miércoles, 11 de marzo de 2015
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE CANTA EL CORAZÓN
Tío Cástulo dice que la ceiba es el árbol sagrado de los mayas. En Comitán tenemos varias ceibas emblemáticas. A veces, los niños se suben al arriate del parque de La pila o brincan el que está en San Sebastián y abrazan a la ceiba; a veces son tantos niños unidos que alcanzan a darle vuelta al tronco, y todo es como una cinta de luz, como un lazo protector. Pero, ceibas existen en otros lugares del mundo. Por esto, tal vez, como asegura tío Pancho, la ceiba no es el árbol más querido de este pueblo; el árbol más emblemático de Comitán, y único, es el tenocté. Antes, cuando el clima era como esas muchachas regulares que cada veintiocho días tienen su menstruación, el tenocté florecía en primavera y nada más. Ahora, el árbol se ha vuelto veleidoso y florea cuando se le pega su real gana y su real gana es florear a la hora menos pensada. Ahora, no es raro verlo florear en diciembre, en medio de la niebla. La famosa anécdota que refería que cuando floreaba el tenocté las muchachas bonitas preparaban su “maletía” para huir con el amado ha perdido su encanto. Ahora el tenocté florea sin orden y, de igual manera, las comitecas huyen con sus amados cualquier tarde sin previo aviso. Ya se descubrió, ¡qué pena!, que el tenocté no era el que provocaba la arrechura en las mujeres comitecas; parece que la calidez de nuestras muchachas es la misma que alimenta la entrepierna de todas las mujeres del mundo.
Lo que sí continúa vigente es la leyenda del corazón del tenocté. Acá, en esta fotografía, en medio de estos racimos de flores de tenocté, se observa el corazón del árbol. Entre tanto blanco, entre tanto azul, entre tanto café, el rojo brinca como brinca el ojo cuando encuentra un prodigio. ¡Acá está el prodigio!
Los dioses se reunieron para poblar el mundo. Hicieron un pase mágico y dotaron al mundo de gatos, perros, chivos, burros, toros, vacas, serpientes, cucarachas y demás alimañas; hicieron otro pase y llenaron el mundo de rosales y árboles de durazno, de jocote, de níspero y nantzerol. Al final, cuando pensaron que ya todo estaba dispuesto para la vida, hicieron el pase decisivo y llenaron el mundo de hombres y mujeres, muchachos y muchachas, pichitos y pichitas. Vieron su obra, dijeron que todo estaba bien, bebieron taberna y se recostaron en hamacas para descansar. Pero uno de ellos, a mitad de la noche, despertó asustado, se bajó de la hamaca y fue de cuarto en cuarto a despertar a sus compañeros. ¿Qué?, dijeron todos. Nos falta el corazón del árbol, dijo el dios asustado. ¿De qué hablas?, preguntaron los demás. Hablo del espíritu de las cosas, dijo el dios. Entonces todos los dioses se asomaron a la ventana mayor y, en efecto, vieron que las cosas del mundo carecían de corazón. Todos los objetos estaban sin vida. Bueno, bueno, dijo el dios más huevón (pero, también, el más poderoso), hizo un pase y dotó de corazón a todas las cosas del mundo, pero antes de que terminara de bajar el brazo, el dios asustado, lo detuvo en el aire. ¡No, no!, reclamó, el corazón no puede ser algo integrado, debe ser algo que esté fuera de la cosa, pero que le dé vida. Pero, como ya el dios huevón había iniciado el conjuro, el venado y el hombre y la mujer y el cenzontle tenían ya un corazón adentro de su cuerpo; y las piedras y las nubes se habían quedado sin corazón. El dios asustado, con el chisguete de poder que le quedaba, hizo un pase y logró que el tenocté tuviera un corazón fuera de su cuerpo, el corazón del tenocté tuvo alas y fue de color rojo, de color sangre, de color vida. Por esto, cuenta la leyenda, el tenocté puede renacer cada temporada. Cuando el corazón de un hombre o de un venado o de un pichito le da por dormir, el dueño muere para siempre (aun cuando suene como un pleonasmo); cuando el corazón del tenocté le da por dormir, el árbol no muere para siempre, renace a la hora que el corazón abre los ojos de nuevo. El corazón del tenocté revolotea por otras parcelas, duerme en otros parajes, y, cuando se acuerda de su querencia, regresa al árbol de nubes y hace que los renuevos se desperecen y alimenten la arrechura del mundo.
Por esto, en Comitán, así como San Caralampio es el santo más querido, por encima de Santo Domingo, el santo patrón; de igual manera, el tenocté es el árbol más querido, por encima de la ceiba, el árbol sagrado de esta región. Las muchachas bonitas preparaban su maletía cuando floreaba el tenocté, no por arrechura sino como ritual para decirle al mundo que el corazón del árbol tiene alas y cuando regresa aparece el milagro de la resurrección.
Por ahora, en todo el valle florean los tenoctés. Es que el corazón del árbol volvió. Acá en esta fotografía se ve.