martes, 29 de noviembre de 2016

CARTA A MARIANA: DONDE SE CUENTA CÓMO A VECES ESTOY A MITAD DE LA CALLE





Querida Mariana: hay personas que siempre están preparadas para el encuentro o para el reencuentro. Hay otros que siempre son tomados por sorpresa, como si caminaran tranquilamente y, de pronto, se abriera un hueco frente a ellos, un abismo.
El otro día, después de muchos años, me topé con Óscar Wong. No fue algo inesperado. Yo estaba en la librería Porrúa, del Centro Cultural Rosario Castellanos, para ser presentador de un libro del maestro Wong; es decir, sabía que él llegaría de uno a otro momento. Platicaba con Luis Armando. Yo le daba la espalda al espacio donde estaban ubicadas las sillas, espacio por donde Óscar llegó. Así que yo no me di cuenta de su llegada. Luis Armando lo vio y dio dos o tres pasos y lo saludó. Me volteé y lo vi. Nos abrazamos. Cuando nos separamos, él, Óscar, quedó con los brazos abiertos y luego, con su mano derecha (pequeña, regordeta, como pececito) hizo una serie de movimientos frente a mí, como si tomara pétalos del aire y los esparciera por toda la sala. Yo me quedé como si estuviera frente a un chamán y dejara que éste acomodara los chacras del universo. Óscar me seguía abrazando, sin el candado de los brazos y yo sentí su afecto. Era una forma simpática de bordar un reencuentro. Las personas que ya estaban sentadas en la sala presenciaron este ritual. Óscar rio, tal vez al ver mi cara de asombro, y dijo: “Te quito las arenillas” y siguió con su movimiento, ahora ya comprensible, donde un hombre deshoja el árbol del aire. Develado el misterio del ritual sonreí y dije que tal parecía que estaba quitándome la polilla y reímos.
Hay personas que están preparadas para los reencuentros, hay otros que nunca sabemos de qué lado da vueltas la rueda de la fortuna.
Yo sabía que Óscar estaría en la casa de la cultura, de Comitán, pero nunca me preparé para el reencuentro, porque mi lógica dictaba que nos encontraríamos, nos daríamos un abrazo y él preguntaría algo acerca de Comitán y yo algo acerca de sus hijos, a quienes conocí cuando eran jóvenes, por ejemplo. Por lo regular así son los reencuentros. Los que se encuentran preguntan algo para completar vacíos. Pero, ¿qué hace alguien cuando el otro, después del abrazo, comienza a hacer movimientos de mago? Más tarde, ya en la presentación de su libro, Wong dijo que sabía que era el primer acto de presentación que se efectuaba en la recién inaugurada librería y que auguraba que él le daría suerte al espacio (en realidad fue el segundo acto de presentación, porque una noche anterior ya había sucedido un acto similar). Estaba preparado, tal vez, para encontrarme con Óscar hombre, Óscar escritor, pero no para encontrarme con Óscar demiurgo. Esa noche, el poeta no sólo hizo hechizos con su palabra, sino (al menos conmigo) con sus manos. “Te quito las arenillas”, dijo y movió sus manos como si la arenilla fuera polvo de siglos, que estropeara un mueble, mi cajón de secretos. Por eso sólo alcancé a decir que me quitaba la polilla, para que, como contra conjuro, dejara intactas las arenillas que vuelan por mi cuarto. Pensé (¡qué bobo soy!) que sin Arenillas mi playa sería como un páramo, un pantalón despintado con cloro.
Nunca estoy preparado para encuentros o reencuentros, así como desencuentros. Cuando camino y me topo, en la banqueta paralela, con un conocido, levanto la mano y le deseo buen día, él hace lo mismo y sigo mi camino. Así pienso que es la vida. A veces, en la banqueta paralela camina un amigo que hace años no veo, entonces cruzo la calle, lo abrazo, le pregunto cómo está, qué ha hecho de su vida, él hace lo mismo y, dos minutos después, nos despedimos, regreso a la banqueta donde caminaba (porque ahí hacía sombra) y sigo mi camino. Así la llevo. Por eso digo que nunca estoy preparado para que alguien modifique el protocolo que dictaba Carreño. Pero, a veces, el cariño se desborda y alguna tía me dice Alejandrito y comienza a acariciar mi rostro, con sus manos temblorosas, como si todavía fuera el niño que ella abrazó hace muchos años. Me quedo parado, sin hacer más, sin decir algo. Así me quedé cuando el hechicero Wong comenzó a quitar arenillas de mi pecho, como si sus manos fueran un plumero y mi cuerpo un radio viejo lleno de polvo.
No todos los días se topa uno con un mago. Esa noche no estaba preparado para toparme con uno. Es decir, sí estaba preparado para toparme con un mago de la palabra, pero no con el hechicero que hace limpias de espíritu con sus manos. Su movimiento fue afectuoso, con el mismo afecto de hace muchos años en que en un encuentro de escritores, organizado por el maestro Luis Alaminos, director de Extensión Universitaria, de la UNACH, Óscar levantó la mano y me llamó: “Molinari, vente con nosotros.” y subí a la combi que nos trasladó al auditorio donde sería la lectura de los participantes en ese encuentro de escritores y fuimos platicando acerca del misterio de la literatura.
Ahora sólo me queda una certeza: los encuentros y reencuentros que siguen el protocolo que dicta la etiqueta social se olvidan pronto. Jamás olvidaré el encuentro con Óscar, el encuentro donde las manos del demiurgo lanzaron buenas vibras al espíritu del arenillero y al espacio de la librería recién inaugurada.

Posdata: Nunca sé qué hacer cuando vos y yo nos reencontramos y me abrazás sin abrazarme; cuando vos me abrazás con todos tus ojos, con todos tus labios, con todos tus deseos.