domingo, 1 de marzo de 2015
HACE DIEZ (parte X)
Hace diez años escribí un libro que se llama “Crónica de un viaje a Comitán”. En ese tiempo vivía en Puebla. La edición fue de apenas 200 ejemplares. La edición está agotada. ¿Cómo fue mi mirada en ese tiempo? Hablé del viaje, de la ciudad y de los amigos. Todo mundo sabe que quien entra a la dinámica del viaje entra a otra dimensión del tiempo. La realidad del viajero posibilita ver el entorno de manera diferente, porque no hay la premura de la vida rutinaria. Paso copia de un capítulo de dicho librincillo. Es sólo para compartir, después de diez años.
PRESENTACIÓN
Estaba invitado para presentar el libro. Diez días antes del viaje, el destino me puso una piedrecilla en el camino. Hablé con el maestro Jorge y le dije que ya no iría. El destino hizo que la piedrecilla se convirtiera en una alfombra voladora. Ya se sabe, el destino es juguetón, es maravilloso. Claro, cuando llegué a Comitán ya me habían borrado de la lista. Yo entendí. El único que se rebeló un poco fue el texto que yo había preparado. Como lo tenía en la bolsa de la camisa sentí sus patadas en mi corazón. El texto pataleaba, hacía su berrinche. “¡A ver, a ver! –le dije– ¿has pensado cuántas botellas lanzadas al mar siguen naufragando?” Sí, mi texto lo entendía pero no lo comprendía y se arrugó conforme se fue humedeciendo. Yo lo saqué de la bolsa y le prometí que buscaría la forma de que no se quedara flotando para siempre; le prometí que buscaría la manera de que alguien pudiera enterarse de su contenido. Me oyó atentamente y al final vi que una mariposa se paró en su rostro. Ah, texto juguetón. Estaba feliz. Ahora sé que el destino de este texto no fue ser leído en un auditorio repleto de gente, su destino fue más humilde. Este texto fue escrito para ti –maravilloso Robinson Crusoe– que ahora te metes al mar y rescatas la botella. Ojalá encuentres una palabra, sólo una, que justifique el tierno berrinche de mi texto.
“¿Qué tienen en común la banca de un parque, una carta enviada a Comitán desde la ciudad de México y unos libros? Es difícil decirlo, pero, a veces, hay vasos comunicantes que existen, sin que haya una explicación racional del hecho.
La banca era una banca del parque de San Sebastián; era una loza de granito con respaldo de madera pintado en color verde.
La carta era una hoja manuscrita; y los libros, son dos.
Y, tal vez, el lazo que une a la banca del parque, a la carta y a los libros, es una palabra: la palabra es héroe, con todo lo que ésta significa.
Estaba yo sentado en la banca del parque leyendo una carta que me había enviado Adolfo Gómez Vives, cuando llegó Manolo Nucamendi. Guardé la carta y saludé a Manolo. Manolo se sentó y platicó conmigo, la plática dio las vueltas misteriosas que acostumbran dar todas las pláticas, así que no me sorprendió que en algún momento Manolo dijera: Para mí, Batman es mi superhéroe favorito, porque no necesita superpoderes para hacer el bien. Es el superhéroe más cercano al héroe de carne y hueso. Y yo pensé: ¡Qué coincidencia!, porque minutos antes había leído en la carta que Adolfo aseguraba que en este país había carencia de héroes y que cada hombre debía inventar el suyo.
¿Qué es un héroe? Yo crecí en un lugar llamado Comitán, en donde a la vuelta de una esquina me topaba con la casa donde vivió el máximo héroe civil de México: el doctor Belisario Domínguez; es decir, hubo un tiempo en que los actos heroicos no fueron cosa inusual; es decir, existe un pueblo –Comitán– en donde los héroes jugaban en sus patios.
Aquel día, cuando Manolo se despidió y lo vi subir la calle de San Sebastián, con rumbo a su casa, saqué de nuevo la carta y leí la despedida de Adolfo. Ambos tenían razón. Manolo me dejó la certeza de que este tiempo no necesita superhéroes, necesita, por el contrario, héroes más cercanos al hombre. Los superhéroes que vuelan o que pueden estirar sus brazos, como si estos fueran elásticos, no salvarán al mundo. Este mundo de carencias, de hambre, de intolerancias y de actos bestiales cometidos por humanos, si acaso tiene la esperanza de una posible salvación, tal esperanza está dada por hombres comunes que hacen a diario actos heroicos. Adolfo, por su parte, me dejó la certeza que la vida en sí es un acto heroico y que, ante la carencia absoluta de prohombres, es preciso acercarse a los más cercanos, a los que están al alcance de la mano y del corazón. Este mundo estará perdido el día en que un hombre busque y ya no encuentre un acto heroico que justifique el paso del hombre por la tierra.
Y acá es donde aparecen los dos libros. ¿Qué cosa sino héroe puede ser un hombre que dedicó su vida a tratar de salvar el mundo desde un apartado lugar del mundo? Mariano N. Ruiz tejió sus utopías con el hilo del sueño, con el ideal del héroe.
¿En qué momento se presenta un acto heroico? Se presenta en el instante en que el hombre deja de lado su propio yo y piensa en los demás. Y los demás puede ser una patria –ahí está como ejemplo Gandhi–, o puede ser la humanidad entera –y como ejemplo pongo a Albert Einstein–, o también, puede ser la redención de un solo hombre –y acá pongo como ejemplo a Jesús.
Mariano N. Ruiz tiene un poco, o un mucho, de Jesús, de Gandhi y de Einstein. Tiene un mucho de ese espíritu renacentista que hizo grande a Leonardo Da Vinci, y tiene un poco de ese hombre desconocido que se vuelve anacoreta para encontrar lo mejor de sí y darlo a la sociedad.
El héroe necesita esos dos elementos que, dicen los que saben, es preciso tener para que el mundo se entere del hecho realizado: estar en el momento y lugar adecuados. Mariano N. Ruiz –el sabio desconocido, el héroe desconocido– se adelantó al momento y estuvo en un lugar que, en ese entonces, era el lugar más desconocido. Sólo los que vivían en Comitán podían asegurar su existencia. Para el mundo de afuera, cuando alguien mencionaba Comitán tal vez sonaba como si dijera La Atlántida. De esto estaba consciente el Maestro Mariano N. Ruiz, por eso, a cada rato, enviaba mensajes adentro de botellas. ¿Será todavía tiempo para que el mundo rescate esas botellas? ¿Será todavía tiempo para saber de sus sueños? ¿Comitán, México, el mundo, estarán a tiempo de rescatar a ese náufrago heroico? Mariano N. Ruiz Lazos y Jorge Gordillo Mandujano han visualizado también que estos tiempos precisan de héroes más cercanos, más íntimos. El sobrino del sabio y el profesor Gordillo Mandujano también, a su modo, celebran actos heroicos, empeñan sus sueños en lo más trascendente que posee el hombre: EL DAR. Hoy entregan a la comunidad, su comunidad, dos libros; es decir, dos cajitas laqueadas que también contienen sueños, ya que el héroe no es más que un sueño vuelto realidad.
Yo imagino que una de estas tardes alguien llegará al parque de San Sebastián, se sentará en una banca, leerá alguna página de un libro de Mariano N. Ruiz y tomará una pluma y escribirá una carta. La carta la meterá adentro de una botella y la tirará al mar, porque tendrá la certeza de que alguien, en alguna parte del mundo, espera la noticia de que en Chiapas hay un lugar en donde la gente no tiene necesidad de inventar héroes. Ese alguien se enterará, entonces, de que un simple maestro de escuela se atrevió a botar muros inmutables, se atrevió a decir a toda voz que la Atracción Universal es el principio del universo, y lo gritó tan fuerte y con tal convicción que aún hoy, casi un siglo después que lo dijo, sigue sonando su voz, su palabra, su grito y su silencio. Ese silencio que también es su silencio, que también es su sueño, su pasión, su amor por Comitán. El sueño del héroe llamado Mariano N. Ruiz.”
¡Hasta acá! Ah, lector, si pudieras ver el texto. Asoman sus manos y cara por los bordes de la bolsa de mi camisa. Brinca de felicidad. Siento sus patadas en mi corazón.