sábado, 12 de noviembre de 2016

CARTA A MARIANA, BORDADA CON HILOS DE ORO





Querida Mariana: hay actividades que buscan el reconocimiento. Quien siembra frijol es feliz cuando ve que sus plantas están llenas de granos robustos y, tal vez, su reconocimiento llega en el instante en que recibe la paga por la venta del producto. Pero, hablando de siembras, en Chiapas hubo un tiempo en que se otorgó la Mazorca de Oro al productor que cultivaba el mejor maíz. Muchos productores se inscribían y, al final, el ganador se sentía orgulloso de tal galardón. De acá puede colegirse que hay oficios modestos y unos más que buscan el aplauso y el reconocimiento de los otros.
Los maestros que, cuando no andan en paros y en luchas sociales, a diario se encargan de modelar la educación de millones de niños encuentran su reconocimiento en la satisfacción de la labor realizada, pero, de igual manera que los productores de la mazorca de oro, de vez en vez, reciben medallas de oro, por treinta años de servicio. Los maestros no tienen como prioridad el aplauso de la patria, pero no les cae mal dicho reconocimiento.
Pero, así como hay trabajos modestos cuya compensación es el deber cumplido o el dinero bien habido, hay oficios en cuya naturaleza está el reconocimiento ajeno. En ocasiones tal prebenda se convierte en obsesión. Hay personas que se alimentan del aplauso ajeno y no me refiero sólo a la actriz, acostumbrada a recibir las salvas al término de cada actuación. ¿Imaginás la cara de Silvia Pinal cuando, al final de una obra de teatro, el público hiciera un silencio sepulcral? Ella se moriría en ese mismo momento, porque su vocación exige el aplauso de la audiencia. Lo mismo sucede con los deportistas y con los políticos. Estos últimos están acostumbrados a que la multitud les prenda incienso por cualquier motivo. Cuando alguien repite el chiste donde el presidente pregunta qué hora es y el subalterno (lamehuevos le llama la voz popular) responde: “La hora que usted indique, señor”, dice mucho del ansia que tiene el poderoso para que las personas de su entorno se humillen ante él. Los presidentes (desde el más modesto presidente de barrio hasta el municipal) tienen hambre del reconocimiento popular aunque éste se base en la mentira. Llega un instante (lo he presenciado) que el presidente cree que es todo lo grande que sus cercanos alaban. Este reconocimiento basado en la falsedad crea la ilusión de grandeza. El simple ser humano se convierte en un ser dotado que reparte dones a diestra y siniestra.
El fenómeno de la falsedad se da con mayor incidencia en el mundo de los políticos, en este país, cuando menos.
Hay un dicho que exige que el reconocimiento sea “En vida, hermano, en vida”. Se aplica a personas cuya obra debe ser elogiada. Este reconocimiento es selectivo y, después de todo, tiene una carga discriminatoria. ¿Quiénes realizan los actos que ennoblecen a los pueblos? ¿Sus escritores, sus pintores, sus músicos? ¿Sólo los cultivadores de las Bellas Artes y los que realizan las grandes intervenciones científicas? Cuando el abanico de los reconocimientos se abre nos damos cuenta que la grandeza de los pueblos va mucho más allá.
Ahora bien, ¿para qué sirven los homenajes? En la mayoría de ocasiones sirve para que quien reconozca se vea como el dadivoso. Basta hacer una revisión de la historia para darse cuenta que personas que fueron perseguidas y descalificadas en vida se erigen como los grandes personajes de un determinado país cuando ya murieron. Esto ya no le sirve al muerto, le sirve al vivo que se muestra muy vivo, porque la historia está hecha de retazos de gente que es conservadora y elogia a los cadáveres liberales.
El Congreso del estado de Chiapas instauró la Medalla Rosario Castellanos para “premiar a hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por el desarrollo de la ciencia, arte o virtud en grado eminente, como servidores de nuestro estado, de la patria o de la humanidad”. Un concepto que parece muy incluyente, ya que la medalla la puede ganar cualquier mexicano, pero que excluye al noventa y nueve por ciento de los connacionales. ¿Quiénes han obtenido la medalla? Escritores (la Mastretta, Kyra Núñez, Óscar Oliva, la Poniatowska, Bonifaz Nuño, Carlos Monsiváis, Enoch Cancino, Fernán Pavía, Eliseo Mellanes y Guadalupe Loaeza) y políticos (la priista Beatriz Paredes, actual embajadora de México en Brasil). Pareciera que los diez escritores fueron premiados por el rubro de arte y ¿doña Beatriz, por qué rubro? Canta, cuando está en la bohemia y alguien toma la guitarra, ella ¡canta! Tal vez eso fue considerado una virtud en grado eminente. Ahora debe saberse más de dos canciones en portugués. La ruta de la medalla, como se ve, ha sido irregular, comenzó con el poeta Rubén Bonifaz Nuño y, el año pasado, le tocó a Guadalupe Loaeza, hay cierta distancia entre la calidad de uno y otro escritor.
No sé si ya en alguna ocasión te platiqué que en el año 2005 vivía en Puebla y allá me enteré que la Medalla Rosario Castellanos había sido adjudicada a Bonifaz, creí que era para el maestro Óscar, dos minutos después, Adolfo me sacó de mi error, el premiado era Bonifaz, pero Bonifaz Nuño.
Para honrar la memoria de Rosario Castellanos se instituyó la medalla con su nombre. La entrega se ha ido postergando con el paso del tiempo. Al inicio fue en agosto de cada año, rememorando el fallecimiento de la escritora comiteca. Este año ya está avanzado el mes de noviembre y no se advierte en el horizonte ni el nombre del candidato elegido ni fecha de entrega. Esta irregularidad ensucia el nombre de quien se quiso honrar de inicio.
¿Y qué pasa con la Medalla Belisario Domínguez que creó el Senado de la República para “premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de la patria o de la humanidad”? Igual que la medalla Rosario Castellanos está en pausa. Tradicionalmente se entregaba el 7 de octubre en memoria del sacrificio del héroe comiteco.
Si la Medalla Rosario Castellanos es irregular en la calidad de sus recipiendarios, la Medalla Belisario Domínguez es más abismal. Bastaría señalar que un año la recibió ese famoso cacique sindical que se llamó Fidel Velázquez. Don Fidel no se distinguió jamás por ser hombre de ciencia o por su virtud en grado eminente. Los conocedores de la historia mexicana saben que dicho señor fue un puntal del sistema político mexicano, del invencible PRI de aquellos tiempos. El año pasado, la medalla fue entregada a un oligarca mexicano de apellido famoso, Bailleres, uno de los cuatro hombres más ricos del país.
Vemos pues que las preseas más importantes de este país se conceden a la gente cercana al poder, porque es éste el encargado de designar a los premiados.
La Medalla Belisario Domínguez ya perdió su esencia y ahora pareciera ser una burla para la historia de dignidad del héroe civil.
¿Por qué los reconocimientos más importantes se han devaluado, como si fuesen el peso? Por la necesidad de algunos por obtenerlos. Es tal la obsesión por ser reconocidos que mueven mar y cielo con tal de lograrlo. Los poderosos usan estas medallas para congraciarse con los poderosos. ¿En dónde está la virtud en grado eminente? La virtud es, válgase el juego de palabras, una virtud ya no virtuosa.

Posdata: Hay reconocimientos que sí están en relación directa con la creación y no por amiguismos y compadrazgos. Estos premios sí reconocen el talento y el servicio que esos hombres y mujeres prestan a la humanidad. Valga mencionar los premios cinematográficos, por ejemplo, los del Festival de Cannes, Francia, en el que un jurado elige a las mejores cintas por sus propuestas estéticas. Gente experta en cine conforma el jurado y, después de ver las cintas en competencia, da su veredicto. No podría pensarse que un advenedizo formara parte de un jurado. Cinéfilos expertos califican las películas. ¿Quiénes deciden al ganador de la Medalla Belisario Domínguez? ¿Quiénes eligen al merecedor de la Medalla Rosario Castellanos? ¿Cuáles son los méritos que deberían tener dichas personas?
Y así como hay alturas en los merecedores de los premios, así también, ahora, hay diferencias en los reconocimientos. Hay premios que visten al recipiendario y hay otros en los que, así parece, los nombres de los premiados están muy por encima de reconocimientos que tienen nombres sin sustento y que, de igual manera, sólo sirven para engrosar la vanidad y las fichas biográficas falsas de los encargados de otorgar esas preseas.
Una vez, mi compa Quique me sugirió que la Revista DIEZ entregara El Cotz de Oro a las figuras más preponderantes de Comitán, cada año. No acepté. En plan de broma le dije que él se quedara con el cotz y que a mí me diera el oro.