viernes, 13 de marzo de 2015

PARA CANTAR UNA CANCIÓN AL PUEBLO DONDE NACISTE




“¡Vengan, vengan!”, dice tío Chinto al muchachitaje. Todos los niños corren como si estuviesen en la hora de recreo o fueran a recibir un regalo. “Vengan, vengan”, dice el tío y todos corren a la orilla del río, por el lado donde está una banqueta de cemento, que como orla de vestido, sigue todo el cauce del río. Nadie sabe hasta dónde termina la banqueta, nadie sabe hasta dónde termina el río. Los más viejos, los que hace años corrieron también por la banqueta dicen que ésta no tiene fin, lo mismo dicen del río, pero algunos otros, más viejos, que ya casi no tienen muelas, ni tampoco hilos de memoria, de pronto, a la hora que abren los ojos, aseguran que el río termina en el mar, pero, eso sí, sostienen que la banqueta continúa. Hay incluso algunos que se atreven a decir que por eso Jesús caminó sobre el mar.
“¡Vengan, vengan!”, dice tío Chinto y el muchachiterío corre por la banqueta, con como bandadas de gaviotas. Los niños abren los brazos y corren detrás del tío, corren como si fuesen conejos o venados, lo hacen a saltitos; abren los brazos y se creen golondrinas, se creen aviones. Hacen ruido con sus bocas. Las lagartijas que descansan sus panzas sobre el cemento caliente por haber recibido el sol toda la mañana se alebrestan ante la ruidazón de la multitud y corren y se esconden detrás de las piedras. Las lagartijas más viejas ya están cansadas de este laberinto. Saben que también sus abuelos vivieron esta peregrinación atolondrada. A los humanos les da por correr a lo loco. Las lagartijas son más cautas, igual que a los garrobos les encanta asolearse, sin prisas ni amontonamientos. Pero, los niños ahí van detrás del tío que los jala, como el famoso flautista, y les dice ¡vengan, vengan!
Allá van los niños, son decenas y decenas, casi todos los que viven en el pueblo; ahí van corriendo sobre la banqueta, a la orilla del río. Siguen el flujo del agua. Se sabe que, igual que nadar contra corriente, correr en sentido contrario hace que el pensamiento se cambie. Los loquitos que andan en el pueblo se volvieron así porque una tarde, el bisabuelo de tío Chinto los llamó y les dijo que corrieran sobre la banqueta, pero como el bisabuelo ya era más viejo se olvidó y los hizo correr en sentido inverso. Ah, pobre pueblo. En la tarde medio mundo de criaturas estaba loco.
“¡Vengan, vengan!”, dice el tío y la chiquititada carrerea detrás de él. Hacen una bulla como si fuesen mil loros, como si fuesen mil chachalacas. Ah, con qué alegría avanzan. Lo hacen en el mismo sentido en que corre el agua, esa agua que no se sabe de dónde viene, de dónde nace y hacia dónde va. Todas las generaciones han caminado, corrido por esa banqueta de cemento, que algunos (tontos) se atreven a llamar malecón; todas las generaciones han visto el mismo río, a veces más caudaloso, a veces más tranquilo, pero el mismo río. Lo que no es lo mismo es el agua que corre, el grupo de niños que avanza como si fuesen gallinas y la abuela los llamara para comer. Todo es lo mismo: sólo cambia el agua y los niños.
¡Vengan, vengan!, y todos corren en el mismo sentido del río. ¿Hasta dónde llega la banqueta? ¿Hasta dónde el agua del río? ¿Hasta dónde llegarán los niños que corren sin descanso? Los viejos del pueblo los despiden desde la terminal del tren, saben que nunca volverán, porque si regresaran caminarían en sentido contrario al flujo regular y esto provocaría la locura en ellos.
Allá van los niños, detrás del tío. Corren, corren con gran alegría, como si se fuesen de pinta de la escuela. ¿Hasta dónde llegarán?