de Botero en el piso, reclinado sobre la pared, el director se acercó, revisó la obra y dijo que ese cuadro debería estar en una sala del MOMA. De ahí ya todo fue un ascenso infinito. Botero se volvió famosísimo y ganó toneladas de dinero. Pero, mientras más emocionado estaba en mi sueño, la carrera de algún niño tras las pompas de jabón “me despertaba”. Mi sueño, como pompa de jabón, se esfumaba, porque veía que seguía en Comitán y no en alguna galería importante de Nueva York o de París o de Florencia.
Los sueños son bonitos, pero (dicen los que saben) despertar es frustrante. Los empecinados en perseguir los sueños dicen que es necesario insistir, tocar en mil puertas, hasta que una se abra. ¡Ay, qué fastidio! Conozco gente que se pasó la vida tocando mil puertas y nunca logró su sueño. En Comitán conozco dos o tres que nunca alcanzaron la fama que siempre buscaron. Los veo, un poco tristes, un poco frustrados, con la cara siempre de “merezco más”. No alcanzaron sus sueños. Los veo, ya viejos, cansados, persiguiendo aún los mismos sueños, persiguiendo los reflectores que, ¡pobres!, iluminan a otros. No se dan cuenta que reciclan sueños y que ya la vida no les alcanzará para llegar a donde desearon.
A veces pienso en el tío Romeo. Él ya murió. Coincido en que la mayoría de los sueños de las personas son comunes y corrientes. Casi casi la gente sueña lo mismo. Hubo una temporada en que tenía un sueño de esos llamados recurrentes. Soñaba que manejaba en una carretera, veía los árboles y los sembradíos de maíz, en una curva no podía controlar el carro y éste abandonaba la carretera y se iba al precipicio, cerraba los ojos y soltaba el volante, pero un segundo después abría los ojos y veía que el carro, en lugar de estrellarse, ¡volaba! En ese instante despertaba y lo hacía con una sonrisa de satisfacción dentro del temblor provocado por el miedo a la muerte. A lo largo de mi vida me he topado con muchas personas que cuentan el mismo sueño. Varía muy poco. Esto demuestra lo que mi tío decía: soñamos cosas muy comunes y corrientes. Sería emocionante que soñáramos acciones menos comunes. ¿Por qué nunca el carro, a la hora que se lanzaba al precipicio, cambiaba de forma y adoptaba la de un animal imaginario? Hubiese sido un sueño alucinante salir disparado en la curva y ver que el auto se convertía en una luciérnaga y yo, encima, como si fuese más pequeño que Pulgarcito, agarrara las riendas y lo dirigiera hacia el pueblo llamado noche para iluminarlo por primera vez. Descender en un aro de luz, mientras todas las personas del pueblo aplaudían el prodigio de tener luz por primera vez.
Entiendo que el tío Romeo trataba de hacer que la gente tuviera ideas diferentes. ¿Cuáles son los sueños de los jóvenes de hoy, sus deseos de vida? Son los mismos sueños que tuvimos los jóvenes de mi generación. Sus variaciones son pocas. Tengo alumnas que siguen soñando en casarse con un joven que tenga una buena profesión, mucho dinero, una casa hermosa y que las ame, las respete y, cada periodo vacacional, las lleve a viajar a Europa. Hay otras que sueñan con ser grandes pintoras, con ser grandes cantantes, con salir en la tele, con trabajar en la ONU, con ser fotógrafas del New York Times, con actuar al lado de Brad Pitt. Hay algunas (las conozco) que sueñan con ir al África y hacer misiones allá, se piensan unas Madres Teresa cualquiera. Pues sí, ¿qué más se puede soñar? Hay niños que, todavía, contestan: ¡Presidente de la República!, cuando alguien les pregunta qué serán de grandes.
Joaquín dice que tal vez yo soy el típico conformista que, como no tengo talento, mejor me hago tacuatz y no aliento más sueños. Probablemente tenga razón. Alguna vez, vos lo sabés bien, soñé con ir a París, no sólo viajar como turista, sino vivir en París, vivir París. Pero un día abandoné mi sueño y quedé tranquilo. Quedé tranquilo porque supe que mi lugar era Comitán. Comitán (Dios no lo permita jamás) no es el lugar que elegí porque no me quedó de otra. ¡No! De manera muy consciente dije que me gustaría vivir mi pueblo al máximo. Joaquín, quien ya vive en Monterrey, dice que si no me da flato pensar que no saldré de este pueblo, ¿qué, acaso, no tengo ilusión por conocer más mundo? Me da pena confesarlo, pero le respondo que no. Sé que hay más mundo, pero yo tengo mi mundo concentrado en este pedacito de tierra. “¿Y en Comitán vas a vivir hasta que murás?”, me pregunta Joaquín, con una cara de “Señor, qué limitado su mundo”. Pues sí. Ayer me encontré con Paco, en Soriana, en Tuxtla (fui de rapidito, pero más rapidito regresé), y me dijo una frase simpática que quiere inmortalizar. En Comitán la gente que se hace vieja dice: “Cada vez estoy más cerca del libro”. Es una frase, dijera Armando Alfonzo Alfonzo, sólo para comitecos, porque sólo los comitecos saben que “el libro” está en la subida que conduce al panteón. Esto lo saco a colación porque, si Dios me lo permite, acá deseo pasar mis últimos días, el número de días que el destino me tenga reservado.
¿Moriré sin conocer París? Puede que sí. Millones de seres en el mundo se morirán sin conocer Comitán. Es lamentable, porque se perderán una buena oportunidad de vivir, pero pueden compensarlo si viven con intensidad en el pedazo de tierra que les correspondió nacer y crecer. Tal vez yo muera sin conocer París, pero, ahora, ya no “muero” por eso. Sería muy frustrante que algún día tuviese que reconocer que morí sin vivir Comitán con intensidad. Eso sí sería un desperdicio de vida. Por eso, para que tal despropósito no ocurra, procuro vivir al máximo este pueblo. Me gusta sentarme en una banca del parque o en las gradas y comer esquites, mientras los niños hacen pompas de jabón y las persiguen, tratando de atraparlas antes de que se deshagan en el aire. A pesar de que ya es peligroso andar por estas calles de Dios, procuro caminar a buena hora y en lugares concurridos. Cuando las autoridades cierran una calle, porque hay un acto especial o porque viene el Gobernador, no me enojo, camino a la mitad de esas calles, doy gracias a Dios, porque, aunque sea por unas horas, tales calles las convierten en andadores y esto es una bendición. Los automovilistas se enojan cuando hay cierre parcial del centro, aducen que pierden mucho tiempo. Yo comparo esta ciudad con la ciudad de México y me boto de la risa. Cualquier automovilista puede bajar dos o tres cuadras y tomar una vía alterna. Los grandes embotellamientos de Comitán nos “roban” diez o quince minutos. ¿Qué tanto es tantito? ¿Qué tanto son diez minutos en comparación con la gloria de vivir en un pueblo que todavía es muy habitable?
Abandoné mis sueños de grandeza y retomé mi vida modesta. Ahora sé que la grandeza está en la sencillez. Soy feliz porque puedo caminar mi pueblo y disfrutar el aún lento transcurrir del tiempo. Joaquín dice que en Comitán “nada pasa”. Sí, le digo, por eso me gusta esta ciudad. Ya no persigo sueños como de película norteamericana con mil efectos especiales. ¡No! Ahora vivo una realidad sencilla, casi simple.

Posdata: ¿qué sueños deberíamos soñar para hacer más agradable el mundo, nuestro mundo? Lo que es un hecho es que todo mundo sueña con alcanzar mejores estadios de vida. No hay nadie que sueñe con ser miserable o vivir en la miseria, ¡por el amor de Dios! ¡No! Todo mundo sueña con alcanzar cosas grandes, pero si le hacemos caso al tío Romeo, los sueños tienen un límite, porque los seres humanos hemos puesto límites a nuestros deseos. Nadie ve más allá de lo evidente, del mundo material. Todo mundo sueña con sacarse la lotería. Todo mundo ambiciona poseer. Tal vez pensamos que la vida está concentrada en yates, grandes recepciones, mansiones majestuosas, viajes y demás lianas para colgarse de la fama.
Tal vez estamos muy influidos por las historias comunes que exhiben en la televisión. Muchas telenovelas refieren a la muchacha humilde que logra escalar a las altas esferas sociales. ¡Dios mío, cuánto daño nos hizo la Thalía y sus Marías del barrio! La historia de la periodista que laboró en Guadalajara y conoció al Príncipe y ahora es la Reina de España es una historia entre millones y millones de historias comunes. Pero, no falta que alguna comiteca, bonita y preparada, sueñe con tener una historia similar. ¡Ay, mi prenda! A lo más que alcanzan a llegar acá es a Reina de la feria del barrio. Un orgullo, por supuesto, pero algo muy alejado de lo que es la historia de las verdaderas reinas. A las reinas de acá les dura el gusto sólo un año y nadie hace reverencias ante sus augustas majestades; al contrario, cuando la reina de la feria llega a un espacio, medio mundo comienza a criticarla: “Ish, mirá qué fiero su vestido”; “Ah, la mera verdad, que ni está tan bonita, mirá, su nariz la tiene media volteada”.
Pero ahí está la gente hipotecando su vida en la consecución de los sueños. Sueños a los que les hemos impuesto límites en un absurdo, porque se supone que los sueños no tendrían más límite que la imaginación. Se dice que los grandes soñadores de la humanidad son los que han conseguido las grandes transformaciones, pero estos grandes soñadores han sido pocos en la historia de la humanidad. Por esto, tal vez, el tío tenía razón, deberíamos comenzar a hacer una relación de sueños inéditos, sueños que rompan esos límites impuestos, sueños que vislumbren una manera diferente de sociedad. Del sueño personal, parece, tendríamos que saltar al sueño general. Tal vez nos conviniera soñar en ciudades habitables, dignas; sociedades donde la miseria no fuera el pan de todos los días. Tal vez debiéramos soñar en ciudades donde el auto no fuera nuestro Dios; ciudades donde los andadores fueran la senda correcta. Tal vez nos conviniera soñar en blanco y negro. Dejar por un momento el tecnicolor y los espectaculares efectos especiales. Tal vez nos conviniera soñar con ríos de agua limpia, de árboles llenos de pájaros y en viviendas sustentables. Tal vez nuestros sueños deberían cimentarse en la posibilidad de vuelo y de imaginación.