domingo, 30 de noviembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE NADA SE VE





Lucía me enseñó una tarjeta negra. Era un papel fotográfico. “¿Qué ves?”, me dijo. Yo, sólo por jugar, le dije que veía una casa, un camino y un pajarito. Lucía sonrió. Abrió la ventana y le gritó a su mamá, quien regaba las plantas del jardín: “¿Ya viste, mamá, mi tío Alejandro sí sabe mirar?”. Y yo, con pena, seguí leyendo el libro de Modiano (Premio Nobel de Literatura) que llegó en el paquete de Gandhi (la librería).
Sólo por jugar me senté en el piso, al lado de Lucía. Tomé una de las muñecas y, siguiendo con el juego, le pregunté (a la muñeca), qué veía en la fotografía de Lucía. Lucía volvió a sonreír y luego haciendo voz de pajarito dijo: “Veo una araña que juega a la comidita con un elefante”. Yo moví la muñeca como si fuese un títere y, en efecto, ella respondiera mi pregunta. Lucía volvió a hacer la vocecita de hilo delgado y preguntó: “¿Y tú, qué ves?”. Hummm, dice, yo veo una montaña de sal y hasta arriba veo un venado que disfruta su cena. Lucía rio y pidió a su mamá que se acercara. Rocío dejó la regadera al lado del árbol de durazno y, limpiándose las manos con su mandil a cuadros, se acercó hasta nosotros. El sol se ocultaba. Una sombra dulce iluminaba el patio de la casa de mi prima.
No sé, tal vez en algún agujero negro del Universo puede jugarse este juego. Alguien (no sé) puede preguntar: “¿qué ves?”.
A veces imaginó que el origen del universo fue este juego. Todo era oscuridad y silencio. Alguien (una niña bonita, como mi sobrina) le mostró la negritud total e infinita y le preguntó: “Dios, ¿qué ves?”, y Dios pronunció una extensa relación de objetos y seres. Conforme los fue nombrando, ellos tomaron forma. Se sabe que cada vez que Dios nombra ¡crea!
Rocío me dijo que si estuviéramos en los años sesenta diríamos que esa fotografía estaba “velada”. Sí, dije. En los años sesenta, a veces, los rollos fotográficos se velaban porque los lastimaba la luz. Los rollos fotográficos debían ser manipulados adentro del cuarto oscuro para que, mediante un proceso maravilloso de revelado, aparecieran las imágenes. A veces, el rollo se velaba y sólo se obtenía una placa negra, como la que mi sobrina tenía entre las manos y con la que jugábamos.
Rocío, con su pie, hizo a un lado las hojas secas, y se sentó sobre el espacio “limpio”. Jugó, también, con nosotros. Cuando Lucía le preguntó qué veía, mi prima dijo que veía un sombrero de mago y del sombrero salía un conejo. ¿Cómo se llama el conejo?, preguntó Lucía y su mamá dijo que no tenía nombre, que el animal la había nombrado madrina y que ella, Lucía, debía nombrarlo. Romeo se asomó en el portal de la casa, prendió el foco y dijo que ya iba a comenzar el partido de fútbol, preguntó que si lo veríamos. Lucía y Rocío dijeron que sí (en casa todos son aficionados al fútbol americano), que ya íbamos. Romeo abrió la puerta abatible con mosquitero y entró a casa. Hummm, dijo Lucía, casi como si me imitara, con la mano derecha en su barbilla, y bautizó al conejo. Reímos por el nombre. ¿A quién se le ocurre nombrar a un conejo con el nombre de Titanic cuatro? A mi sobrina. Como estábamos jugando le pedí a Lucía que corriera a apagar la luz del portal, la que había encendido su papá; y a Rocío le pedí que apagara la luz de la casa. Ya la noche había entrado. Ambas se pararon y corrieron. La luz del portal se apagó y luego las de casa. Vi las sombras de los tres en el portal, los vi caminar hacia mí y, cuando llegaron, Lucía dijo que nos acostáramos bocarriba sobre el césped y que viéramos el cielo. Vimos entonces algo como una fotografía en negro. Y pensé que sí, que igual que nosotros, alguien jugaba “allá arriba” y preguntaba: “¿Qué ves?”.