lunes, 22 de septiembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ EL AVE DEL PARAÍSO





El tío Rosendo dice que los niños de hoy traen un chip integrado. “¿Qué tal nosotros? Éramos menos revolucionados”. Lo dice así, porque, según él, ahora los niños son más despiertos. Antes, asegura, los recién nacidos nacían con los ojos cerrados, ahora, están naciendo y ya están papaloteando para todos lados.
Pero, los niños de todos los tiempos, siempre han subido a los árboles. Hay un cierto encanto en el juego de subir, propiciado a la vez por el riesgo de caer y fracturarse un pie o una mano. Hoy, todo mundo recomienda que los usuarios de los celulares no los empleen a la hora que van manejando o a la hora que caminan. Los primeros pueden provocar accidentes lamentables a los otros conductores y los caminantes pueden terminar sobre el piso si no ven por dónde caminan. Pero, esta niña no tiene de qué preocuparse. Con una gran agilidad, como si jugara rayuela, pasó de una a otra rama hasta acomodarse a gusto sobre el árbol. Tenía su celular en una mano y lo consultaba a cada rato. Yo creí que ella enviaba mensajes o se tomaba “selfies” para subir al face, pero, Mariana dijo que no era eso. Mariana dijo que yo, viejo, no entendía lo de estos tiempos. Ella, dijo Mariana, está consultando el clima, por aquello de los rayos; pero, insistió, en caso de lluvia, ella no tiene problemas porque su ángel de la guarda está activado. ¿Cómo?, pregunté. Sí, dijo Mariana, ¿no sabes que ahora los niños tienen un ángel de la guarda virtual? ¿De veras? ¡Me cotorreás!, dije. No, dijo ella, los niños de ahora tienen la posibilidad de estar conectados con su hada madrina. ¡Ah, ya!, dije, pero a la hora que iba a decir que era porque pueden comunicarse con su mamá, Mariana mató mi gallo y dijo que no fuera a decir lo que iba a decir. No, no, dijo, no me refiero a la posibilidad de comunicarse con su mamá, me refiero a algo que está por encima de eso. Explicame, le pedí. Ella me tomó de la mano e hizo que me sentara en una banca del parque, justo frente a donde estaba la niña sobre el árbol y me dijo que viera lo que ella hacía. La niña ave estaba detenida con una sola mano, su cuerpo lo recargaba sobre otra rama, vestía de negro, la sudadera tenía un mensaje al frente. La niña ave veía su celular y luego veía hacia la calle, hacia donde la gente pasaba. “No se caerá”, dijo Mariana. No, dije. Se veía muy segura, apenas se detenía de una rama con la mano izquierda. “¿Ya viste bien la mano con la que se detiene?”, preguntó Mariana. Sí, dije, ya la vi. “¿Bien, bien?”. Sí. “¡No! No la has visto bien. Mírala bien”. Y la vi, y, bobo, pensé que era como un renuevo de ala, si miraba bien, la mano de la niña era como un ala pequeña, entonces le dije a Mariana y ella sonrió. “Claro, tontito, esta niña no se caerá jamás”. Y yo, convencido, dije que sí, que tenía razón. La niña se veía con una seguridad más allá del instante, era como si su condición natural fuera la altura y no el suelo; es decir, como si el árbol fuera una simple extensión del piso. “Mira, allá viene Javier”, dijo Mariana y vi con dirección al Teatro de la Ciudad y vi a Javier que venía hacia nosotros. Apenas fue un instante, regresé la mirada al árbol y la niña pájaro ya no estaba. “Te lo perdiste -dijo Mariana- ya no viste volarla”, y a punto de decir algo, Javier nos saludó. Yo busqué a la niña entre la multitud que había en el parque, pero nada hallé, era como si la tierra se la hubiese tragado, pero Mariana, adivinando mi pensamiento, dijo: “como si se la hubiese tragado el cielo”, y entonces, sin pensarlo, miré hacia arriba y busqué en medio de las nubes y de los árboles y vi un pájaro que volaba lejos. “¿Cómo han estado?”, preguntó Javier, mientras se sentaba a nuestro lado. “Bien, muy bien”, dijo Mariana y yo asentí.
Lástima que el tío Rosendo no puede explicarme eso de que ahora los niños ya nacen de manera diferente. Me gustaría preguntar si alguno de estos niños o niñas tienen la capacidad de subir a los árboles y emprender el vuelo.