domingo, 8 de marzo de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE CÓMO CAMINA EL TIEMPO




Una expresión común es “¡Cómo pasa el tiempo!”. Se dice para expresar que el tiempo ¡vuela! Pero ¿es cierto eso? Acá, en esta fotografía, perdón, se ve que el tiempo no vuela, ni siquiera corre. El tiempo ¡camina lento, muy lento, a paso de tortuga! Claro, nunca se detiene, nunca hace una pausa. El tiempo no se agota, es infinito, pero no lleva prisa, camina con paso cansino.
Con respeto, se solicita al lector observe los elementos que esta fotografía contiene: una pared con manchas de humedad y huellas de algún cartel retirado; un grafiti; apenas una orilla de balcón; el poster que anuncia un acto infantil en el teatro; una puerta de madera con lunares de metal; y un hombre. ¿Y el tiempo? ¿En dónde está el tiempo? Es apenas una sombra, una sombra cansada, pero si el lector mira con atención verá que el señor, con gorra, chamarra de color negro, pantalón claro y botines color café, está concentrado en un chunche que detiene su mano izquierda. Ese chunche es un teléfono celular. ¿Qué tiene en la mano derecha? ¡Es una lupa minúscula! Apenas un dedal que amplifica. ¿Qué hace el hombre? Nos da una lección de vida: el tiempo camina lento. Por eso, el señor se inclina tantito, porque el tiempo no es como un huracán, es como una brisa suave, pero aire al fin levanta el polvo de la calle, seca la ropa tendida en la azotea y hace que los viejos inclinen tantito el cuerpo, como si fueran barcos a mitad del mar.
¿Quieren saber qué hace el hombre? Deja que pase el tiempo, el tiempo que dejó la huella húmeda en la pared; el que pintó de manchas la pared, el que pegó el cartel sobre la puerta. Porque (el lector estará de acuerdo) hubo un “tiempo” en que la puerta estaba recién barnizada; la pared impecable; el balcón abierto y completo. Hubo un tiempo en que la grada estaba lisa y pulida y que las losetas del portal brillaban con la luminosidad de lo nuevo.
Los elementos de esta fotografía (incluido el hombre) acusan desgaste. Es la presencia del tiempo que es como una gota de agua que, a base de constancia, taladra una piedra. El tiempo no vuela, ni siquiera corre. Sin que se advierta de manera ostensible, camina, camina con paso de tortuga, pero lo hace sin pausa. Por ello, los elementos de esta fotografía están húmedos, con moho. Hubo un tiempo en que el hombre de esta fotografía fue niño, fue joven. Y ahora, sin que él se hubiese dado cuenta bien a bien, ya está como árbol sin hojas.
Pero, ¿qué hace este hombre? Nos deja la lección de cómo pasa el tiempo. Con la mano izquierda detiene un teléfono celular y con la mano derecha detiene una lupa, que es como un dedal. Este dedal lo coloca frente a su ojo (muy cerca) y busca el número para oprimirlo. Así con cada número del número telefónico. Cuando, con trabajo, termina esa labor, entonces lleva el celular a su oreja y habla con su hijo, que quién sabe dónde vive. Bueno, bueno, dice. ¿Cómo estás?, pregunta.
Ah, el tiempo, qué cruel. Camina casi en puntillas pero jode como si fuese un instrumento de cámara de tortura. Todo lo jode, mancha la pared, carcome la grada, debilita el ojo, golpetea la columna vertebral. El tiempo hace que el ojo ya no mire bien y obliga al hombre a usar un chunche que amplifique su visión. Lo que en los jóvenes es como saltar la cuerda, en los viejos es pasar de una a otra orilla en un puente colgante. ¿Cuánto tiempo se lleva el hombre en buscar el número y en marcarlo? ¿Cuánto tiempo en pasar de una a otra orilla?
El tiempo camina con paso cansino. Casi no se advierte. Es como el paso de una nube que no se sabe bien a bien hacia dónde va, pero que camina de un lado a otro impulsada por el viento. El tiempo es como una gota de aire que, terca, impulsiva, sin descanso, perfora el espíritu del hombre y de las cosas del mundo y las llena de humedades y de ramas secas.