sábado, 8 de noviembre de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EN LOS LIBROS SE ABRE UNA VENTANA





Querida Mariana: usamos lugares comunes. Y no me refiero a que usamos los baños públicos cuando las ganas nos ganan. ¡No! Me refiero a que medio mundo repite frases que el otro medio mundo dice. Así ha sido siempre. Siempre hemos sido simples mortales, pero en estos tiempos nos estamos convirtiendo en mortales ¡bien simples! No se trata de ser un Octavio Paz y vomitar frases célebres a cada rato, pero no sería malo algo de originalidad en el uso del lenguaje. Corremos el riesgo de convertirnos en meros loros repetidores de sentencias bobaliconas. ¿A qué se debe que nuestro lenguaje sea más pobre cada vez? Carencia de buena lectura y exceso de programas bobos de la televisión. Si ahora en este momento dijera una frase de célebre comediante de televisión estoy seguro que ocho de diez personas la terminarían con éxito. Va un ejemplo: “¿Y ahora quién podrá defendernos? ¡El…!” ¿Verdad que sí la terminamos? A ver, ahora, un verso de Sabines: “La luna se puede…”. Ah, ya no fue lo mismo. Varios ya tataratearon. ¡Falta lectura! Falta acercarse al menos común de los lugares: la poesía.
Hay mucha gente que siente un cactus atorado en la garganta cuando alguien dice la palabra poesía. Se cree que la poesía es aburrida, ininteligible. No siempre es así. Hay poetas que escriben como si las palabras fuesen agua limpia, de esa que se bebe directo de un manantial. ¿Conocés algún poema de Fabio Morábito? A ver qué te parece este texto de este poeta que nació en Egipto, creció en Italia y, desde hace años, vive en México:

A tientas

Cada libro que escribo
me envejece,
me vuelve un descreído.
Escribo en contra
de mis pensamientos
y en contra del ruido
de mis hábitos.
Con cada libro
pago un viaje
que no hice.
En cada página que acabo
cumplo con un acuerdo,
me digo adiós
desde lo más recóndito,
pero sin alcanzar a ir muy lejos.
Escribo para no quedar
en medio de mi carne,
para que no me tiente el centro,
para rodear y resistir,
escribo para hacerme a un lado,
pero sin alcanzar a desprenderme.

¿Qué te pareció? ¿Bonito? La poesía usa las mismas palabras que usamos todos los días, pero el acomodo es tan sutil, tan de árbol en medio del desierto que se convierte en algo novedoso, en algo jamás escuchado. Los jóvenes de hoy emplean la palabra “güey” para todo y comienzan sus diálogos diciendo: Lo que pasa es que…
Fabio dice: “escribo en contra de mis pensamientos y en contra del ruido de mis hábitos.” “En contra del ruido de mis hábitos.” La costumbre, dicen, es mala consejera. Es mala consejera porque impide ver lo novedoso en cada acto. Cuando la gente alienta la capacidad de asombrarse, ante el espectáculo prodigioso que es la vida diaria, evita esa costra que se llama costumbre y todo lo convierte en algo inédito. Así, inédita, tendría que ser la palabra; inédito el acto de nombrar los objetos y las cosas. Hay gente (vos sabés) que juega con la palabra, que no la ve como la cárcel en donde se guardan los actos, sino que la ve como la gran posibilidad de jugar. De ahí el albur y el doble sentido tan sabroso y tan juguetón.
Hay personas que se molestan con el albur. No entienden que es un juego que da una torcedura maravillosa a la palabra. ¿Sabías que en Pachuca, Hidalgo, año con año, realizan el Concurso de Albures? Ah, cuentan que el teatro se llena y la gente disfruta del ingenio y mordacidad de los mejores albureros del país. Se requiere una gran agilidad mental para dar respuesta a un albur “bien sembrado”. Cuando la gente está dispuesta hasta la más mínima acción conduce a un juego verbal. Alguien invita a tomar té (de manera inocente) y el otro responde: “Sí, té tomo, todas las noches”. Las mentes puras no le dan el sentido que sí le dan las mentes medio perversas y juguetonas. Hay palabras y conceptos que son albureros por definición. Chile es una palabra muy alburera. “Compadre, ¿quiere’sté un chilito para su caldo?” “Sí, comadrita, pero siéntese, yo lo sirvo.” ¡Mirás cómo en dos frases comunes aparece el doblaje de la palabra! (Dudé en escribir la palabra doblaje porque ante la palabra chile se convierte, también, en alburera.)
El juego de la palabra se da en la convivencia, a la hora de tomar té (bueno, bueno), en la sobremesa, a la hora de tomar la cerveza con los amigos. Por eso, en estos tiempos en que los celulares, Ipads, Ipods y demás pantallas nos hacen perder el contacto íntimo con las personas hemos extraviado ese hilo de luz que era la palabra inteligente y sabrosa. La palabra ha perdido su lugar de preeminencia, que ahora es ocupado por la imagen. Tío Rómulo dice que corremos el riesgo de volvernos mudos. No lo creo, no lo creo, digo, pero luego veo las estadísticas que indican el número de palabras que emplean los jóvenes a la hora de conversar y pienso que no es tan loco el supuesto del tío. Cada vez empleamos menos palabras para darnos a comunicar.
Se habla del peligro de la pérdida de lenguas en el mundo, nos dicen que en cada lengua que se extingue es como si se apagara un universo. De igual manera debemos comenzar a hablar de la pérdida de palabras. Se están extraviando palabras que antes eran de uso común ¡y corriente!
Pánfilo dice que nuestra pobreza de lenguaje es porque ahora la gente no lee. Nuestro acervo de palabras es muy limitado. Si a esto le agregamos que medio mundo escucha las letras absurdas de las canciones de Arjona ¡pues ya la amolamos! Acá en Comitán volvimos chiste la manera rebuscada de hablar que tenía el maestro Bernardo Villatoro. “Abre el madero andante y deja que pase el céfiro blando”. (Lo que quiso decir: “¡Abrí la puerta para que entre aire!”). Y es que el maestro Bernardo era un experto en el uso del lenguaje y, en su afán de hablar con corrección, empleaba culteranismos medio arriba de las nubes. Pero, si lo analizamos con detenimiento, vemos que el maestro daba clases permanentes de alta cultura. ¿Céfiro? Ah, pues Céfiro es el Dios del viento, en la mitología griega. Es decir, el maestro Berna, en nuestro Comitán, hacía lo que hizo José Vasconcelos, a nivel nacional: dar a conocer a los clásicos griegos.
Era tan hábil el maestro Bernardo que ya te conté que él llamaba turrupes a los cohetes. ¿Por qué turrupes? Porque decía que los cohetes dafan TUfo, causaban RUido y eran PEligrosos. ¿Ingeniosito el maestro, verdad? Además de ingenioso lleno de sabiduría. Los cohetes causan cientos de accidentes; llenan de hediondez y de humo los espacios, molestan a las mascotas y provocan incendios de incalculables proporciones. ¿Cuál es nuestro gusto por echar “cuete” en todos los actos religiosos, incluidas las fiestas patrias y de año nuevo y de navidad? Somos pueblos coheteros. Vos sabés lo que significa decir eso. Significa decir que somos pueblos con reacciones primarias. La tía Rosita decía que era una tontería quemar dinero para llenar de polvo y ruido los cielos limpios de Comitán.

Posdata: el otro día estaba en el mercado, comprando veinte pesos de chinculguajes. Mientras la señora colocaba los chinculguajes en una bolsa de plástico cerré tantito los ojos y escuché el rumor de las voces de la gente, era como un mar iluminado; era como un oleaje afectuoso que llegaba a mi corazón. La palabra comiteca volaba con el clásico cantadito. ¡Ah, disfruté esos segundos que la vida me ofrecía de manera generosa! Creo que hace falta recuperar las sesiones donde hijos y padres se reunían a platicar. Hace falta dejar de lado, un tantito, las pantallas y recuperar los cielos donde la palabra volaba gozosa.
Ramón dice a cada rato: “Yo nací en tiempos en que la palabra se respetaba” y cuenta que antes los tratos se hacían “de palabra”. No era necesario firmar un documento para regresar un dinero prestado. Hoy, ese concepto está extraviado. (Hay ocasiones en que ni con papel el fulano cumple con su compromiso.)
Por ello, me dio gusto ver cómo cientos de alumnos acudían al teatro. Vos sabés que se presentó en Comitán la Muestra Internacional de Teatro. El teatro, dicen los que saben, es una de las artes más completas, la que sintetiza la vida. Ahí están reflejados todos los sentimientos y emociones del hombre. El teatro se encarga de preservar la palabra legada por los griegos, por los latinos; el teatro revive el pensamiento de Ibsen y de Shakespeare. Ahí, en el teatro, ¡la vida! La vida envuelta en un maravilloso diseño de papel de china.
Me dio gusto ver cómo cientos de alumnos de la Universidad Mariano N. Ruiz, del Conalep, del Colegio Regina, de la Universidad Autónoma de Chiapas y de la Universidad del Sureste, se sorprendían ante la luminosidad de la palabra dicha, con propiedad y profesionalismo, por actores de excelencia. Las compañías de Chiapas, del Distrito Federal (¡ah, qué belleza de propuestas de los actores y directores chilangos!), de Colombia, y de Tamaulipas hicieron las veces de surtidores de aguas limpias y empaparon de luz los corazones de los jóvenes espectadores.
Me dio gusto ver cómo, al final de las obras, dos o tres muchachos agradecían a los actores la oportunidad de acercarse a la maravilla del teatro.
Los padres de familia y directivos de esas instituciones son personas inteligentes, por permitir que los muchachos se acercaran a ese surtidor de agua clara. Saben que en el diálogo inteligente está la semilla del árbol de la palabra. Porque la palabra, lo sabés, es el mayor legado del hombre. Por esto, cuando en el Teatro de la Ciudad se presenta un acto con los mejores contadores de anécdotas comitecas ¡el teatro se llena! Se llena porque ahí los comitecos se reconocen, recuperan el tiempo en que se sentaban al lado de sus mayores y se botaban de la risa con la picardía que contienen esos gajos. En el albur (perdón), en la anécdota, en el testimonio, en los cuentos y en las historias ¡está la esencia de la cultura!
Corremos el riesgo de volvernos mudos si dejamos a la palabra inteligente de lado. Corremos el riesgo de convertirnos en simples loros repetidores si sólo aprendemos las frases bobaliconas de los actores mediocres de la televisión abierta. Es necesario acercarnos más a los papás y a los abuelos y conversar con ellos; es necesario acercarse más a las propuestas teatrales inteligentes (como fueron las que se presentaron en la Muestra Internacional de Teatro); es necesario acercarse a la literatura -a la buena literatura-, a la poesía, al cuento y a la novela.
A partir de mañana domingo, y hasta el miércoles, el teatro vuelve a llenarse de ese aire liberador que es la propuesta inteligente. En estos cuatro días se realizará el Festival Nacional de Títeres. Ahí estará la semilla. Los papás (inteligentes) llevarán a sus hijos al teatro (la entrada es libre) y los niños (inteligentes) llevarán a sus papás al teatro. ¡Todo mundo irá! La función del domingo es a la una de la tarde; las funciones de lunes, martes y miércoles serán a las seis de la tarde.
No me gustan las paredes. Sus ladrillos son tan planos, tan iguales, tan comunes. Pero sí me encantan las ventanas. Las ventanas permiten ver hacia afuera, ver cientos de mundos. El teatro es una ventana; el libro es una ventana grandísima, llena de aire, llena de vida. Vos también, niña amada, sos como una ventana.