miércoles, 19 de noviembre de 2014

MI VERSIÓN





Rubén me pidió le dijera las características de Comitán. Estaba a punto de hacerlo, mientras platicábamos sentados en una banca del parque, a la sombra del árbol de chío, cuando me di cuenta que no era posible generalizar.
Comitán no es uno, Comitán son miles y miles, son tantos, como comitecos han vivido y viven acá. A veces, señalamos generalidades, como si todos viésemos lo mismo: antojos, dulces, paisajes, edificios, modos de hablar. Esas son coincidencias. En realidad, cada comiteco tiene un Comitán diferente. Es como si cada ciudadano se enamorara y hablara de esa relación que no permite la infidelidad. Porque si algo caracteriza al amante es su sentido de propiedad. Con frecuencia se menciona un verso escrito por Mirtha Luz Pérez Robledo: “No soy de Comitán, Comitán es mío”. ¿Cuál es el Comitán de Mirtha? Sin duda que es uno exclusivo y diferente de los miles y miles de pueblos que llevan los demás en su corazón. Armando Alfonzo Alfonzo, a través de sus libros, nos habló de su Comitán especial. Las coincidencias son las que fomentaron simpatía por sus obras. Lo cierto es que si sus paisanos hubiesen escrito del Comitán de esos tiempos tendríamos otras imágenes, algunas, incluso, diametralmente opuestas y no por ello menos válidas. Hay gente que ama tanto a Comitán que elude sus defectos y sólo menciona sus virtudes. Hay otros, en cambio, cuyas miradas son más objetivas y hablan acerca de la luz que acuna a este pueblo, así como del cordón de sus grietas y de sus vacíos.
He llegado a la conclusión que Comitán es un río y sus aguas siempre son distintas, cambiantes. El otro día vi una fotografía del centro de Comitán de 1940. Ahí está lo que se llamó “manzana de la discordia”. Ese espacio era fundamental para quienes vivimos los años sesenta en este pueblo. Quienes viven el Comitán actual no tienen referentes sentimentales con dicho espacio. Pero, quienes vivimos esa época vivimos un Comitán único y exclusivo. El Comitán que yo recuerdo nada tiene que ver con el Comitán que ha vivido mi vecino del barrio de Guadalupe.
He dicho que gran parte de mi vida la he vivido en el interior de casas. Por lo tanto, no tengo acercamiento alguno con las tradiciones más emblemáticas de este pueblo. Jamás viví la experiencia de una entrada de velas y flores, a partir de las siete de la noche. Nunca tomé entre mis manos una vela envuelta en un “farol” de papel de china. Jamás esa luz de ámbar iluminó mi corazón. No puedo hablar de la entrada de velas si jamás he estado en una. Doña Luz ha participado en no sé cuántas entradas de velas y flores. Ella sabe cómo es el modo y la forma de hacerlo. Ella ha caminado las calles, desde que eran empedradas, hasta ahora en que el sonido de cien cláxones confunde los cantos. El Comitán de doña Luz tiene pocas coincidencias con mi Comitán. Sin embargo, las dos visiones son ciertas y valiosas, así como valiosas las versiones de miles y miles de más comitecos.
Todo lo he visto a distancia; todo lo he percibido como si estuviera en un balcón y la gente, en un nivel más bajo, bordara la vida.
Pero, también advierto que existe un Comitán que se pasea por las casas. La casa de mi infancia era una casa con cuatro corredores, un patio central y un sitio. Era una casa realmente comiteca, con sus pilastras de madera y sus corredores con ladrillos que las sirvientas humedecían y barrían en las mañanas.
Por esto, cuando Rubén me pidió dar características únicas del pueblo le dije que le daría mi Comitán. Mi mamá podría darle otro y así cada uno de los habitantes de la ciudad. Entendió y pidió que hiciera un esfuerzo de síntesis, porque, dijo, era imposible armar tantas fichas para un rompecabezas.
Pero, ¿de qué vale hacer un intento de síntesis cuando la vida tiene tantas parcelas? Pienso en el Universo, pienso en su expansión y digo que esto es la vida y digo que eso es Comitán. El otro día, mi jefe me dijo que Comitán ha crecido mucho. Si vemos el crecimiento de Las Margaritas o el de La Trinitaria o el de Teopisca, vemos que es moderado. Caso contrario es el de Comitán. Comitán ha crecido de manera desorbitada y desordenada.
El Comitán de 1960 ya casi es una mera ficción. Existe en la memoria de quienes vivimos esos tiempos, pero en cada uno existe de manera diferente.
El otro día leí que en el París de los años ochenta había más de cuatrocientas salas cinematográficas. En ese tiempo, en nuestro pueblo ya no contábamos con ninguna. ¿Puede alguien imaginar una ciudad sin una sala de cine? Imagine Comitán. En los años sesenta tuvimos dos: el Cine Comitán y el Cine Montebello. Estoy seguro que nadie podría atreverse a sintetizar a París. Y si bien, Comitán no es París, es una pedantería tratar de dar las características de un pueblo tan único y tan cambiante. Ya no somos lo que éramos en los años sesenta, pero seguimos siendo un pueblo que tiene un nombre tan sonoro: ¡Comitán! Pero, jamás podrá existir alguien que pueda poner en una sola caja todo lo que este pueblo significa. Es labor imposible reunir miles y miles y miles de testimonios. Y sin embargo, es importante que cada uno dé su testimonio. Comitán es único, pero no es único. Comitán es miles y miles y miles de nubes y de piedras.
Nunca me abrogaré el derecho de decir cómo es Comitán. Lo que sí puedo hacer es tratar de balbucir mi Comitán, el que he vivido, el que vivo, el que sueño.
No, Rubén (le dije) no puedo hacer el esfuerzo de síntesis. Comitán no lo merece, porque Comitán es como un Universo, siempre en constante expansión. Su extinción será dentro de miles de millones de años luz.