domingo, 29 de marzo de 2015

NERUDA TAMBIÉN ERUCTABA




Algunos dicen que Sabines, otros que Efraín Bartolomé. No, señores y señoras, caramelos y bolitas. El poeta más reconocido en Chiapas es Pablo Neruda. Así como todo mundo conoce eso de “Hombres necios que…”; de igual manera todo mundo ha escuchado, cuando menos una vez en su vida, esto de “Puedo escribir los versos más…”. De Efraín Bartolomé pocos pueden citar de memoria uno o dos versos; de Sabines la estadística aumenta, pero, no puede compararse con Neruda.
El otro día hice una relectura de la novelilla “El cartero de Neruda”, de Skármeta. Me gusta, es un texto limpio, sencillo e inteligente. Los diálogos son como piedritas que ruedan sobre una montaña de azúcar. No, miento, no ruedan, se deslizan; miento, no es de azúcar la montaña, es de agua, de agua dulce; ¡no!, es de agua de mar.
Esta relectura me llevó a leer dos o tres poemas de Neruda, sólo como para afianzarme más en el poste que sostiene esta luz de quinqué. Y resulta que me encontré con algo que me provocó regurgitaciones. Y los lectores saben que no hay peor náusea que la provocada por palabras que huelen a albañal, que son como bolas de caca.
Todo mundo sabe que Neruda se atrevió a hacer poemas del tema más resbaladizo del mundo: el amor. Un maestro de retórica recomendaba en clase que nadie se atreviera a hacer poemas de amor, porque la mayoría resulta de una cursilería nefasta. Pareciera que el maestro tenía razón. ¿De qué otra manera puede decirse Te quiero? Pocos son los poetas que salen indemnes. Pensé que Neruda era uno de ellos, pero cuando leí lo que leí, pensé que el gran Neruda no era más que un compa sentado en la misma mesa de Juan Gabriel.
Y es que a veces uno espera mucho de aquellos poetas que han merecido el Premio Nobel de Literatura. El amigo que está enamorado y se atreve a escribir un poema dedicado a su amada, puede perdonársele todo, máxime si saca el papel y lo lee ya en la quinta caguama. Pero, ¿qué esperar de un Nobel de Literatura? Uno espera las más altas nubes y los más profundos abismos.
Para no fallar hice lo que Carlos hacía. Carlos es un huixtleco con quien compartí departamento en la ciudad de México, durante el tiempo que estudiamos en la UNAM. Cuando había pachanga, a la hora que ya había corrido suficiente trago, Carlos se ponía de pie y decía que declamaría. Con una mano se apoyaba en la mesa y comenzaba a declamar ¡canciones! A veces, algún despistado abría los ojos de más, como preguntándose en dónde había escuchado tal poema, mientras Carlos se sublimaba con una voz que mucho se parecía a la del mejor declamador de América: “Afuera está lloviendo amor, aquí no sopla el viento, ven, dejemos que transcurra el tiempo, en el reloj marcan las seis…”, y así declamaba dos o tres canciones, hasta que los amigos de Carlos no aguantábamos la risa y le echábamos a perder el final de una canción interpretada por Vicente Fernández. Así que, para hacer la prueba de los versos de Neruda, declamé unas líneas de una canción de José José y luego algunos versos de Neruda. Y hallé lo que ya sabía: Neruda también eructaba de vez en vez.
Va letra de canción de Chepe Chepe: “Y cuando tengas pan de mi pan y sal de mi salero, te sentirás a gusto, amor, y me dirás te quiero”. Ahora va dos o tres versos del gran Neruda: “Si de pronto me olvidas, no me busques, que ya te habré olvidado”.
Otro gran maestro de retórica siempre recomendó: nunca confíen en nombres, confíen en lo que escuchan. Y acá uno advierte que el nombre no importa. Los versos de Neruda son versos planos, sosos, cursis, derramantes (aunque esta palabra no existe, son versos derramantes, y no porque los amantes se derramen, sino porque Neruda la derramó sobre el piso y no sobre la rama).
Neruda pudo escribir “los versos más tristes”, pero también escribió los versos más sosos y comunes. En fin, todo mundo derrapa y, de vez en vez, ¡la derrama!