miércoles, 25 de marzo de 2015

PALABRAS ABRACADABRANTES




La palabra accidente me provoca escozor. Al escucharla quedo, durante un segundo, en pausa. Cuando alguien comentó que Rosario Castellanos nació “de manera accidental” en la ciudad de México preví que dicha palabra era como una piedra a mitad del camino. Me causó desazón saber que los nacimientos ocurrían, también, de manera accidental. Pensé entonces en aquellas muchachas bonitas que, sin desearlo, quedan embarazadas una noche después de asistir al antro. Es un absurdo que el acto de amor termine en un “accidente”.
Mi mamá me recomienda que lleve en mi pantalón un frasco de pegamento para placas dentales, me dice que por si ocurre algún accidente; lo mismo escucho que la tía Romelia le dice a mi prima Rosaura y le da una toalla sanitaria. Pienso que estos sucesos no tienen mayor relevancia, pero la palabra está presente. En Comitán se cuenta del caso de un maestro que pasó al pódium y comenzó a leer un discurso y, a mitad de éste, se le cayó la placa (por esto mi mamá insiste); igual (¡qué pena!) he visto a muchachas bonitas que manchan el pantalón. Pero, bueno, estos “accidentes” no pasan de ruborizar a los que tienen la infortuna del suceso. Al final se quedan como meras anécdotas para que algún Molinari del mundo las ventile.
Pero, en la vida diaria y a lo largo de la historia, hay accidentes que sí transforman el rumbo de lo cotidiano. A veces, cuando escucho la palabra me cimbro al pensar que en el universo hay fenómenos que, tal vez, entran en la categoría de accidente. No sé si el famoso Big Bang fue uno de éstos. Quiero pensar que no. Los accidentes son sustancias que se salen de control.
Hoy en la mañana escuché que hubo un accidente aéreo, en los Alpes. Tal accidente provocó la muerte de más de ciento cincuenta personas. Es en estos casos cuando pierde relevancia el accidente de la placa o el del pantalón manchado de la muchacha.
¿Y si todo es un accidente? ¿Es un accidente nuestra existencia? El tío Eugenio, cuando está medio bolo, se pone de pie, levanta los brazos para que todos hagan silencio y cuando éste ya está instalado a mitad del patio, dice: “Vinimos a la vida para hacer grandes cosas”. Los amigos y compadres asienten y abren la boca ante tan profunda revelación filosófica, pero acto seguido el tío levanta el tarro de cerveza y bota de un tajo el pedestal de gloria: “Por eso ¡chúpenmela!, golosas”, y comienza a tentalear a las comadres que están cerca, quienes lo toman a broma, ríen y lo esquivan. En la mayoría de veces el tío cae como regla al tropezar con las sillas plegables. Por ello, en una ocasión, la tía Elena le reviró una rima que hizo que medio mundo se carcajeara. “¿Que te la chupe? ‘Caso soy tu perra, mejor, ¡borracho, chupa tierra!”.
A la hora que el tío cae al piso se produce el accidente. Hasta la fecha tal acto no ha pasado de moretones en los brazos y en la cara, pero una vez, en una reunión familiar, Martincito (nieto de tío Cándido) estaba sentado en una silla a la orilla de la mesa; para alcanzar el plato de sangrita, se subió a la silla y puso una pierna sobre la mesa, a la hora de extender el brazo, la pierna que tenía sobre la mesa resbaló y cayó al piso. Varios rieron, la mamá brincó a levantarlo, pero se dio cuenta que el niño tenía un hilo de sangre en la boca. El niño cayó sobre el filo de una banqueta. El guateque se convirtió en una tragicomedia, por la borrachera de algunos amigos y compadres que, en intento de ayudar, tiraron una de las ollas que estaba en el corredor. La comadre Eulogia resbaló con el frijol derramado, a la hora del resbalón abrió las piernas y muslos como si fuese un compás. Uno de los niños que estaba frente a ella gritó: “Mamá, mamá, ya se cayó mi tía y está mostrando su paloma”. Ella trató de cerrar las piernas, pero todo mundo vio que no llevaba ropa interior. Desde entonces, cuando hay un festejo, el tío Chinto rasga su guitarra y dice: “Con todo respeto, para mi comadre Eulogia, le dedico esta bonita canción…” y canta ¡Paloma negra!
Hay accidentes mínimos, pero hay otros que cambian el sentido de las vidas o del mundo. Algo se sale de control. Hay algo, como una mancha jabonosa, que hace que, de pronto, el rumbo cotidiano resbale y modifique todo. Por favor, no me pregunten qué pasó con Martincito.
Me causa escozor la simple mención de la palabra. No me gusta pronunciarla. En la medida de lo posible ¡la evito!