lunes, 1 de septiembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UN GUSANITO





Rosy y yo fuimos al parque. La tarde era afectuosa, como aroma de pan recién salido del horno. En esta fotografía se aprecia cómo el sol se tiende generoso sobre las lajas, sobre las espaldas de estas muchachas bonitas. El sol se mostraba tan sutil que colocaba reflejos, como manchas de tigre, sobre la fachada del templo de Santo Domingo.
Estábamos en el parque esa tarde, porque Rosy me pidió comprarle unos esquites. A ella le gustan los esquites sin mayonesa ni queso. Ella los come (igual que yo) sólo con limón y polvojuan. ¿Por qué los pedís así?, le pregunté la primera vez y ella me dijo que no le gusta la revoltura de sabores. Así, me dijo aquella tarde en que lloviznaba y ella tenía puesto un impermeable rojo que su mamá le compró en un viaje que hicieron a Cancún, el sabor del elote tierno no se perdía entre el sabor plomizo de la mayonesa. Me dijo, como si fuese una experta sibarita, que el polvojuan (tostada con chile) y el limón sólo le daban más cuerpo al sabor de los granos de maíz.
La tarde luminosa de la fotografía, mientras comíamos los esquites, sentados en una banca frente a la fachada del templo, Rosy me dijo, asombrada, casi excitada: “Mirá, tío, un gusano”. ¿Dónde?, pregunté, al tiempo que me levantaba de un salto y ella reía con tal fuerza que algunos granos de maíz cayeron del vaso de unicel.
Rosy señaló hacia el piso, hacia el lugar donde estaban sentadas las dos muchachas bonitas. Tuve que entrecerrar los ojos para ver que, en efecto, un gajo seco estaba tirado. En Comitán, los niños les llaman gusanitos a estas tiras que, secas, caen de los árboles. Son como limpiapipas, enrrolladitos, suaves al tacto. Los niños los levantan y luego se los avientan. El juego es sencillo pero divertido, porque es el único instante en que los gusanos ¡vuelan! Claro, también hay algunos muchachos, ya crecidos, que juegan con estos gusanos y los emplean como objetos para acariciar el brazo de sus amadas. Esta clase de gusanos no hace daño alguno. Si nadie los levanta, ellos se pudren y se vuelven quebradizos. Algún caminante los pisa y se desintegran, pero si un niño los levanta con tiempo puede jugarlos y hacer carreteras sobre el suelo o imaginar que son como trenes que llevan carga a países de Sudamérica.
Mi sobrina dijo que los esquites, esa tarde, estaban en su punto. Pero luego dijo que tenía miedo. ¿Por qué?, pregunté, y ella dijo que el gusano se había movido. Dijo que podía subir a la espalda de una de las muchachas. Yo, no sé por qué, pensé en que el gusano elegiría la espalda de la muchacha de la blusa azul. “¿Les avisamos?”, preguntó Rosy. No, le dije, no hay necesidad. El gusano parece muerto, dije, pero ya no pude comer los esquites con calma. Algo como una desazón se apoderó de mí. ¿Y si el gusano subía por la espalda de alguna de las muchachas? Pensé que no era bueno sentarse en las gradas. En el suelo siempre hay muchas alimañas: hormigas, gusanos, cucarachas. A veces hay ratones y víboras coralillo.
A Rosy le dije que era hora de marchar, que ya debía llevarla a casa. Ella dijo: “¿por qué, tío, si todavía es temprano?”. No pude decir más. Sabía que el “gusano” era un simple gajo seco retorcido, pero en mi mente algo me decía que no quería ver el instante en que subiera por la espalda de la muchacha de la blusa azul.
La luz seguía desparramándose como si fuese agua limpia, sobre la plaza, sobre la fuente, sobre los caminantes, sobre la fachada del templo, sobre la espalda de las muchachas bonitas.