sábado, 29 de noviembre de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA UN DESEO




Querida Mariana: los seres humanos estamos llenos de deseos. ¿Puede decirse que hay tantos deseos como personas en el mundo? Tal vez sí. Tal vez algunos deseos son comunes: la salud, el dinero, el amor y otros chunches, pero, como regla general, cada persona tiene deseos específicos.
¿Vos deseás algo, con intensidad? Nina, quien es la niña que ganó el Concurso de Cuento “Los animales de la selva”, me dijo que su mayor deseo era conocer un oso panda. La maestra Alicia le dijo que cuando fuera a la Ciudad de México a recibir el premio podía ir a Chapultepec. “¡Ahí hay un oso panda!”, dijo la maestra, casi emocionada, como si ya estuviera frente a la jaula de cristales transparentes y viera al oso comiendo un trozo de bambú y así se cumpliera el deseo de Nina. Pero Nina dijo que no, que no quería ver un oso panda encerrado.
Los deseos, mi niña bonita, casi no se cumplen siempre, porque la manifestación del deseo siempre es menor a lo deseado. Las mamás cuentan que siempre soñaron con su príncipe azul, pero, al final, terminaron con un plebeyo medio gris azulado (a su lado).
Vos sabés que hoy inicia la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara. No puedo imaginar el deslumbre de esa feria. Los datos que leo son luminosos, abrumadores. Esta feria, dicen los que saben, ya es la segunda feria del libro más importante del mundo. La Feria del Libro de Frankfurt, Alemania, es la número uno. Es impresionante el número de asistentes a la Feria del Libro, de Guadalajara, el año pasado acudieron más de setecientas cincuenta mil personas. ¿Lo imaginás? Hay un día (de los ocho o nueve de la Feria) que la población total de Comitán visita las instalaciones. ¿Imaginás a todo Comitán hojeando libros, asistiendo a conferencias, haciendo fila para conseguir el autógrafo del autor predilecto? A mí me cuesta trabajo imaginarlo, porque nunca he estado en un acto donde se manifieste tanta gente. Siempre me han seducido esos actos donde la multitud se hace presente: los conciertos de rock o de pop en estadios; las marchas que ahora realizan en la Ciudad de México; los estadios de fútbol llenos a todo lo que da, con miles y miles de hinchas gritando ¡gol, gol, gol!, cuando ocasionalmente cae uno; las ferias pueblerinas, llenas de puestos donde venden micheladas, pizzas con grasa y papas fritas cagadas de mosca. Me seduce la Plaza de San Pedro llenísima de fieles en espera de que un hombre les dé la bendición. Pero todo lo he visto en imágenes de televisión y en fotografías. Por esto, no puedo imaginar la multitud que hoy acudirá a la fiesta de la inteligencia, en Guadalajara. ¿Deseo estar allá? A vos, ¿te gustaría estar en medio de esa multitud, viendo montañas de libros? ¿Alguna vez has estado en un lugar donde los lectores son como pájaros y vuelan por encima de árboles cuyos frutos son libros? ¿Alguna vez has estado en un lugar donde hay miles y miles de libros?
Los deseos causan frustración, son como el fruto del árbol prohibido. Los deseos son el hilo que usan los demonios para enredar la miseria. Quien desea se mete, voluntariamente, a una celda. El deseo es una maldición. “Te deseo”, dice el amado a su muchacha. “Yo también”, dice la otra, con ojos de pez a mitad de la pecera esférica. Esas palabras contienen todo un universo, porque el deseo es el motor que acciona el mundo. El deseo es un alacrán, pero sin él, el mundo no funcionaría. ¿Imaginás una sociedad sin deseos? ¿Una sociedad satisfecha? Todo se mueve a través del deseo. Los hombres que no desean son los más felices, pero son los más estériles.
Mi amiga Eva Morante siempre trata de sembrarme el deseo de ir a la FIL. Me presume aquel oasis en medio del páramo editorial. Este año, Argentina es el país invitado de honor. Este año (a partir del día de hoy), el nombre de Julio Cortázar correrá, como canica traviesa, por todos los pasillos de la Feria. ¿Deseo estar allá? No, no lo deseo. Y no lo deseo porque sé que será imposible asistir. Entonces, ¿para qué lo deseo? Desde niño he sido una persona alejada del deseo. A veces, como a cualquier humano, el deseo me toca, pero al rato lo desecho.
Hace como veinte años algo como una pequeña planta comenzó a crecer en mi espíritu. Comencé a desear conocer París. Vi muchas películas que tenían a París como telón de fondo; leí muchas historias de muchachos y muchachas que se besaban en los pasadizos húmedos de las casas Parisinas y en los entremetidos de las calles que son como orillas del Río Sena. Vi muchos documentales y compré dos guías de París. Una amiga me obsequió un llavero con la imagen de la Torre Eiffel. (Llevaba a París en la bolsa de mi pantalón. Esto fue una mala decisión. Parece que debí llevar a la Torre en mi corazón y no en la bolsa de mi pantalón. En la bolsa de mi pantalón debí llevar muchos billetes para lograr mi deseo. Lo único que logré fue un gran hoyo en la bolsa que provocó que las pocas monedas que tenía se perdieran). Deseé con toda mi alma ir a París. Como decía el comercial de Pronósticos Deportivos: “Me vi”. Me vi haciendo fila en el Museo del Louvre, bajando por la Pirámide diseñada por el arquitecto Pei; me vi, en medio de una multitud, subiendo a la Torre Eiffel y cenando en el Restaurante “Julio Verne” y, mientras tomaba una copa de vino, veía a París desde las alturas; me vi tirado en el piso en la Plaza de La Concordia, bocarriba, con los brazos en cruz, viendo el cielo nocturno; me vi, una mañana lluviosa, caminando por las calles solitarias del cementerio de Montparnasse, con el cuello de la chamarra hacia arriba, buscando la tumba de Julio Cortázar (ese maravilloso cronopio que hoy, como papalote, volará en los cielos de la FIL). Aprendí algunas palabras en francés y me vi (me oí) decirlas a la hora de solicitar una habitación o a la hora de preguntar adónde quedaba la rue Martel, para caminar esa calle donde está la casa que habitó Cortázar y su primera esposa: Aurora Bernárdez. Y para cumplir mi deseo, un día pinté mi raya en Comitán y quemé naves. ¡Ay, Dios mío, no pasé de Chacaljocom! Tal vez lo deseé tanto que alargué demasiado el deseo y los deseos que se dilatan mucho (dilatar en la acepción de extender) se hacen débiles y a la menor provocación se rompen como si fueran ligas muy tensadas. Entendí que había roto con mi propia naturaleza: nunca desear, sólo recibir lo que Dios me da. Regresé a Comitán ya sin desear más (porque mi retorno sí lo deseé con gran intensidad). Ahora estoy acá, en mi pueblo de nuevo y ¿qué deseo? ¡Nada! ¡Nada pido! Dejo que mi energía fluya hacia donde el universo lo envía. ¿Carro nuevo? No. ¿Casa nueva? No. ¿Viajes? No. ¿Dinero? ¿Para qué si nada deseo? ¿Es esto una actitud conformista y mediocre? No lo sé. Aprendí que el deseo frustra y mete a la persona en una prisión. Además, es sentencia popular, el ser humano no tiene llenadero. En el instante que un deseo se cumple la luz del deseo se apaga. Los deseos infantiles son ejemplo de ello. Ahora que está cercana la nochebuena y los niños esperan con alegría que sus deseos se cumplan a través de los regalos que les dejará el viejito de la nochebuena hay una gran emoción en sus caritas. “¿Qué le pedirás al viejito?”, le pregunté el otro día a Rosy, la hijita de Rosaura. Ella, con su dedo índice de la mano derecha, enumeró sobre los dedos de su mano izquierda los cinco juguetes que quiere. Su cara tenía la luz de un reflector de escenario de teatro. Ya sé qué pasará. Si el viejito le cumple todos sus deseos, ella sonreirá como paloma en vuelo, brincará y bailará, pero días después esa luz se irá apagando y se volverá un árbol sin hojas. El deseo, una vez cumplido, se convierte en agua hedionda. Es necesario alentar un nuevo deseo, para que el afán de vida no sea un mero vacío. Es necesario que aparezca la novedad.
Los que le saben a esta vaina de la vida recomiendan vivir “el aquí y el ahora”. Esta sentencia excluye el deseo; esta sentencia no incluye el futuro y (todo mundo lo sabe) el deseo se instala en el futuro, no corresponde al presente. Deseamos un mejor porvenir, todo está relacionado con el futuro. Deseo un mejor carro, una mejor casa, un amor eterno e ideal. Deseo que mis papás tengan buena salud, que mis hijos se gradúen y tengan trabajos bien remunerados, que mis nietos vivan en un mejor país. Todo apersogado en lo que está por venir, porque nos da miedo lo desconocido.
Ahora que lo pienso, veo que he sido inexacto. ¡Mentira, mentira! El deseo también alude al pasado y lo hace con gran fuerza. Hay personas que desean regresar al pasado, son quienes siempre dicen que “todo pasado fue mejor” y viven en el eterno rezo del “hubiera”.
Te conté que hubo un tiempo en que lamenté estudiar en la Facultad de Ingeniería, en la UNAM. Pensé que si hubiera estudiado la carrera de Filosofía y Letras mi vida hubiese tenido mayor sentido. Mientras estudié en la UNAM jamás falté a la escuela, nunca me fui de pinta. Lo que sí hacía es “volarme” las clases que me correspondían. Iba a la Biblioteca Central y leía novelas y cuentos; iba a los ciclos de cine que organizaban en las diversas facultades; asistía a las charlas y conferencias; es decir, era un universitario que vivía intensamente la propuesta cultural que la universidad ofrecía. Jorge me dijo el otro día que él se concentró en su carrera, desperdició la oferta extracurricular. Bueno, el resultado es que, después de cinco años, Jorge concluyó satisfactoriamente su carrera y yo regresé a Comitán con mi batea de babas. Pensé entonces la clásica cantaleta de que si volviera a tener la oportunidad ¡no la desperdiciaría! Pero ahora, instalado en el “aquí y ahora” veo que debí recorrer ese camino para ser lo que soy. Y ahora me siento bien conmigo mismo, ya lo dije, soy mi mejor amigo. Si no hubiese pasado lo que viví no sería lo que soy. Mi papá me perdonó no entregar el título. Me puse a trabajar con él y años después (mi papá ya no lo vio) me titulé como Licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericana (que era lo mío, lo mío, lo mío).
Nada deseo, porque quien desea reconoce que la vida no está en su esfuerzo personal sino en ese misterio azaroso que es el destino. Cuando alguien dice deseo tal cosa coloca su voluntad en el objeto o en sujeto deseados. “Te deseo”, dice el amante a su muchacha, mientras su mano recorre el muslo y la entrepierna. La muchacha obtiene el poder. Mientras más intenso el deseo del amado, más escarpada la otra orilla. Porque (debemos reconocerlo) el deseo siempre está fuera de nosotros, es lo que le corresponde al otro (¡quiero ser presidente!, dice el político ansioso de poder), es lo que está en la otra orilla (¡quiero tener un BMW!, dice el muchacho que admira los carros de lujo).
Si pudiera desear algo del pasado, pediría que Vincent Van Gogh fuera a los grandes museos del mundo y con los coleccionistas más renombrados y les exigiera sus derechos de autor. ¡La gran incongruencia del mundo es el hecho de que él vivió en la miseria y ahora sus cuadros se cotizan en millones de dólares! Amamos a Vincent, amamos su obra, pero somos incapaces de hacer que él viva una vida digna. Fue un pobre miserable. Tal vez el máximo deseo sería la utópica y estúpida idea de que el mundo fuera más justo, menos violento, más afectuoso. Pero esto es un deseo de candidata a Miss Universo; es decir, una bobera.
Pero el deseo va más allá. Es una perversión. A veces (muchas veces) no proviene de un anhelo auténtico sino que es engendrado por otro. Al estilo de la bruja que en el cuento infantil ofrece una manzana (envenenada), alguien extiende la mano con una oferta irresistible. El deseo engendra como si fuese un crío hijo del mal. Por esto, un gran porcentaje de las grandes tragedias del mundo provienen del deseo insano y mal incubado. El hombre que desea a una muchacha bonita que está por encima de sus posibilidades debe hacer uso de la violencia para lograr su deseo; el hombre que desea el poder (por encima de todas las cosas) no tiene límites y va tras él sin importar lo que debe hacer para lograrlo.
Hoy se inaugura la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara. Más de setecientas cincuenta mil personas acudirán en los próximos nueve días. ¡Una multitud que entablará un diálogo con la imaginación y con la inteligencia! ¿Desearía ser uno de esos setecientos cincuenta mil lectores? No. Acá estoy tranquilo. Leeré algunas crónicas, estaré al pendiente de las noticias. Procuraré, desde Comitán, estar allá, sin el desosiego por la falta de dinero para comprar ¡tanto libro que me gustaría poseer!
¿En qué porcentaje aparece la envidia en el deseo? En qué medida, quien no desea es ¿un mediocre conformista? ¿El deseo mueve el mundo? ¿Las personas que desean algo son quienes logran las transformaciones?

Posdata: una vez que se alcanza el deseo, la novedad cesa. Todo toma un aire de niebla. El deseo vuelve a manifestarse con una novedad. El ser humano se mueve a través de deseos. Así es la vida. Pobre de aquél que deseara formar un dique y evitar la naturaleza humana.
¿París? Ahí está, incólume en su grandeza; sin saber que un día yo “morí” por caminar una de sus calles; por beber en uno de sus cafés; por tirarme, bocarriba, con los brazos en cruz, para mirar su cielo. Ahí sigue, amplísima en sus sueños y en sus deseos. ¿Yo? Ahora tranquilo. Camino las calles de mi París particular (bien puede ser Comitán o Chacaljocom). Miro este cielo y cuando veo un ave cruzarlo, como línea de sueño, pienso en qué deseo lo mueve y tomo un sorbo del atol de granillo que tengo entre las manos. El deseo cesa cuando ya se tiene el objeto o el sujeto entre las manos. Luego aparece, de nuevo, la novedad. Así es la condición humana.