jueves, 3 de noviembre de 2016
EMBODEGADO
Mi sobrina Pau lo dijo sin malicia, lo dijo como si pidiera una paleta de chimbo o un laurelito: “Tío, a ti, ¿cuándo te van a mandar a la bodega?”.
Rocío la regañó. “¡Ay, niña!, ¿qué cosas dices?”, fue lo que se le ocurrió decir a la tía Elena, antes de jalarla y llevarla a la cocina, donde le ofreció un pedazo de pastel que, una hora antes había sacado del horno.
Yo dije que no tenía importancia, dije que los niños son niños, pero, la espinita ya estaba clavada en mi corazón, una espinita como esas que tienen las mojarras pequeñas, espina casi invisible, pero jodona. Espina que, si no limpiamos bien el pescado puede echar a perder la comida de día de campo. Casi casi estuve a punto de pedir un plátano para ver si así lograba pasar esa espinita tan jodida. “¿Cuándo te van a mandar a la bodega?”. Porque, es cierto, Pau tiene razón, las cosas inservibles se van para ese espacio lleno de telarañas, húmedo y polvoso. Los cacharros y los objetos oxidados van a dar a la bodega. Yo quise echarme porras y pensé que no, que aún no es hora, que aún tengo mucho por hacer, que no soy como una bicicleta con las llantas ponchadas o una máquina de coser ya obsoleta, ¡no!, aún tengo mucho para dar, mucho en qué entusiasmarme. Claro, ya no tengo las ilusiones que tienen los que aún tienen todo por delante, pero en el instante en que estoy creo que estoy en la falda del cerro, de un cerro que (¡prodigioso!) tiene aún reservados unos territorios fantásticos. Este momento ya es de pura subida (aun cuando hay algunos que lo ven como bajada). El ascenso no es sencillo, pero no es para espíritus apocados. Podría decir que todo el trayecto que he vivido no ha sido más que un entrenamiento para esta etapa, para subir este terreno difícil, pero que tiene la ventaja de ser el Everest de cada uno, desde donde, en cualquier rellano, se observa el valle lleno de luz y de aire.
A la bodega se manda lo inservible: latas viejas, llantas ponchadas, cajas húmedas, sillas con tres patas, sofás con la estopa de fuera, radios que ya no sirven y cientos de llaves y tornillos que quién sabe para qué máquina fueron útiles. Pero, debo reconocerlo, a la bodega, de vez en vez, van a dar cosas que no se usan de manera frecuente, pero que aún se utilizan: mangueras, bicicletas de montaña, herramienta para el auto, pedazos de madera que sirven para hacer cercos en jardines, cuerdas, camas y albercas inflables, colchonetas. Es decir, en la bodega conviven objetos inútiles y objetos que se utilizan en ocasiones especiales. El tío Armando tiene en bodega un barril donde conserva comiteco auténtico, durante años y años esta bebida ha sido conservada en la familia, bebida que se usa en ocasiones memorables. Ahí está el comiteco, orgullo de esta tierra, al lado de una mesa que se quedó sin patas.
¿Cuándo me mandan a la bodega? ¡Jamás, Pau, jamás! Soy una persona frágil, pero siempre he pensado que soy un espíritu que no soportaría el encierro de una jaula, de una bodega, de un asilo. ¡No! Si Dios me permite vivir la vejez, la viviré al aire libre. Si el destino me enviara el fatalismo de ser como un clochard de esos que viven en los bajos de los puentes que cruzan el río Sena en París, lo recibiría con gusto, todo, todo, menos la égida falsa de un asilo.
Cuando caminé rumbo a casa, después que pasamos a la mesa y todos comieron un pedazo de pastel y yo tomé un té de limón, pensé que si fuera un objeto de bodega sería (no pensé en otro objeto) un libro y esperaría entusiasmado la presencia de una muchacha bonita que, con un cubre boca, me tomara entre sus manos, me limpiara y, ya en el patio iluminado con el sol y bendecido con el aire, dijera que ese libro era un tesoro y lo llevara a su casa y lo colocara sobre su buró para leerme en las noches. Yo, maravillado, disfrutaría el instante en que ella se quitara su ropa de diario para colocarse una playera holgada que haría las veces de pijama. Vería, entusiasmado, el instante en que dejaría sobre la silla el sostén que durante toda la mañana había aprisionado sus pechos. Sí, de plano, nunca seré un objeto de bodega, seré una hoja seca debajo de un árbol, en medio de un jardín lleno de luz y de ovejas dando cabriolas a mitad del viento.