domingo, 23 de noviembre de 2014
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY DESPOJOS
Eran las once con veinte de la noche. Mariana y su primo caminaban con rumbo a casa. A Mariana le gusta caminar por la noche. Llegaron a la esquina y de pronto ella vio una cuerda de lado a lado y sobre la cuerda dos despojos. La penumbra daba forma a los dos despojos, podían ser deshechos de cualquier cosa.
El primo se hizo para atrás, en una reacción instintiva. Luego rio, rio porque al principio pensó que eran despojos de fantasmas. Despojos, porque, se sabe, los fantasmas no existen, pero la humanidad los ha nombrado tanto que, a veces, algo como un trapo roto queda flotando a mitad del patio.
Hay gente que cuenta historias de fantasmas, se aparecen en todos los lugares: en los patios (a medianoche), en los cuartos (a la hora que el reloj del parque da las doce campanadas). Marcos jura que en el patio de su casa se aparece un fantasma, sobre todo cuando es día de luna llena. En la pared colindante con el vecino hay una enredadera que cubre casi casi toda la pared. Ahí se aparece el fantasma, es el fantasma de una niña, con vestido blanco, sucio, deshilachado. La niña tiene una mirada como de pozo, nada dice, nada hace, sólo se aparece y luego, como si alguien la jalara, se desaparece en medio de la enredadera. Marcos dice que el otro día halló un pedazo de tela, podrida. Corrió a la cocina para decirle al tío que ahí estaba la prueba de la existencia de la niña, pero cuando llegaron nada había. Marcos dice que fue el aire el que desintegró el pedazo de tela. ¿Por qué el fantasma de la niña no se desintegra al contacto con el aire? Marcos dice que por esos los fantasmas no pueden permanecer mucho tiempo en esta dimensión, se aparecen sólo por instantes, ven cómo está la vida de acá y luego regresan a su mundo de allá. Cuando lo cuenta yo pienso en los astronautas que no pueden sobrevivir en atmósferas sin aire.
A Mariana le gusta caminar de noche. Dice lo que dice todo el mundo, que hay que tenerles miedo a los vivos no a los espantos. Mariana dice que esa noche los despojos se movían casi de manera autónoma. Estaban sobre una cuerda, pero esta cuerda casi no se notaba en medio de la penumbra. Los despojos se movían como si fuesen fantasmas desplazándose a través del aire.
Una vez que pasó el asombro de la primera impresión, Mariana le preguntó a su primo por qué estaban esos plásticos a mitad de la calle. Era una cuerda tendida de poste a poste, con dos plásticos miserables colgados de él. Los plásticos eran como dos vestidos puestos a secar sobre un tendedero, como dos sacos de fantasmas que ya estaban cansados de tanta humedad. Si uno hace caso a la historia de Marcos, las niñas fantasmas visten como si se presentaran a su primera comunión, una ceremonia que jamás se cumplió. Las historias de fantasmas nunca los presentan desnudos, siempre llevan una ropa, una ropa que, por lo regular, corresponde a la época en que vivieron. Los empleados de la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, juran que han visto el fantasma del Doctor, viste traje sobrio y un bombín.
Por ello, Mariana rio y dijo que esos despojos a mitad de la calle eran los sacos de dos fantasmas que por ahí habían pasado. Los dos hicieron una apuesta. Acudirían al mismo sitio al día siguiente para ver si los despojos seguían ahí. Si ya no estaban, dijo Marcos, era señal de que los fantasmas se habían vestido para un baile de etiqueta. Mariana rio. Regresaron al día siguiente, ya con pleno sol, y tomaron la foto que acá se muestra. Los despojos seguían ahí. Marcos dijo que los fantasmas seguían desnudos. A la hora que lo dijo, Mariana sintió que alguien le tocaba el brazo y pensó en el hombre invisible. Un aire helado, proveniente de La Ciénega, levantó las hojas secas y movió los dos despojos de plástico. Mariana, hasta entonces, se fijó en las dos flechas pintadas sobre las paredes: una flecha negra y otra roja (flechas que indican la preferencia para los automovilistas). El aire cesó. Todo quedó inmóvil. Marcos dijo: “no podemos ir hacia el poniente sur”. Rio. “No”, dijo Mariana.