sábado, 26 de noviembre de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA EL CUENTO DEL CUENTO





Querida Mariana: cuando era niño, los compañeros de la escuela, a la hora del recreo, se divertían diciendo una adivinanza: “Tenderete en un petate, levantarete el camisón, meterete un cuenterete, que te hará revolución. ¿Qué es?”. Cuando Romeo lo decía todos reíamos, las niñas se molestaban, porque los niños le hallábamos el doble sentido que está implícito, pero Juan, muy serio, daba la respuesta: “La lavativa”.
No sé si ahora los niños y jóvenes tienen el referente y saben qué es una lavativa. Antes lo usaban como un método de sanación. No era muy simpático porque se introducía líquido en el ano, a través de una manguera delgada; es decir, el cuenterete era la manguera que hacía “revolución” en los intestinos, para sanar el organismo. Desde entonces se sabía que un intestino limpio evitaba dolencias mayores. Nosotros, niños curiosos e ignorantes, le dábamos otra connotación al cuenterete.
Víctor y yo, cuando menos, teníamos una noción diferente, porque los domingos, él y yo nos sentábamos en una grada que había en el corredor de la casa y decíamos que leeríamos “cuenteretes”, lo decíamos con gran inocencia y sólo como juego, porque en ese entonces lo que hoy se conoce como cómics les llamábamos cuentos. Por esto digo que yo crecí leyendo cuentos, primero en las revistas de monitos y luego (ahora y siempre) cuentos literarios, de grandes autores. Y un día decidí (en buena hora) que también escribiría cuenteretes para lectorcetes. Esto puede sonar un poco mamoncete, pero lo digo porque el cuento, como género literario, no está lejos de la función que la lavativa hace. El cuento limpia los meandros de la mente, evita que sus arterias se obstruyan con los triglicéridos y se dé un colapso.
He vivido de cuenteretes y he leído muchos, muchos, en el transcurso de mi vida. He sido feliz, gracias a los cuentos.
En la librería Porrúa, de la Casa de la Cultura, se programó para ayer viernes la presentación del libro: “El cuento. Caracol luminoso del lenguaje. (Manual para la enseñanza-aprendizaje en los talleres de narrativa)”, de Óscar Wong, poeta, narrador y ensayista, Premio Chiapas 2015, en el área de artes. Recibí invitación para ser uno de los presentadores. Escribí un textillo a propósito. Acá te paso copia.
Buenas noches. Agradezco la invitación para estar de este lado de la mesa. Es un honor.
Doña Lili Pulido celebra hasta la fecha un haikú que, una noche de bohemia, Enrique García Cuéllar dijo: “Paso a pasito / subes al Himalaya / caracolito”. Hasta que recibí el libro del maestro Wong, que hoy presentamos, no volví a escuchar la palabra caracol, shuti, diríamos acá en Comitán.
Doña Lily celebró el haikú porque ahí están aliados, de manera genial, los términos humildad y grandeza. En el libro que hoy presentamos “El cuento. Caracol luminoso del lenguaje” están presentes ambos conceptos: está la erudición de un atento ensayista, practicante y estudioso de los entretelones de la creación del cuento, un poco como si dijéramos que nos habla desde el Himalaya de la creación, pero está dado, no desde la atalaya del sabio, sino del que, con humildad, reconoce que no se puede dar certezas sino apenas insinuaciones. ¿Quién puede pararse en una cima y decir: “¡Yo poseo la verdad verdadera acerca de la creación!?”. Nadie. Bueno, no falta, en el mundo, el pedante que sí eslabona discursos mesiánicos. No es el caso. Óscar nos ha legado su obra, como el caracolito: paso a pasito.
Óscar Wong es reconocido, en su oficio creativo, como ensayista, como poeta y como cuentista. Una mañana de hace muchos años, tantos que aún los carteros visitaban mi casa y tocaban el silbato para que yo supiera que me había llegado correspondencia, abrí la puerta y recibí un sobre amarillo con un envío especial que Óscar hizo: el libro “La edad de las mariposas”. Con este libro, el maestro Wong obtuvo el Premio Nacional de Cuento. Platico esto para confirmar que nuestro autor no sólo es un convencido y exitoso practicante del cuento sino, además, un atento estudioso de los abismos radiantes de la creación.
Debo decir que me da gusto que Óscar haya escrito este manual, porque, en tiempos donde las grandes editoriales privilegian la impresión de novelas, es necesario reafirmar la vitalidad del género, un género que, antaño, tuvo toda la atención de creadores y de lectores. ¿Cómo Óscar define al cuento? A través de un caleidoscopio Cortazariano dice que es un “Caracol luminoso del lenguaje” y esta definición es como la síntesis exacta de lo que han dicho los analistas, creadores y críticos del cuento. Este género literario, lo sabemos todos, requiere de un gran talento narrativo para “dar en el clavo”.
Celebro, con cohetes, marimba, juncia y un buen pitutazo de comiteco, la aparición de este libro. Es así porque he sido un ferviente lector de cuentos durante gran parte de mi vida. Confieso que en los últimos tiempos he caído en las redes de la mercadotecnia y me he vuelto un apasionado lector de novelas, pero no dejo mi amor inicial. En estos últimos días, como feliz coincidencia de lo que en esta noche se habla, he leído tres libros de cuentos. El libro que lleva por título el sugerente de: “Mágico, sombrío, impenetrable”, de la escritora norteamericana Joyce Carol Oates, el libro “Madres y perros”, de Fabio Morábito, un excelente escritor, que nació en Egipto, creció en Italia y radica, desde hace muchos años, en nuestro país, y el libro “Diferencias”, de Goran Petrovic, autor serbio. Por cierto, Goran, en un texto dice: “Quizás los cuentos son lo único que, desde la creación del mundo a la fecha, hemos logrado encontrar y redondear”. En este momento alguno de ustedes podrá pensar que ya me desvié del camino que nos convocó esta noche, pero, no, no lo he hecho, estoy caminando por la misma senda donde Wong nos convoca a caminar: por el camino del cuento. Digo que, junto con Wong, talentosos narradores insisten en decirnos que el cuento es importante para el movimiento expansivo del universo. Tal vez nuestra misión en el mundo, de autores y lectores, es continuar encontrando y redondeando cuentos.
Ya dije que me causa placer la aparición de este manual, porque, vuelve a colocar en primer plano, el plano que le corresponde, el interés por el cuento. Pero, además, porque, atrevido como soy, desde hace seis años coordino un taller donde, cada semana, practicantes del cuento llegan a hablar de este género y a compartir sus intentos literarios. Wong pensó, estoy seguro, en ambos conceptos, en decir al mundo que, contra lo que las grandes editoriales dictan, el género del cuento está más vivo que nunca, tanto en creadores que lo siguen practicando, como en lectores que lo siguen disfrutando, y que, con la experiencia personal, era necesario dar un legado a todos aquéllos que coordinan la labor. Mi maestro de cuento, Rafael Ramírez Heredia, el famosísimo Rayo Macoy, que ya vuela en otros cielos, decía que un escritor se hace “con taller, sin taller o a pesar del taller”, pero quienes hemos asistido a talleres literarios o coordinado algunos sabemos que el taller tiene un ingrediente esencial en el proceso de creación: fortalece la disciplina.
El libro que hoy presentamos no es más que fruto del talento y de la disciplina de Óscar Wong. Qué bueno que, por fin, Chiapas le hace justicia. Por ahí le cumplieron un anhelo que buscó con afán y en 2015, por fin, fue merecedor del Premio Chiapas, y ahora, Coneculta, publica sus libros. El Premio Chiapas fue para su corazón, para su ego y para su bolsillo (aunque a cada rato, los premiados se quejan que el gobierno no les cumple con el pago, ni en tiempo ni en forma, y las hojas que deberían destinar para la creación, en caso de los escritores, las emplean para quejarse del trato abusivo que reciben nuestros mejores intelectuales por parte de la clase política); pero lo segundo, es decir, la publicación de sus libros es más para nosotros. Es su legado. Los lectores sabemos que los autores nos heredan horas y horas de trabajo, de disciplina y de talento. Óscar, con este libro, nos da su legado a todos los practicantes, estudiosos y lectores gozosos del cuento.
La pregunta que me hice en cuanto tuve el libro en mis manos fue: ¿Es sólo para responsables de talleres o asistentes a talleres? Porque así pareciera indicarlo el subtítulo de Manual para la enseñanza-aprendizaje en los talleres de narrativa, pero no es así, este libro es como una brújula para espíritus adolescentes que no tienen gran experiencia en el género. Acá hay un mapa por donde caminar. Acá está el gusto del autor y, lo sabemos, siempre es bueno que alguien con experiencia sirva de guía. Este manual es un buen faro para identificar aquellos rasgos importantes en el proceso de creación. Acá están imbricados el Himalaya y el caracolito, metáfora sublime de la espiral como identidad de vida. Acá está la ventana que Wong ha abierto para que el mundo sepa que el cuento sigue, sigue, sigue, sigue, paso a pasito.
Que el aplauso sea para Óscar Wong.

Posdata: Nunca he dejado los cuenteretes. Ahora ya no me siento con Víctor en la grada del corredor de la casa. Víctor murió hace años. La casa que hoy habito no tiene corredores, es una casa pequeña, pero los libros siguen teniendo el mismo encantamiento de entonces, de siempre. Ayer escribí un cuento. ¿Querés que te muestre mi cuenterete?