miércoles, 3 de septiembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UNA SIMPLE RAYUELA ES COMO UN TRASATLÁNTICO





Los dos adultos esperan. El niño está a punto de abordar algo como un trasatlántico. Los adultos saben que el juego que está sobre el piso es una rayuela. Juego centenario donde el jugador lanza el tejo y salta sobre los espacios, con uno o dos pies, hasta llegar al cielo. Es un juego maravilloso. El jugador, por ratos, debe convertirse en un ave zancuda, un flamenco, por ejemplo, y saltar en un solo pie. ¡Ah, qué prodigio de equilibrista!
Los dos adultos recuerdan. Recuerdan, cuando niños, jugaban rayuela. Con una vara pintaban la rayuela sobre la arena y ¡jugaban! Es un juego tan sencillo, casi simple y, sin embargo, entraña el misterio del universo, porque basta ir de casilla en casilla para llegar al cielo. Es un juego que contradice la teoría de que para llegar al cielo se necesita una escalera grande y otra chiquita. Acá se advierte que basta este entramado para llegar a lo más alto. Tal vez no hay juego más revelador que la rayuela. Todos los demás juegos no tienen la puerta para llegar al cielo. Quien salta la cuerda apenas tiene idea del vuelo, pero sólo es un instante en el que se despega del piso. ¿Damas chinas? ¿Ajedrez? ¿Fútbol? ¿Básquetbol? ¡Todos los juegos son terrenales! Sólo la rayuela permite volar, casi casi como si el espíritu del jugador se convirtiera en papalote.
Uno de los hombres, el de sombrero y manos en las bolsas, duda. Lo mismo hace el otro adulto. Por esto, éste último se lleva la mano a la barbilla. ¿Y el niño? El niño, con su cara de asombro, está a punto de iniciar el viaje más fantástico que hombre alguno puede tener. Basta que coloque un pie sobre la casilla número uno para que la aventura inicie; para que el trasatlántico viaje por todos los mares del mundo y del espacio.
A veces no pensamos en ello, pero es sorprendente la capacidad de este juego. Basta que un niño pinte una rayuela sobre el piso para que el prodigio asome. Es tan difícil jugar al cojito sobre un piso sin marcas. La rayuela forma el universo. Tal vez, la idea del universo no es más que este simple juego; tal vez Dios (o como se llame el creador) no ha hecho más que una rayuela sobre el espacio y los seres jugamos al cojito en esos cuadros. Tal vez la vida no es más que una rayuela en tres dimensiones y el juego consiste en pasar de un cubo al otro; tal vez esto sea la vida y la muerte. La muerte ocurre en el cubo 1 y la vida recomienza en el cubo 2 y así hasta la eternidad, hasta confundirse en el último cubo que es el cielo.
Los apasionados al fútbol soccer dicen que su principal virtud es que sólo se necesita un par de piedras y un balón para jugarlo. La rayuela nada necesita. Una persona, cualquiera, con su dedo pinta una rayuela sobre la arena y ¡juega!, juega y llega al cielo. Todos los demás juegos del mundo necesitan de chunches externos: cuerdas, baleros, trompos, canicas…
La rayuela es el juego más sencillo del mundo, casi simple, y, a la vez, es el juego más sublime del universo. Por esto, por esto, los dos adultos tienen cara de duda. No se explican cómo un simple juego alienta tal espíritu de fuego.
El niño está a punto de comenzar el gran viaje, el maravilloso viaje que lo llevará hasta el cielo, desde el suelo.