miércoles, 26 de noviembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY UNA SUGERENCIA





Este tipo de sugerencias está de moda. En el Facebook abundan. Se sugiere una acción y luego se conmina al otro a que lo piense. Acá están imbricados los dos lenguajes: el tuteo y el voseo. En comiteco total debería ser vos; en tuteo debería ser piénsalo. Acá (es algo común en nuestra ciudad) se entremezclan los dos modos: el arcaico y el contemporáneo.
El otro día leí una etiqueta argentina. La etiqueta decía: “Vos y yo, arriba del Everest. No sé. Pensalo”. Y alguien agregó: “Si decís que sí, llevá dos chamarras gruesas y mate”.
¿En dónde pepené este letrero? En un puente peatonal sobre la carretera que va de Comitán a Cash.
En los años sesenta, los maestros decían: “El que pinta pared y mesa demuestra su bajeza”. Lo decían porque los alumnos tenían la costumbre de pintarrajear paredes, mesas, pupitres, cuadernos y demás chunches. Hoy, los propios maestros se olvidaron de su dicho y pintan paredes cuando se manifiestan. ¿Demuestran su bajeza? No sé qué instinto hace que todo objeto de mundo sea sujeto de pintas. Desde siempre ha sido así. Hay un afán en perpetuar las palabras y los símbolos a través de la pinta de objetos. Hoy, el arte se maravilla con las cuevas pintadas de Lascaux, en Francia, pero, tal vez, en ese tiempo, alguien dijo que cómo era posible que estuviesen pintarrajeando las paredes. ¡Qué poca decencia! Desde esos antiquísimos grafiteros, al día de hoy, hay un instinto por pintar paredes, árboles, ventanas, espejos. Todo lo que al ser humano se le pone enfrente es como una deliciosa tentación para echarle un poco de crayón o de pintura acrílica o de, ¡santo Dios!, un poco de pintura de aceite. Conozco a una amiga que, molesta porque su novio le ponía el cuerno con una muchacha de esas sesenta, sesenta, noventa, agarró un bote de pintura en aerosol y pintó un enorme corazón rojo en todo el cofre de su auto nuevecito, de paquete.
¿Por qué el afán de andar pintarrajeando en cuadernos ajenos? No lo sé. Sólo advierto que hay un deseo de dejar constancia del paso del hombre por la tierra. En las pirámides nunca falta el letrero, hecho con clavo sobre la piedra, que dice: “Acá estuvo fulano de tal”. ¡Ay, qué ganas de joder! ¡Qué ganas de pasar a la posteridad! Mientras más prohibido el monumento más grande la tentación.
Acá es un letrero sobre un faldón de puente peatonal. Es una pinta simpática, sobre todo para los comitecos, pues alude a un elemento cultural de gran tradición. No a todo mundo le gusta comer tzisim, pero el mensaje juega con ello. “Vos y yo comiendo tzisim, no sé, pensalo”. Esta pinta no se encontraría en otro país. Sólo por estas regiones se da. Hay gente que mirará la fotografía y no entenderá el mensaje. Quienes vivimos por regiones del sur de México sí sabemos a qué alude y lo gozamos, porque es un mensaje ingeniosito.
Los mensajes han cambiado. Los mensajes en las paredes nos dicen que Comitán cambia con el mundo. En los años sesenta no había puentes peatonales. Los jóvenes tomaban las fachadas de las casas por asalto y pintaban el clásico ¡Cotz! Hoy, el cotz casi es inexistente (bueno, bueno, como letrero, ya dijimos que el comiteco, como cualquier pueblo del mundo, le da gusto al cuerpecito). Los mensajes han cambiado. En los años sesenta, el mundo pintaba que “la imaginación tomaría el poder”; ahora, en nuestro país, todo mundo grita que “Ya basta”.
Las paredes siguen sirviendo como soporte para dar voz al grito enterrado. Hay excesos. Hay cabrones que no saben qué quieren ni qué piden. Hay otros que sólo lo hacen por travesura: “Fulano estuvo aquí”, “Sutano es su padre”. Hay otros que, románticos irredentos, escribe el nombre de la amada al lado del suyo, lo rematan con un corazón atravesado por una flecha. ¡Oh, Dios!
Quien pinta pared y mesa ¿demuestra su bajeza? Visto así, todo mundo es indigno, porque todo mundo, en algún momento, pintó algo por algo. Mario, quien hoy es uno de los grandes artistas comitecos, siempre pintó cuadernos con sus monitos, lo mismo hizo con el pizarrón y, de vez en vez, los pintó sobre el pupitre. ¿Imaginan un mono pintado por Picasso sobre su pupitre escolar? ¿Imaginan lo que ello valdría? La bajeza no está en el acto, sino en el ojo del otro. Ahora mucha gente critica los tatuajes que los jóvenes se hacen en los brazos y en otras partes del cuerpo. Ahora, el cuerpo es como la pared, es como la casa. ¿Qué daña a un tercero que alguien pinte su propio cuerpo? A veces, así lo creo, la gente cree que el pueblo es su casa y cree que la pared de la casa vecina es como su pared y hace lo que quiere. Hay cierta confusión, hay un exceso, pero después de todo, algo quiere expresarse, hay algo que se atora en la garganta y que no deja vivir con libertad hasta darle alas. El que pinta una pared no sabe que vuelve a aprisionar la palabra, pero así es la vida.
“Vos y yo, tomando fotografías a todos los letreros que hay en Comitán. No sé. Pensalo”.