jueves, 15 de junio de 2017

QUEMA DE LIBROS




Vi y escuché a Julio Patán en la televisión. Patán (quien no es lo que su apellido dice) comentaba el libro “Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury. Libro que, como todo mundo sabe, cuenta la historia de un bombero cuyo trabajo es quemar libros. En la charla televisiva, Patán dijo que “Fahrenheit 451 es una novela distópica”. ¿Qué? A ver, más despacio: ¿Distópica? ¿Qué significa esta palabreja? Me paré y consulté en un diccionario. ¿Qué es distopía? “Antiutopía, sociedad ficticia indeseable en sí misma”. ¡Ah, ya!
Cualquier persona sabe que la quema de libros es un absurdo. Los libros de historia consignan quema de códices durante la evangelización. Asimismo, Carlos recordó el otro día que en El Quijote, nada más y nada menos que en El Quijote, aparece una fantástica quema de libros. Cervantes (quien era cuchillito de palo) quema, a través de los juicios del cura y del barbero, libros de autores que a él no le gustaban, por lo que sus obras las mandó a la hoguera. Canijillo el Cervantes, por decir lo menos.
Ya muchos intelectuales han criticado el hecho actual de que, en las universidades, al término de los estudios, los graduandos celebran un acto casi irracional que, tradicionalmente, se llama Quema del libro. A mitad de la plaza colocan un libro gigantesco hechizo y le prenden fuego. Los alumnos, en ritual bestial, danzan alrededor del libro condenado a la hoguera. No se justifica tal acto. Resulta un mal ejemplo en un país donde sus jóvenes casi no leen.
Aunque, si uno lo piensa bien, tal acto brutal no es más que el reflejo de la sociedad actual, donde las personas, a sabiendas de que algo les hace daño ¡lo siguen haciendo! Todo mundo está de acuerdo en que el consumo de coca cola afecta al organismo. ¡No importa! Millones consumen dicho refresco todos los días. Todo mundo sabe que el acto de fumar es dañino para la salud. ¡Les vale! Millones de fumadores consumen toneladas de cigarros cada minuto. Todo mundo reconoce los beneficios de la lectura. ¿Qué sucede? Millones de personas ignoran la lectura olímpicamente. Cada potencial lector, ¡qué pena!, se comporta como el personaje de la novela de Ray Bradbury: de manera inconsciente “quema” libros al ignorarlos, al no concederse la oportunidad de expandir sus horizontes de imaginación, de creatividad, de análisis, de reflexión, de goce. Estos actos individuales afectan a la sociedad. Porque, es cierto, cada persona puede hacer lo que se le venga en gana y si su gana es no leer está en su derecho de no acercarse a la lectura; pero su decisión afecta al desarrollo de la sociedad. Cuando una mayoría es analfabeta, la minoría pensante y reflexiva poco puede hacer para mejorar el entorno. Esto queda demostrado cada vez que las mayorías acuden a votar.
Es lamentable reconocer que el ideal de que la mayoría de mexicanos lea es una utopía, algo inalcanzable. Es más factible alcanzar las antiutopías (la distopía). Nietzsche decía que el hombre está más inclinado al mal. Todas las mañanas hay alguna noticia que pareciera comprobar tal teoría.
En un país con altos índices de deserción escolar, es mínimo el porcentaje de alumnos que alcanzan llegar a la universidad. Es lamentable, por lo tanto, que sus escasos profesionales no sean lectores convencidos sino lectores vencidos. Al llegar al término de la carrera no ven la hora de botar los libros para jamás volverlos a tomar, un poco como si ellos fueran los enemigos a vencer. Por esto, al final de la carrera, se reúnen en la plaza y realizan, en medio de gritos frenéticos y algarabía desbordada, la quema del libro.
Patán deslizó la idea de que vivimos ya en una sociedad distópica. No quisiéramos vivir en ella, pero todos los días vemos a la mayoría caminando hacia el abismo. Mientras esas muchedumbres caminan hacia la grieta, lo hacen en medio de cantos (tipo Arjona), con vasos de refresco en la mano (coca cola), sin reflexionar en el hecho del movimiento. La cosa (ya nos lo dijeron los políticos perversos) es que México se mueva, no importa que la ruta no tenga un destino claro. A moverse, a quemar libros, a consumir desechos, a ser bomberos que, en lugar de apagar incendios, los provoquen. ¡Qué pena!