viernes, 14 de noviembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE EXPLICA POR QUÉ TODO CRECE





¿Crecen las piedras? Roberto dice que no, dice que sólo crecen los seres vivos y que las piedras no crecen. ¿Nacieron muertas las piedras?, pregunto. Roberto no contesta, sigue bajando música en su computadora. Roberto siempre se comporta así. Hay un instante en que se desentiende de las preguntas, como si éstas lo fastidiaran, como si el mundo estuviera bien sin preguntas. Los adultos, se sabe, terminan por fastidiarse cada vez que los niños andan pregunta y pregunta: ¿Por qué el sol no es azul?, ¿por qué los ratoncitos no tienen alas?, ¿por qué el azúcar no es salada? ¡Ya, ya, ya, ya basta!, dicen los adultos alzando los brazos y elevando la mirada hacia el cielo, como pidiendo clemencia a un Dios que creen los entenderá, porque creen que es adulto. ¿En algún momento intuirán que Dios es un niño, el niño más bonito de éste y de los demás universos?
Por eso, a Roberto no le pregunto si este árbol creció porque quería hacerse amigo de la buganvilia que asoma, coqueta, sobre la parte alta de la barda. Yo vi cuando sembraron el árbol. No sé cómo se llama el árbol, pero no pregunto, porque Roberto se molestará. Él sigue bajando música de U2. Le gusta mucho escuchar música.
No sólo vi cuando sembraron el árbol. Vi cuando un albañil comenzó a hacer el macetero al aire libre, con ladrillos y cemento. Una mañana cualquiera, el hombre preparó la cuchara y, al lado de la banqueta, ahí donde se supone que ya es territorio de la calle, hizo una extensión para que ese espacio no estuviera tan gris, tan lleno de cemento, tan color de mar en temporada navideña. Y luego, otra mañana, vi a una mujer plantar dos o tres gajos que eran como un hilo tierno de vida. Y, como dijeran los cuentos clásicos, “la vida caminó sin prisa” y una tarde, el gajo se convirtió en un adolescente estirado, tan flaco como liana, y creció, creció hasta alcanzar las manos de la buganvilia que, trepada en la barda, había visto lo mismo que vi yo; es decir, la plantación y su crecimiento.
La pregunta es: ¿por qué crecemos? Si le hago caso a Roberto, las piedras no crecen, pero los perros, los gatos, los niños y los árboles sí crecen, crecen porque pareciera que es ley natural contravenir la ley de gravedad. Parece que el Universo dispuso que si la ley física indica que todo tiene que ir al centro de la tierra (como las piedras, inertes, tontas, cuando caen desde un segundo piso), lo que tiene vida debe ir hacia arriba, hacia donde, como lagartijas, las buganvilias se tienden al sol y juegan.
Ahora (esta foto es fiel testigo) la fronda del adolescente alcanza las piernas de la buganvilia. ¡Ah, qué bonito juegan todas las mañanas que paso por la banqueta del frente! A veces escucho su plática y oigo como los pajaritos se divierten con los cuentos que ellos se cuentan. Es tan bonito verlos así, unidos. El otro día oí que la buganvilia le decía que cuando crezca más le permita subir a su lomo y ascender junto a él. El adolescente dijo que sí, que nunca se dejarán, que todo en la vida está dispuesto para que siempre estén juntos.
Las piedras no crecen. Los árboles y las buganvilias sí. Éstos crecen hasta donde la mano de Dios lo permite. Hay árboles que crecen mucho como si fuesen varillas para un edificio de treinta pisos; hay otros (mexicanos tenían que ser) que, en lugar de crecer a lo alto ¡crecen a lo ancho! Esos osos obesos tienen troncos que son como patas de elefante. Todo crece. Todo habla de vida. Menos las piedras. Las piedras sólo sirven para que la gente tropiece. Las piedras ¿con quién juegan? Los niños que juegan con piedras, los que hacen bordos de presas en el sitio de la casa, los que las usan para aventarlas contra los pajaritos ¿platican con ellas?