viernes, 19 de septiembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LA LUZ ESTÁ SUSPENDIDA





Cuentan que hubo un dedo que indicaba el orden del universo. Si se doblaba como gusanito indicaba que sí; si se hacía para uno y otro lados, como péndulo, indicaba que no. También poseía la facultad de indicar el sendero o, más importante aún, el destino. Este dedo era como una rama del árbol mayor. A veces algún ave se posaba sobre él, cantaba y luego seguía su vuelo. El dedo era, también, el gran elector. Decía quién sería el elegido para cualquier encargo. Cuentan que incluso, el origen del universo no fue más que el dedo apretando un botón virtual. Todo comenzó con el dedo. El dedo, para distinguirse de los demás dedos, los dedos insulsos, los que sólo sirven para hacer cosas comunes, tenía pintada la uña de rojo, el color (todo mundo lo sabe) que simboliza la pasión por la vida. Los demás dedos son dedos comunes y corrientes, sólo son soporte para que alguien sostenga un pincel y pinte murales vacuos como los que pintó Diego Rivera, en la Secretaría de Educación, o el que pintó Rufino Tamayo, en el Palacio de las Bellas Artes. Los dedos comunes sirven para cosas sencillas como para que Arthur Rubinstein tocara el piano. Los dedos simples, a veces, sirven para acompañar la mano a la hora de la caricia. Hay gente que tiene el don de provocar chispas en la piel de las amadas. Son contados, pero existen. Los que saben dicen que esos dedos son parientes cercanos del gran dedo, del dedo mayor, del que creó el universo.
Los dedos comunes sirven para minucias, para rascarse el oído, para matar hormigas en las mesas, para reunir las migas (también en mesas), para quitarse la cerilla, para limpiar cristales, para mover los ratones de las computadoras, para escribir sobre teclados y para, qué pena, hacer caso a los malcriados que, molestos, mandan a sus contrincantes a “meterse el dedo en el culo y a olerlo durante todo el día”. Los dedos no aspiran a más, se quedan siempre en la superficie. Por esto, todo mundo, alaba el gran dedo, el que tiene la uña pintada de rojo, de magma, de esencia de corazón.
En la fotografía (¡momento sublime!) se aprecia el instante (¡irrepetible!) en el que el grifo de la luz abre sus alas. El lector atento observará que la luz platica con el dedo. El dedo escucha. El oficio del dedo mayor (después de haber creado el universo) es oír los pasos de su creación. Su oficio eterno es escuchar los ruidos y silencios. ¿Ven cómo la luz, apenas suspendida sobre el dedo, platica sus deseos? Si alguien aguza el oído escuchará cómo la luz alada cuenta un cuento con palabras sencillas, con palabras líquidas. Le cuenta que el camino es uno y que la luz no espera.
La luz alada solicita quedarse para siempre junto al gran dedo, pero éste, inflexible, le recuerda que la sombra no es buena consejera. Si se quedase con Él, ¿quién iluminaría los millones de galaxias? La luz insiste, pero el gran dedo, como péndulo de reloj de pared, va de un lado a otro, diciendo no. La luz platicó con el gran dedo, por un instante. ¡Qué privilegio! A veces, en la vida, sucede lo mismo, alguien (no tan alado, ni tan lleno de luz) se topa con el creador, platica con Él y luego (es la vida) debe emprender el vuelo.

(Fotografía: Fefe Martínez).