domingo, 9 de noviembre de 2014

EL JUEGO DE DIOS





Una vez (ya lo dije) decidí no participar en presentaciones de libros (como presentador). ¡Dios mío, no he cumplido! A veces me invitan y me apena decir que no. Contra mi voluntad digo ¡sí! Y ahí ando trepándome a mesas de “honor”, mientras las personas del público bostezan, cuchichean, checan sus celulares, leen mensajes, responden, piensan en la inmortalidad del cangrejo o ven cómo está vestida la autora del libro.
Cada día, al despertar, como si fuese alcohólico anónimo, digo: “sólo por hoy diré no a las presentaciones”, pero cuando vengo a darme cuenta ya volví a decir que sí, ya volví a agarrar la botella. ¡Ah, qué poca fuerza de voluntad!
Marirrós Bonifaz, igual que yo, se aleja de tales tentaciones. ¿Para qué sirven las presentaciones de libros? Pareciera una total falta de respeto a los lectores. Es como si pensáramos que ellos no tienen capacidad para tener sus propias opiniones y para establecer un juicio propio acerca de la obra en cuestión.
Pero, ahora sí ya me decidí: ¡no aceptaré ser jurado de concursos! ¡No, no y no! No habrá poder humano que me convenza de participar como jurado. He participado en concursos de oratoria (Dios mío, si luego medio mundo no sabe que es un exordio); he participado, asimismo, en concursos de cuento y de ensayo (ay, Señor, qué desfachatez). Sólo faltó que me invitaran a ser jurado en un concurso de belleza o en un concurso de mascotas o en un concurso de “vencidas”. Ricardo siempre dijo que era yo un milusos, un todólogo, un sabiondo, un engendro del demonio de las siete cuerdas.
Sí, ahora me doy cuenta que pequé, pequé de obra. Ahora seguiré pecando, pero será por omisión. No aceptaré ya nunca más.
Jamás he estado de acuerdo en ese sistema de competencias donde alguien desplaza al otro. Eso de los primeros lugares está bien para los deportistas, para quienes, en una carrera de cien metros, llegan unos antes que otros. El deporte exige que haya un ganador. ¿Cuál selección gana? La que encesta más, la que mete más goles, la que llega en primer lugar. Hay una correspondencia perfecta entre el que hace más con el que debe merecer la gloria de la corona de oliva. Pero, ¿en literatura, en danza, en pintura, en música? ¿Cómo alguien puede determinar quién es “el primer lugar”? Hago ejercicios de imaginación e imagino que me exigen decir quién es el mejor escritor del mundo. ¿Cómo determinar esto, salvo el gusto y el conocimiento personales? ¡Es una tarea imposible y, además, estéril, tonta! ¿Cortázar, Dostoievski, Zola, Poniatowska, Modiano, Joyce Carol Oates, Joyce, Vargas Llosa, Kawabata? ¿Quién llega primero a la meta? ¡No, no y no! El arte no es una carrera de caballos ni es una competencia física. El intelecto y la obra de creación no tienen elementos de medición objetivos. Todo es tan a modo del color del cristal con que se hace la lectura del mundo. Y hay millones de lecturas, todas válidas.
Por esto, para no volver a jugar al perfecto, para no usurpar las funciones que sólo le corresponden a Dios (porque el arte es la mano izquierda del Creador), a partir de hoy, de este instante, digo que no volveré a aceptar una invitación para ser jurado del concurso equis o zeta. Con la pena del mundo diré que no a toda invitación. Les diré que me volví anoréxico de la mente y que tal enfermedad es contagiosa y que, por lo tanto, busquen a otro que juegue estos juegos perversos donde alguien (¡Dios mío!) se erige en el máximo juez y determina quién sube al peldaño de la gloria y quien resbala hasta los más profundos vacíos.