domingo, 7 de septiembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LA MARIMBA SUENA Y SUENA





La idea es muy sencilla. Así como la gente barre el tramo de banqueta que le corresponde; así como saca su auto y lo estaciona frente a su casa; así este hombre saca la marimba al lado de la calle. Es para que la luz del sonido ilumine a los caminantes, para que el hombre que carga bolsas y la mujer de la sudadera rosa sonrían tantito, para que el hombre de la playera azul se siente sobre esas piedras que aún, bendito Dios, siguen como bancos para descanso del fatigado.
La idea es muy sencilla. Mientras los caminantes caminan presurosos, el músico, en compañía de sus hijos, toca la marimba. Lo hace con el mismo descaro y la misma alegría con que el sol saca sus rayos a la calle. Los hijos los trepa sobre bancos de plástico (de color azul para que se alíe al color del cielo y todo sea como la gran metáfora de la vida).
Mientras las personas van de acá para allá, mientras corren por sus afanes diarios, este hombre saca la marimba, al frente de su casa y, sin aviso previo, comienza a tocarla. La marimba suena y suena, a todo lo que da, mientras no se sabe si el ritmo lo impone el paso del caminante o éste camina al ritmo que le impone la marimba. Si el marimbista toca un vals ¿la gente camina como si estuviese en un baile de quince años? Si el marimbista toca una rumba ¿las mujeres mueven más el bote y vuelven la mirada para ver si el de la playera azul les mira las nalguitas?
Todo pareciera tan sencillo. Así, dice Mariana, debería ser la vida. Si el espectador observa con atención verá que en un extremo de la marimba está un pedazo de cartulina. Con trazos despreocupados, casi casi con letra a ritmo de mambo trasnochado, el letrero invita a contribuir con una moneda para que los ejecutantes, más tarde, puedan comprarse una torta y un refresco. Sobre la silla plegable está un tzolito que recibe las aportaciones voluntarias. ¡Ay, padre! El tipo que carga las bolsas tiene el pretexto perfecto para no meter la mano en la bolsa del pantalón y sacar una moneda de cinco o de diez. A veces la gente lleva tanta prisa que olvida lo esencial. A veces la gente que esto es cosa de todos los días y que el marimbista lo hace por amor al arte, sólo para que la calle esté alegre. Porque, nadie lo duda, la calle se alegra cuando la marimba sale y comienza a sonar. La calle, en día común, se llena de aromas de juncia y de recuerdos de vestidos blancos de primera comunión. Pero, la vida impone ritmos frenéticos y mucha gente no alcanza a quitarse los audífonos del iphone. Mientras escucha la más reciente de Julión Álvarez (perdón por la cara de vómito que hace el escritor) deja que los marimbistas sigan siendo una imagen virtual en su camino.
Mariana dice que así debería ser la vida. Que en todas las calles de las ciudades debería haber marimbas (hablando de las ciudades de Chiapas, porque si fueran calles de algún estado norteño, la banda debería instalarse con toda propiedad). Dice que los caminantes deberían hacer lo mismo que hace el hombre de la playera azul: sentarse sobre un piedrón y hacer una pausa y embarrar un poco de vida sosegada en su corazón. Mariana dice que todo mundo debería mover los pies y los hombros al ritmo de una marimba. Dice que si esto ocurriera a menudo, toda la gente tendría el espíritu de hormiguillo y a la hora que durmiera el pueblo se escucharía algo como una serenata infinita. Tal vez los ronquidos y las pedorreras de las personas se modificaran y tomaran un ritmo más agradable; tal vez el silencio del Universo tendría una cara menos rotunda, menos dramática.