miércoles, 7 de junio de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE LA TARDE DE TODOS LOS DÍAS




Querida Mariana: Hermila le da una vuelta al dicho mexicano. Hermila dice que “Cada quien habla según le mueve la tarde”. Y esto es así, dice Hermila, porque Juan, por ejemplo, dice, mientras fuma un cigarro sin filtro: “Pues ya lo ve, acá ando, esperando que caiga la tarde”. Para Juan, la tarde cae, como si fuera un fruto maduro o como si fuera cagada de paloma. Por el contrario, Romelia dice, mientras toma una taza de café endulzado con panela: “Ya no tarda en llegar la tarde”. Para Romelia, la tarde llega, como si fuese un enamorado, o como si fuese el camión de las seis de la tarde. Hay diferentes modos de abrir los ojos ante el telón de la tarde.
Por esto, Hermila dice que cada quien habla según le mueve la tarde; es decir, Hermila también tiene su modo y, según ella, la tarde mueve a las personas, como si ella fuese una marimba destartalada o un acorde de guitarra gitana.
Tal vez el modo de advertir la tarde está en relación directa con el carácter de la persona. No es lo mismo saber que la tarde llega a creer que la tarde cae.
Quienes creen que la tarde llega, intuyen que ella es como una mujer de pies descalzos, que, sin pedir permiso, accede a las habitaciones y, orgullosa, se recuesta a mitad del patio. Este comportamiento nos habla de una tarde modosa, casi niña inquieta, que, como si saltara la cuerda, llega con su sonrisa de árbol destrenzado.
Quienes creen que la tarde cae, saben que ella es como el destino: inflexible, rotunda, ajena a los deseos del hombre. Puede caer como roca o como nube niña.
Cuando la tarde se asoma, con ella también llegan los actos más íntimos, los más sencillos. Porque las personas, durante la mañana, se avocan a despeñarse como piedras en alud, bien para ir al trabajo, bien para ir a la escuela o al mercado. En la mañana, casi nadie puede hacer lo que la tarde invoca. Las tardes traen, en su alforja, el sosiego de la abuela que se sienta a cocer o a escuchar las canciones de Pedro Infante; es una mano que riega la posibilidad de malgastar las horas viendo las telenovelas o la posibilidad de redimir el tiempo asistiendo al rosario en el templo o en la penumbra del oratorio que huele a juncia.
La tarde convoca al café, al dominó, al movimiento preciso en que unas manos cierran los postigos de las ventanas que permanecieron abiertas todo el día. La tarde es la pausa en que el niño saca los juguetes del cajón de madera, porque, jura, ya hizo los deberes de la escuela.
La tarde es la muchacha que se peina con peine de carey, que deshace la cuerda del viento, que juega a la ruleta de la insistencia.
Pero todo depende del cristal con que la tarde se mira: ¿cae o llega? ¿Cae como si fuese una maldición? ¿Llega como si fuese la amiga proverbial?
Posdata: Vos, ¿a qué equipo le vas? ¿Sos de las que le van a las chivas o de las que le van al América? ¿A qué gajo te arrimás: al de las que esperan la llegada de la tarde o al de las que esperan que la tarde caiga? Que caiga llena de naranjas vaporosas o que entre como si ensayara un pas de deux.
Yo no sé si llega o cae. Sólo sé que la tarde es la hora en que la tía se coloca el chal y toma, entre sus dedos de tapesco de chayote, el rosario que, desde siempre, ha estado en el oratorio de la casa. La tarde es la niña que corre, sonriente, en los pasillos del parque central, con un globo en sus manos. La tarde es el anafre donde se asa el elote, acompañado de limón y polvojuan; es la palabra que se siembra en mitad del patio vacío de la escuela que estuvo lleno en la mañana. La tarde es una muchacha bonita que se baña a mitad del río y cuyos pechos se abren como se abre la flor más tierna.
Hermila dice que cada quien habla según le mueve la tarde. Tal vez lo dice porque la tarde es, también, como un papalote que baila a mitad del cielo.