viernes, 12 de septiembre de 2014

HAY CIELOS QUE NO LLUEVEN





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como nubes sin agua y mujeres que llueven hasta en temporada de secas.
La mujer cielo que llueve no entra a Oxxos ni a tiendas departamentales. Sabe que la lluvia se prodiga en las parcelas que cultivan los hombres con vocación. La diferencia fundamental entre el hombre del siglo XXI y el hombre del siglo XXIII es que éste será un hombre con el corazón de metal que necesitará aceite para acelerar su ritmo.
La mujer cielo que llueve va al mercado y se inclina ante las mujeres que ofrecen verduras sobre canastos en pisos. Hay un acto de humildad en el instante en que la mujer coloca sobre un plástico el producto de la cosecha. Uno imagina que las mujeres del campo se alzan tantito sobre el suelo y alcanzan los frutos en las ramas de los árboles. No se escucha, pero hay algo como un pequeño quejido a la hora que la mano de la mujer tuerce el cordón umbilical que une el fruto al árbol.
La mujer cielo que llueve es deseada por cientos de hombres que saben que la tierra necesita del agua para dar la cosecha. La mujer cielo es repudiada sólo por aquellos hombres tímidos y ñoños que odian el agua de lluvia. Hay muchos hombres que le temen al agua, hombres cuyos logros máximos son pararse debajo de la regadera y bañarse con agua caliente. Odian el agua fría. No están acostumbrados a pararse a mitad del bosque y recibir la bendición del agua de lluvia.
La mujer cielo que llueve habla mil idiomas, todos los idiomas que entienden los hombres. Hay pocas sustancias en el mundo que puedan ser comprendidas a la primera impresión, al primer chubasco. Los expertos saben que hay hombres que no entienden el lenguaje de ciertas mujeres; sin embargo, la mujer cielo que llueve es comprendida a las mil maravillas. Basta que el hombre se despoje de sus ropas, abra los brazos y reciba la bendición de la lluvia. ¿Cómo se reconoce a la mujer cielo que llueve? Basta salir de casa, subir a un colectivo y ver si la mujer, en lugar de alas, tiene nubes pegadas a la espalda. Algunos despistados la rehúyen porque creen que es sudor, pobres tontos, no saben que la mujer cielo que llueve no suda, ni por temor ni por emoción; es húmeda por naturaleza, por eso su entrepierna huele a nardos; huele a árbol con renuevos en primavera.
La mujer cielo que llueve siempre está dispuesta a la vida. Se sabe que el agua es la bendición mayor. Basta que el amado se sienta tierra o cauce seco y pida, con todas sus fuerzas, que la lluvia bendiga el lado izquierdo de su corazón.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un vacío a mitad de la grieta y mujeres que son como el cielo a mitad del día.