martes, 13 de junio de 2017

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA, DONDE HAY UN MOÑO NEGRO




Caminaba por el barrio de La Pila, en Comitán. Por una calle que todavía es de aquellas calles empedradas del Comitán de los cuarenta. Caminaba cuando vi esta enorme mariposa negra, colgada como murciélago sobre lo alto de la puerta, también negra.
La puerta estaba clausurada, con una doble clausura. Pensé que cuando esa casa no está de luto mantiene, cuando menos, la reja abierta. Ya en la noche es que los propietarios cierran la reja y luego la puerta metálica, de color negro. Caminaba a medio día, pero en esa casa, así lo pensé, había llegado la noche.
Se alcanza a ver dos letreros, también pegados como mariposas: uno permanente y otro pasajero, como hilo de agua de los chorros de La Pila. El permanente dice: Familia García Morales; el de hilo negro daba cuenta del fallecimiento de “Dn Jorgito”, así lo decía. Luego abundaba en datos prácticos, como el lugar en donde velaban su cuerpo y la hora del entierro.
He visto moños en los frentes de las casas, sobre las puertas. En Comitán (entiendo que de igual manera en muchos otros lugares del mundo), cuando una niña cumple quince años, en el dintel de la puerta colocan un moño de color rosa; si hay boda colocan un moño blanco. Todo es un ritual fabuloso que sirve como conjuro para evitar la aparición de mariposas negras.
Murió don Jorgito. Yo no supe algo más de su vida, excepto algo que circuló en un pequeño opúsculo: Don Jorgito fue el penúltimo sobreviviente conocido de los ex alumnos del sabio Mariano N. Ruiz. Ahora el único sobreviviente es el profesor Javier Flores Torres, quien fue mi maestro en el cuarto grado de primaria, en la escuela Fray Matías de Córdova, y mi maestro de Historia de México, en la preparatoria.
Nunca platiqué con don Jorgito. Me hubiese gustado hacerlo. Un rato, cuando menos. Sólo para pedirle que me contara cuál era su sensación al abrir la doble puerta y hallar que su calle seguía siendo la misma de cuando niño: ¡calle empedrada! Su calle, la misma de cuando iba a la escuela de don Mariano, ¡nada menos que don Mariano!
Una vez estudié en la unidad Iztapalapa, de la Universidad Autónoma Metropolitana, y tuve como maestro al doctor Carlos Graef Fernández. Él era experto en teorías de la gravitación. El doctor Graef conoció a Einstein. El famoso científico dijo que Graef era un rebelde, pero no un rebelde sin causa, ¡no!, un rebelde con causa científica. Einstein le deseo mucho éxito al científico mexicano. Esto habla del reconocimiento que el científico universal le brindó a nuestro científico.
Don Jorgito y yo tuvimos la increíble oportunidad de recibir cátedra de dos eminencias. Algunas personas insisten en decir que Mariano N. Ruiz intercambiaba correspondencia con don Albert Einstein. Muchas otras personas dicen que todo es un mito, porque no hay la comprobación física de tal acto, como sí lo hay en el caso del doctor Graef. Pero eso sí, nadie pone en duda el espíritu de investigación que rodeó a don Mariano, espíritu que es el requisito indispensable para que la ciencia, como ratón en madriguera, saque la cabeza.
Murió don Jorgito. Cuando pasé por su casa y miré la nefasta mariposa negra sobre su puerta, pensé que su cuerpo lo sacaron de ahí adentro de un cajón. La carroza se desplazó como una carreta cansada sobre la calle empedrada. Ya nunca más don Jorgito abriría su doble puerta para caminar media cuadra y observar los árboles del parque de La Pila; ya nunca más sus oídos escucharán el canto líquido de los chorros que, éstos sí, están desde antes que don Jorgito naciera y seguirán mientras la esperanza de vida siga floreciendo, mientras haya más mariposas blancas que negras.