miércoles, 30 de noviembre de 2016

MUERTA LA LIBRERÍA, ¡VIVA LA LIBRERÍA!





¡Ah, no! ¡A mí no me queden viendo! Yo sólo pregunto. ¿En dónde quedó la librería Óscar Bonifaz? Para quienes no son de Comitán comento que esta librería estaba ubicada, hasta hace poco tiempo, en el interior del Centro Cultural Rosario Castellanos. Algún director -o directora- decidió abrir una librería que honrara el nombre del escritor comiteco y ahí permaneció hasta que destinaron el espacio para abrir otra librería (una más grande y más coqueta): la librería Porrúa.
¡A mí no me queden viendo! Yo sólo digo que el otro día hallé que la librería Óscar Bonifaz ya no existe, cuando menos en el lugar que estaba.
En realidad, la librería que ostentaba el nombre del autor comiteco era un espacio triste. La oferta editorial era casi inexistente. Había una serie de estantes de madera que contenían una serie de libros viejos que no estaba en venta. Era como un acervo para consulta. Las portadas de estos libros estaban húmedas y torcidas, torcidas por la misma humedad.
Los libros que estaban en venta (Dios me perdone) eran libros de desecho. Si alguien dijera que eran libros obtenidos en saldo o que habían sacado de una bodega cancelada, no me costaría mucho trabajo creerle.
En realidad, la librería era más bien el comedor de algunos empleados del Centro Cultural. A las nueve de la mañana era el punto de reunión. Tres o cuatro empleados sacaban su desayuno del toper azul y lo colocaban en el centro del escritorio, como si estuvieran en un picnic. A mí me encantaba verlos desayunar ahí, al amparo de una fotografía del escritor cuyo nombre tenía la librería.
Yo sólo digo que la librería Óscar Bonifaz ya no está. Sólo digo que Comitán reafirma una vez más su proclividad a lo insólito, a lo maravilloso. Se cierra una librería para abrir otra. Habrá que reconocer que la catafixia, en esta ocasión, fue espléndida, porque de una librería-comedor triste se pasó a una librería con un catálogo muy amplio. Todo mundo reconoce ahora que la librería Óscar Bonifaz nada tenía qué hacer frente a la librería Porrúa. Esta librería es muy digna y la otra, ¡Dios mío!, daba pena ajena.
Comitán, entonces, salió ganando con el trueque. Lo único que sí se perdió fue el nombre de la librería. Imagino que cuando al director -o directora- del Centro Cultural se le ocurrió abrir la librería pensó en honrar a Óscar y tal vez, imagino, el día de la inauguración fue un día espléndido. La gente reconoció el gesto y el escritor debió estar muy chento y debió sonreír mucho y, sin duda, sacó las mejores anécdotas de su repertorio e hizo reír a todos los asistentes. Se debió cortar un listón, de color rojo, y existe la probabilidad de que se haya invitado a un brindis de honor acompañado con los antojitos comitecos tan exquisitos. Hubo vino blanco y charolas llenas de panes compuestos minúsculos.
Tal vez algunos amigos de Bonifaz dijeron que ese homenaje era más que merecido y los periodistas le pidieron al escritor que se parara al lado del letrero en madera que decía: “Librería Óscar Bonifaz”, y, al día siguiente, en la prensa apareció la nota que dio cuenta del acto cultural que, antes que el acervo en oferta, privilegió la presencia de las autoridades y de los socialité comitecos.
Fue, ese día de inauguración, un día especial. Al día siguiente todo Comitán olvidó la librería y sólo algunos turistas despistados pisaron su espacio y solicitaron algún libro especial (la librería era tan pobre, tan pishcul, que ni siquiera ofrecía obras de Rosario Castellanos). Así pues, con su cierre no se perdió mucho. Tal vez los empleados, que acostumbraban desayunar ahí el chorizo con huevo y los frijolitos refritos, extrañarán su espacio; tal vez las arañas extrañarán la placidez con que tejían sus redes en las esquinas de los estantes.
No se perdió mucho, salvo el reconocimiento que algún día un grupo de ciudadanos le hizo a Óscar Bonifaz. ¿Ya murió la librería Óscar Bonifaz? Así pues, alguno dirá: “Muerto el rey, ¡viva el rey!” (Muerta una librería muerta, ¡viva una librería viva!). ¿Y la cheyene, ‘apá?