viernes, 23 de junio de 2017

DEFINICIÓN DE TÍTERE




Eugenio protesta con vehemencia, dice que el lenguaje no debería ser tan permisivo. ¿Por qué -dice- se aplica el término títere a una persona dependiente, que se deja manejar por otra? Es injusto, porque el término títere debería emplearse de manera exclusiva para esos maravillosos muñecos del teatro.
Los títeres auténticos son seres casi autónomos, seres cuya esencia radica en la magia del titiritero. Por eso, cuando el término títere se aplica a una persona cuya voluntad está cancelada pierde su capacidad de asombro. Los títeres verdaderos poseen el encanto de asombrar a los espectadores y, con sus formas inertes, ¡provocan vida!
El títere verdadero es como un libro: existe en el momento que su dueño lo toma entre las manos. Mientras el títere permanece colgado de un clavo o adentro de un baúl es un simple muñeco, pero cuando el titiritero lo coloca en el escenario el títere es como una flor que se abre y danza y recibe el agua de la luz y ésta la reparte en mil confetis, en mil arcoíris; es decir, el títere auténtico necesita de la mano sutil y prodigiosa de su manejador. ¿Qué sucede con el tipo apocado que se deja manejar por otro y que llaman títere? En las manos del otro se oscurece, es como una hoja seca; es decir, el cobarde no toma vida, al contrario, es como un cable pelado que provoca cortos circuitos. Por esto, Eugenio protesta cada vez que alguien dice que fulano es un títere, para significar que es un timorato. Esta clase de individuos son como muñecos muertos, sin cabeza, con las ropas roídas; son muñecos incapaces de generar sonrisas o de provocar entusiasmo en los espectadores. Estos individuos son zombis o momias de Guanajuato. Su piel es una costra de pescado seco, un mero abismo.
Yo coincido con Eugenio. No se vale que empleemos la palabra títere con tanta libertad. Dicho término debería destinarse exclusivamente a esos muñecos prodigiosos que hicieron tan feliz mi infancia. Recuerdo que en la feria de Agosto, en mi pueblo, llegaba una compañía de títeres que colocaba su carpa al lado del edificio que, actualmente, alberga la casa de la cultura. Cuando veía que la carpa ya estaba instalada, llegaba a casa, aventaba la mochila sobre el sillón de la sala y corría a la cocina para avisarle a mi mamá que los títeres habían llegado. Ese aviso equivalía a decir que una cuerda de alegría y de felicidad estaba disponible para abrazarnos con emoción. Mi mamá, a la hora de la comida, como si deslizara un papel por debajo de la puerta, comentaba que los títeres habían llegado y mi papá, siempre con las mangas de camisa arremangadas, tomaba un trago de limonada y declaraba que esa misma tarde iríamos. No importaba que fuera lunes o sábado o domingo. La fiesta había llegado a Comitán y con los títeres había llegado el instante más sublime. A las siete de la noche, con mi abrigo de lana, color gris con azul, de la mano de mis papás, entraba a la carpa, caminaba por en medio de las sillas plegadizas, y me sentaba al lado de ellos, en la primera fila, porque sabía que la cercanía era esencial para disfrutar ese soberano espectáculo. Cuando el telón rojo, con ribetes dorados, se abría, como una ventana mágica, yo era feliz. Ahí, apenas suspendidos por hilos delgadísimos, un títere se inclinaba y, como si fuese el más grande actor de Hollywood, saludaba a la concurrencia y decía que presenciaríamos el espectáculo más grande del mundo: el circo. Yo, alelado, respiraba despacio, en intento de no alterar lo que en el escenario ocurría, porque en el escenario aparecían payasos; luego perritos amaestrados; trapecistas que hacían el triple salto mortal, y, al final, salía el domador con dos leones africanos. ¡Ah, qué milagro! Los títeres cobraban vida gracias a las manos prodigiosas que los manipulaban. Sin esas manos ellos eran nada. ¿Cómo, entonces, llamar títeres a seres sin voluntad que se dejan manipular por perversos? El mundo actual está instalado en la miseria intelectual, precisamente porque los términos se confunden. Devolvamos un poco de dignidad al lenguaje y nombremos títeres sólo a esos fantásticos muñecos que nos injertan savia, savia exquisita, dúctil, genuina.