lunes, 26 de junio de 2017
POR LA ORILLA
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como una silla acojinada y mujeres que son como una plaza en tarde de lluvia.
La mujer plaza en tarde de lluvia es, por naturaleza, húmeda. Su piel es como un río tierno. Ella, por supuesto, disfruta que el agua alimente todos sus campos. Le encanta montar bicicleta cuando llueve. Apenas se cubre la cabeza con un impermeable rojo. Si su bicicleta se daña, porque la cadena se suelta, ella la carga, porque sabe que es buena lección en la vida cargar aquello que, por lo regular nos carga: caballo o cenzontle; es decir, de vez en vez viene bien abrir la jaula de la paloma y llevarla sobre la mano.
La mujer plaza en tarde de lluvia, cuando está en su departamento se para en el balcón y mira hacia abajo, mientras el agua se desprende de la matriz de las nubes. Mira todo lo que ahí sucede y lo que sucede en los edificios de enfrente. Es maravilloso ver cómo en la plaza las personas se mueven como un ejército de hormigas, cómo llevan sus perros peludos con una cadena, cómo corren para alcanzar el autobús, cómo se sientan en una banca protegidas con paraguas de color rojo. Mientras, en los departamentos vecinos, la gente se muestra más sosegada, está recostada en un sofá mirando la televisión, prepara la cena en la cocina, está en el baño recortándose el bigote, suelta un poco de croquetas en el plato de la mascota, que puede ser un perro o un gato. Ella cuando ve esta última escena piensa en la India y sabe que si estuviera allá miraría un elefante a mitad de la plaza.
Le gusta salir en noches lluviosas, le gusta saludar a la gente que se encuentra en la panadería o en la entrada de un hotel. Cuando mira a una persona con maleta, con cara de extranjera, intenta saludar en inglés (dice good night) o en francés (pronuncia bonsoir). La mayoría de veces no recibe respuesta, piensa que el extranjero es alemán o chino y como ella no sabe palabra alguna en alemán o chino se queda callada. Una vez se atrevió a saludar en español (dijo buenas noches) y la persona sonrió y le respondió buenas noches. La persona (era un hombre con camisa a cuadros, con una mirada de río seco) se acercó a ella, entonces, y le preguntó en dónde podía pasar la noche. Ella estaba a punto de decir que ese edificio era precisamente un hotel, pero supo que esa era una respuesta sin color. Ella le preguntó a qué se dedicaba y el hombre dijo que era escritor, que escribía novelas, que inventaba historias. Y ella, entonces, le pidió que él lo acompañara a la panadería y que luego fueran a su departamento, le dijo que ahí podía pasar la noche. Él (hombre de camisa a cuadros) tomó su maleta y la acompañó a la panadería, tomó una pinza y la ayudó a elegir los panes. Trató de sacar un billete de su bolsa, pero ella lo detuvo, dijo que no, que ella pagaría, y aclaró que tampoco recibiría un billete por el alojamiento, le dijo que bastaba con que él le contara una historia. La mujer pagó y le pidió al hombre que la siguiera. Entraron a su departamento, ella dejó el pan sobre la mesa del comedor, sirvió un poco de café en una taza y se la ofreció a él. La maleta estaba al lado del sofá. Ella le dijo que podía dormir ahí o, si lo prefería, podía dormir con ella, en la habitación. El hombre abrió la maleta, sacó un dibujo y se lo enseñó a ella: el dibujo mostraba una pareja que estaba sentada en un sofá, cerca de un ventanal donde se miraba una plaza, llovía, los árboles tenían las frondas como cabelleras de mujeres despeinadas por el aguacero constante. A mitad de la plaza había un elefante. Ella se llevó la mano a la boca, como si quisiera evitar que las palabras volaran a mitad de la noche. ¿Cómo era posible que el dibujo mostrara lo que ella imaginaba ver si estuviera en un edificio de la India?
El hombre dijo que sí. Ella dudó. El hombre aclaró que dormiría ahí en el sofá. Ella, entonces, se sentó en la alfombra y escuchó la historia que el hombre contó y que era la historia del hombre y de la mujer que estaban en un departamento frente a una plaza donde estaba un elefante, al lado de una muchacha con una pañoleta roja.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como zapatos con hoyo en la suela, y mujeres que son como una bolsa donde caben todos los sueños.