miércoles, 18 de marzo de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UN LEÓN QUE ES COMO CUYO




Querida Mariana: el león no es como lo pintan. Antonio tampoco es como lo pintan. El león y Antonio son ¡como son! A veces, en cuentos infantiles el león aparece tan frágil como un gato que lleva días sin comer su ración de talguate. El león, en el zoológico, también aparece como una rata enorme, gigante, temerosa. Pero, imagino (sólo imagino) a un león a mitad de la selva y lo imagino como el rey. ¿Alguna vez has estado cerca de un león? El Gumersindo dice que él se pasó la adolescencia frente a leones y, según él, los dominó a todos. La prima Engracia se botaba de la risa cuando él nos decía eso y nosotros abríamos los ojos llenos de asombro. Ya luego nuestra admiración se convertía en burla cuando nos enterábamos que el Gumersindo fue un borracho y lo que tenía sobre la mesa, todos los días, a todas horas, eran esas famosas cervezas yucatecas, de color ámbar oscuro, cervezas “León”. Cuando la Engracia le quitaba a la historia el aura de misterio, el Gumer decía lo que dice todo el mundo: “el león no es como lo pintan” y reía a carcajadas, mientras levantaba la mano y pedía otra ronda de cervezas (ya para el tiempo en que conocimos a Gumer él tomaba cerveza Carta Blanca).
Esto sale por lo que me dijiste ayer, mientras leíamos el cuento de Anastasio Hernández, sentados en una banca del parque central. Leíamos tranquilos cuando Antonio apareció y se sentó a nuestro lado. Hicimos una pausa en la lectura y comentamos una línea donde el autor cuenta que el león de Hipólito (un león que tenía prisionero en una jaula en la parte posterior de su casa) se echó en la esquina de la jaula y comenzó a llorar. Vos dijiste que no creías esa línea, que el cuento carecía de verosimilitud porque los leones no lloran. Supe que lo dijiste por Antonio, que estaba sentado a nuestro lado. Dijiste que suspendiéramos la lectura, porque era una pérdida de tiempo continuar con una historia truculenta, pero sé que fue por Antonio, porque él se permitió una broma también, dijo que había visto llorar a varios leones cuando perdieron ante las águilas (te enojaste, porque cuando él te explicó que era un chistorete acerca de jugadores de equipos de fútbol mexicano dijiste que era una broma tonta). (Por eso, cuando Antonio se fue, me dijiste que no te gusta que más gente esté con nosotros cuando leemos.)
De verdad, ¿los leones no lloran? ¿Ni siquiera los leones de los cuentos? Sé que te molestó la intromisión. Parece, mi niña bonita, que también los Antonio no son como los pintan. Hay Antonio que es como cuicuil (el cuicuil es el animalito que jode a la ladilla); hay Antonio que es como un cuchillo de palo, que no corta, pero cómo jode. Abundan los Antonio en el mundo. A mí me apena mandar a jondear gatos a los metiditos. Pero, lo hago. Esa tarde, lo siento, no sé porqué no pinte la raya a la hora que Antonio se acercó, nos saludó y se sentó a nuestro lado. Usando su ejemplo futbolístico, siempre he insistido que, en un estadio, nadie se baja a mitad del partido a platicar con Chicharito. ¿Por qué, entonces, cualquier mortal llega e interrumpe un partido de lectura? Los metiditos ¿no se dan cuenta que ahí hay un encuentro entre el lector y el autor? ¿No se dan cuenta que el acto de lectura es un acto sagrado, casi casi como si estuviésemos en un ritual religioso?
El león no es como lo pintan. En Puebla conocí al Mil amores, un vidente que era muy visitado por políticos para que aquél les dijera si iban a ser diputados o senadores o gobernadores. Claro, el Mil amores también atendía a gente común. Le dicen así porque ha tenido muchas mujeres. Tiene su casa en Cholula. En una de las entradas de su casa mandó a construir una jaula y ahí encerró a un león. La gente que caminaba por la banqueta podía ver al animal enjaulado. Cuando lo conocí era un león talguatudo, como si fuese una marioneta y sus patas fuesen alambres forradas con peluche deslavado. Era una imagen muy triste. Tan Triste que días después un grupo de personas elevó una petición ante el gobierno para que el león fuese liberado. La petición fue exitosa y dos o tres semanas después, la prensa dio la noticia de que el león del Mil amores había sido trasladado a otra estancia, no tan miserable, no tan inhumana.
Con esto que te cuento, parece, mi niña, que el ser humano tampoco es como lo pintan. Hay seres humanos que son como loros sin plumas; hay otros que son como leones trasquilados; hay otros que son como cuervos vestidos de pavo real; y hay pavorreales que son simples guajolotes. Antonio, ¿qué clase de ser humano es?
La gente dice que el león no es como lo pintan. Esto es cierto en el plano de la realidad. Pero, en la literatura, en el mundo de la imaginación, el león sí es tal como aparece. Ese león del cuento que te disgustó se echó en una esquina de la jaula y lloró porque quería tener alas. ¡Todo esto es creíble! Si querés, mañana vamos al parque, nos sentamos en una banca y terminamos de leer el cuentito. Estoy seguro que te gustará. Tendré cuidado de ahuyentar a arañas que echan a perder una tarde de lectura; tendré cuidado de no permitir la intromisión de alimañas con nombres raros como Antonio o Caca.