martes, 6 de junio de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE PARECE “QUE VA A LLOVER”




Querida Mariana: Antes de la época de lluvias aparecen los hombres en los tejados de Comitán. Son gatos livianos. Las señoras preguntan: “¿Nunca se caen?”. Los hombres responden con un simple no. ¿Qué hacen esos hombres en las alturas de las casas? Están trastejando, dice el abuelo Elías. Él sabe, ha vivido más de ochenta años de lluvias en el pueblo. Su casa tiene la techumbre hecha con tejas.
Luis Armando Suárez, gato intelectual, se puso a trastejar antes de la aparición de las lluvias. Igual que el gato culto de Taibo, Luis anda trepado en las alturas, porque desde ahí vislumbra el horizonte, que a veces pierde la raya, que a veces se torna indefinible.
Los hombres suben a trastejar. Ellos, los gatos equilibristas, no saben de cuotas de género. Es raro, rarísimo, ver a una gata trepada en los techos de Comitán haciendo la labor de cambiar las tejas quebradas. ¡No! Las gatitas esperan que los hombres bajen, los esperan con tortillas en el comal, con frijoles en el fogón. Ahí está el agua de limón con hielos, servidos en vasos de cristal. Las gatitas, cuando menos en Comitán, no tienen la perversa costumbre de subir a los techos. Ellas ven la luna desde la ventana de la habitación, donde siempre hay una flor de tenocté en el florero de la mesa.
Luis Armando, antes de la temporada de lluvias, dio a Comitán su revista ENTRETEJAS, Revista Cultural de Chiapas (segunda época). En la revista de Luis Armando (cuando menos en este primer número) tampoco hay cuotas de género. En el techo de esta casa sólo hay nombres de hombres, sólo tejas de gatos machos, sólo textos de los siguientes autores: Samuel Gordon, Sergio Nicolás Gutiérrez, Óscar Wong, Rafael de J. Araujo, Roberto López Moreno, Carlos Gutiérrez Alfonzo, Octavio Gordillo y Ortiz y Pablo Rodríguez Gordillo.
Todos los textos publicados tienen su encanto, pero el que más llamó mi atención es el texto de Samuel Gordon (alumno de Rosario Castellanos, en la Universidad de Jerusalén). Llamó mi atención porque da una revisión general de los cursos que nuestra paisana impartió en Israel y luego (inevitable) da la versión que el chofer de la embajada le contó acerca de la muerte de la escritora, hecho que, como sabés, ha levantado mucho polvo. No sé por qué hay versiones tan distintas. Esta proliferación de interpretaciones ha movido el morbo natural. Óscar Bonifaz, en su libro “Una lámpara llamada Rosario”, dice: “Salía descalza de su baño en su casa de Tel Aviv y cuando se disponía a conectar una lámpara sobre la pequeña mesa que acababa de adquirir fue fulminada por una potente descarga eléctrica…”. Wikipedia dice: “Falleció en Tel Aviv el 7 de agosto de 1974, a consecuencia de una descarga eléctrica provocada por una lámpara cuando acudía a contestar el teléfono al salir de bañarse…”. Se sabe que Wikipedia no tiene bases científicas sólidas, pero es una página muy recurrida, por lo tanto, esta imprecisión daña el conocimiento de la historia más o menos exacta de Rosario. Y digo imprecisión porque lo que cuenta Samuel Gordon contradice lo que Óscar Bonifaz, Wikipedia y muchos más narran. Muchas biografías dan como hecho que Rosario se bañaba y que recién había comprado la lámpara.
Gordon cuenta que el día de la muerte de Rosario habló con ella al mediodía, y dos horas y media más tarde recibió una llamada de Israel (el chofer) comentándole el lamentable accidente. Gordon se trasladó a la residencia de la escritora, luego fue al hospital donde no lo dejaron entrar y le notificaron que la embajadora de México en aquel país había fallecido ya. Gordon le pide a Israel que le cuente su versión de los hechos y es lo que Samuel cuenta en este texto que aparece en la revista de Luis Armando. La lógica dicta que la versión más cercana a la realidad es la que cuenta Gordon. Todo lo demás es como un teléfono descompuesto, descompuestísimo. En la versión de Israel, a través del relato de Samuel, Rosario no sale del baño. Esta versión parece ser un agregado para justificar el hecho de que estaba mojada y, por ello, la descarga fue brutal. Se sabe que la combinación de energía eléctrica y el agua es letal. Este número de ENTRETEJAS reproduce el texto de Gordon que fue publicado con el título “Rosario Castellanos: catedrática de la Universidad Hebrea de Jerusalén”, en la revista SIEMPRE, con fecha del 22 de junio de 2013, y que su autor leyó en junio de 2015, en un acto celebratorio por el nonagésimo aniversario de la escritora, que Luis Armando, director de la casa de cultura de Comitán, junto con directivos de otras instituciones, como el Fondo de Cultura Económica, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, entre otras, organizó en la Ciudad de México.
Lo que Gordon cuenta dice: “El 7 de agosto de 1974, día del infausto accidente, cuando aún no recibíamos las calificaciones del que habría de resultar el último curso impartido en la Universidad de Jerusalén, tuve el raro y triste privilegio de hablar, telefónicamente, con ella por última vez. Generosa, como siempre, había promovido mi presencia en El Colegio de México, entonces bajo la dirección de Víctor Urquidi, para impartir un seminario de lo que en esos tiempos era mi especialidad -en tanto consolidaba mis estudios latinoamericanos y mexicanos-, la historia política del Medio Oriente. La comunicación, efectuada al filo del mediodía, fue breve, unos diez minutos. Me dijo que no podía verme porque debía trasladarse a la ciudad vieja de Jerusalén, en la zona amurallada, para recoger unas mesas de bronce repujado encargadas desde Siria las cuales, después de largos meses de espera, acababan de arribar. Me informó que mi traslado a México sería para el próximo semestre lectivo. Después de los saludos de rigor nos despedimos.
“Dos horas y media más tarde recibí la llamada de su chofer, de nombre Israel, de origen búlgaro, quien hablaba ladino, y la llamaba siempre “señora embaxatriz”. Lloraba desconsoladamente. Me dijo que la señora embaxatriz había sufrido un accidente y rogó me trasladara de inmediato a Herzlía Pitúaj, sede de la residencia de la embajadora de México. En menos de una hora estuve allí y le pedí me transportara al hospital adonde la habían conducido. Inútil. No nos dejaron ingresar porque ya la habían declarado muerta y debido a su estatuto diplomático, el acceso fue totalmente restringido. Regresamos a la residencia. De manera pormenorizada, Israel reconstruyó aquellos últimos minutos antes del accidente. Era un día calurosísimo en que soplaba el “jamzín”, vocablo en árabe que significa “cincuenta”, utilizado para hacer referencia a la cantidad de días en que más duramente golpea un viento abrasador desde el desierto. El Mercedes de la embajada no tenía aire acondicionado. Rosario descendió de prisa, descalza por el inmenso calor, empapada de sudor, con urgencia de colocar sus mesas metálicas repujadas. Había un hueco esquinado entre dos sofás, el cable de una lámpara lo cruzaba en diagonal, desde el enchufe hasta la mesa de centro de la sala donde estaba colocada, ese espacio era el destinado para ubicar la mesa de mayor diámetro. La lámpara metálica estorbaba, estaba mal aislada, es un país con corriente de doscientos veinte voltios, al moverla Rosario quedó pegada, agónicamente. El chofer estacionaba el carro en la cochera, en reversa. Tardó varios minutos en ingresar a la residencia con las mesas para recibir instrucciones. Al entrar se encontró con la terrible escena a duras penas, con el pie, logró desconectar el cable. Inevitable, ridículo, increíble. Por ello, siempre, tantas absurdas conjeturas…”
¿Cómo lo mirás? Ah, qué pena. Rosario se murió porque olvidó que era embajadora. ¿Cómo ella se atrevió a desenchufar la lámpara? Ella debió esperar que llegara Israel para ordenarle qué hacer con la lámpara, qué hacer con las mesas; olvidó que ella debía ordenar. Debió dejar que el empleado hiciera el trabajo pesado. Ah, Rosario se olvidó que era una diplomática. Olvidó lo que su papá le había enseñado: el trabajo pesado lo hacían los indios en la hacienda. Olvidó su posición de privilegio.
Posdata: Luis Armando oxigena el ambiente intelectual en la región. Ojalá que esta nueva época de ENTRETEJAS tenga larga vida, que los cables de su lámpara estén bien aislados.