sábado, 17 de junio de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE HAY UNA PARED SIN PUERTAS





Querida Mariana: El lenguaje es cruel. Cuando una mamá le dice a su hijo que es un inútil, es peor que si le pegara con el cinturón. Me sorprendo cuando una persona dice que hay “muros ciegos”. Me sorprendo porque jamás he escuchado que alguien hable de “muros videntes”. Acá uso la palabra vidente en su acepción de ver y no de capacidad adivinatoria. Digo esto porque en la historia de la humanidad muchos ciegos han sido excelsos videntes, grandes encantadores.
De igual manera, me sorprende la capacidad del hombre para abrir puertas y ventanas en un muro ciego. Basta que alguien tome un pico para abrir compuertas para que pase el aire y la luz. Pocos hombres han poseído la capacidad de abrir ventanas en las paredes de los ciegos. Jesús fue uno de estos hombres prodigiosos. La Biblia cuenta que Jesús escupió e hizo lodo con la tierra y la saliva y untó esa mezcla en los ojos de un ciego, y cuando el hombre se lavó la cara con agua limpia de un estanque, el ciego ¡miró! Se advierte que el prodigio no está en el agua del estanque, ni en la tierra, sino en la saliva del hijo de Dios.
Aurelio dice que la imaginación logra el prodigio de hacer que los ciegos ¡vean! Claro, niña mía, se refiere a la ceguera intelectual, porque hay millones de personas cuyas mentes son como muros ciegos. En algún momento, quién sabe por qué, sus ventanas se cancelaron y ahora ya no logran ver qué hay del otro lado de la pared.
Hace dos días, Pau, su mamá y yo fuimos a comprar pan en la panadería de Las Torres, allá por la Pilita Seca. Subimos al auto y apenas habíamos avanzado dos cuadras cuando se “soltó” el aguacero. Eso fue lo que mi prima dijo: “¡Ay, ya se soltó el aguacero!”. Pau, quien viajaba en el asiento posterior, se adelantó, colocó sus manos sobre los respaldos delanteros y, por en medio de éstos, asomó su carita y preguntó quién amarraba los aguaceros. Cuando lo dijo pensé en los aguaceros como perros encadenados en las nubes. El perro que ahora se había soltado era un doberman o un pit bull, porque era un “pencazo” de agua. El cristal del auto comenzó a empañarse, mi prima dijo que lo más conveniente era detenerse y esperar que el aguacero amainara. La lluvia era tan intensa que el agua bajaba de manera torrencial por las calles empinadas. En el pueblo hay algunas calles que se convierten en caudalosos ríos, porque en la parte alta de la ciudad confluyen todas las aguas, se entrechocan y hacen pequeños remolinos que, en algunos casos, son tan intensos que mojan el sistema eléctrico de los autos, haciendo que éstos se apaguen y queden como barcos varados a mitad del río.
El genio humano ha levantado muros inmensos para contener el agua. ¡Es maravilloso pararse en la orilla de una presa, como La Angostura, y advertir cómo el agua ha sido domeñado! El galope desbocado del río Grijalva se contuvo y se volvió un espejo de agua, inmenso, poderoso, pero dócil ante el genio del Moisés moderno que, en lugar de abrir el mar, apaciguó las aguas rebeldes.
Pero cuando el agua fluye sin obstáculos es como una niña malcriada que no respeta la negativa de sus padres y se brinca por las ventanas. Así es cuando llueve en Comitán, el agua de las partes altas forma aludes de piedras líquidas que, juguetonas, rebeldes, se meten en los patios de las casas, tiran repellos en paredes de adobe, y, en algunas ocasiones, les dan revolcones a los autos. Por ello, esa tarde, cautos, estacionamos el auto en la calle y vimos el agua desbocándose en la avenida. En esas estábamos, esperando que la lluvia cesara y el agua se calmara un poco, cuando Pau, muy atenta a la corriente de agua, dijo: “El agua es una desobediente”, su mamá preguntó por qué decía eso. Pau respondió: “Porque se mete en sentido contrario”. En efecto, vimos que la flecha del sentido vial señalaba que esa avenida (con preferencia) era hacia arriba y el agua fluía, feliz, en sentido contrario.
¿Qué decir a eso? ¡Nada! Mejor hacerse tacuatz o preguntar (como en el anuncio televisivo): ¿Las saladitas son horneadas?
Lo que Pau dijo, con gran imaginación, propició que comenzáramos un juego. Jugamos a que un agente de vialidad, de esos que usan botas hasta la rodilla, se detenía y bajaba de su motocicleta. La mamá de Pau dijo que el agente sonaba su silbato y obligaba a una gota de agua a detenerse y “orillarse a la orilla”. Con el clásico desplante del poderoso mínimo, subió el pie sobre la banqueta mojada y le pidió sus papeles a la gota. Le comunicó las faltas incurridas: “Por conducir en sentido contrario y por exceder el límite de velocidad”. En ese momento Pau sonrió y dijo que el agente era un bruto, ¿cómo le pedía sus papeles a la gota? ¿No veía que se iban a mojar?
La mamá siguió el juego, dijo que la gota protestó, dijo que ella no hacía otra cosa que seguir el texto del artículo 24 de la Declaratoria de los Derechos del Agua, que dice: “En casos de contingencia ambiental o de confinamiento ilegal, el agua tiene derecho a buscar una salida natural”. ¿No sabía el agente que la ley de gravedad es absoluta? Pau dijo que, sin duda, el agente era un ignorante y tampoco conocía la Declaratoria Universal de los Derechos del Sueño. Su mamá, siguiendo el juego, le dijo que ya no recordaba el artículo 8 de la Declaratoria del Sueño, ¿podría Pau recordárselo? Pau abrió su mano derecha como horqueta y la llevó a su barbilla, en esa posición de pensadora dijo: “El artículo 8 de los Derechos del Sueño dice que cuando un sueño aún tiene cuerda está en todo su derecho de obligar a su dueño a quedarse en la cama cinco minutitos más”.
Así, jugando, como si fuésemos gotas traviesas brincando sobre las tejas o saltando la cuerda a mitad del patio, dejamos que la lluvia se agotara y que la corriente disminuyera. Media hora después, con un canasto y pinzas en la mano, escogíamos el pan francés, las rosquillas, los moldecitos y diez salvadillos (mi prima, traviesísima, dijo que era para meterles el dedo, abrirles un hoyito y meterles el chorro de temperante).
El lenguaje es cruel, como si fuese una piedra, a veces, causa grietas en el espíritu. Pero, de igual manera, el lenguaje es como una balsa que ayuda a salir del mar proceloso y llegar a islas iluminadas. En Comitán hay muchas personas que usan la palabra como zapapico para abrir huecos en los muros ciegos del alma y dejan que pase la luz de la anécdota. ¡Ah, qué sabrosa la convivencia con esas personas que, en la sobremesa o en la reunión nocturna, cuentan, con gracia sin igual, los sucesos cotidianos del pueblo! No hay problema o situación alarmante a la que el comiteco no le encuentre el lado simpático, la arista pícara, el hueco gozoso.
En la anécdota, la palabra es como el agua limpia. Jamás se desborda, jamás inunda los territorios. En este caso, el lenguaje sirve para regar y alimentar la planta de la alegría, del instante jocoso.
Comitán ha sido un pueblo pleno de imaginación. Ésta se desborda y riega todas las parcelas donde crece el humor y la gracia, dones divinos que son propios de pueblos elegidos.
Posdata: La imaginación logra el prodigio de hacer que los ciegos ¡vean! Los escritores, creativos e imaginativos, logran que la palabra abra huecos en los muros ciegos. Cada vez que un niño abre un libro y lee un cuento infantil, su imaginación crece como un globo y éste vuela por mil cielos. Cada vez que una mujer borda una anécdota recupera el brillo de la anécdota contada por doña Lolita Albores, quien fue una mujer que, como cántaro lleno de agua, llevó al límite el artículo 24 de la Declaratoria de los Derechos del Agua: Construyó cauces para que el agua bendita de la palabra alegre fluyera con intensidad. Nunca dejó que la palabra fuera un pájaro con las alas cortadas, nunca permitió que la metieran en jaulas. Por eso, en sus labios, la palabra fue un pájaro libre, sin cortapisas. Si había necesidad de usar la palabra con aroma sacro ¡lo hacía!, pero, de igual manera, si la anécdota precisaba la palabra alburera, picaresca, para darle el preciso tono al chiste colorado, ella no dudaba, la volaba con la misma destreza con que el niño lanza el trompo.
Cuando alguien, a la hora del amigo, teje una anécdota simpática, recupera el genio de Armando Alfonzo, quien, como mago, tuvo el don de contar de manera magistral la más íntima esencia de nuestro pueblo. Él, Armando, que cuentan sus amigos era muy formalito, casi tímido, a la hora de escribir las boberas de nuestro pueblo no tuvo empacho alguno y llamó pan compuesto al pan y cotz al acto alegre de retozar en camas o petates.
Cuando alguien emplea la palabra como arco iris para iluminar los cielos es como si abriera ventanas y puertas en los muros ciegos.