miércoles, 28 de junio de 2017

TIEMPOS ENCADENADOS




“Mirá, tío, la mamá con su hijita”. Se refería a la banca y a la silla. Vi lo que me señalaba. Ella lo había dicho con alegría, pero cuando volví a verla, Pau ya tenía una carita de sapo en lago seco. “¿Por qué la tienen encadenada?”. Pensé en la tía Rome, si ella hubiese estado ahí habría dicho lo mismo que decían muchas tías enojonas y desalmadas: “Ah, porque a las niñas que se portan mal las encadenan”. Pero, acá, ¿por qué iban a encadenar a la silla si no era por cuestiones de seguridad? Es decir, la silla (asumo) debe servirle a alguien por las mañanas. ¿Puede ser la silla que emplea un bolero, un peluquero de a paisajito, un fotógrafo de los de antes, alguien que renta la silla para personas que no pueden sentarse sobre bancas metálicas, una señora que vende chicharrines, un discapacitado que pide limosna en el parque? La silla se queda ahí y el propietario la encadena para garantizar que al día siguiente la hallará. ¿Puede alguien imaginar que esta silla se quedara así sin protección? ¡Ay, prenda, diez minutos después desaparecería!
El otro día, Juan me dijo que en las fachadas de las casas comitecas puede hacerse una lectura exacta de la evolución de la inseguridad. Mirá, me dijo, aquella casa. Y yo vi la que señalaba. La puerta está cerrada, antes permanecía abierta, la gente que caminaba por la banqueta se asomaba al zaguán y preguntaba por el dueño o, si era canastera, se metía hasta adentro y preguntaba si querían mercar chayotíos o manías. Sí, dije, tenés razón. Mirá, dijo, en el lugar que había un balcón que se abría de manera generosa, ahora hay un ventanal con su protección. Claro, dije yo, para que no se metan los delincuentes. Pero, dijo Juan, aparte de que el portón tiene cuatro cerraduras y esto ejemplifica el temor del propietario, en el copete de las fachadas está el signo de estos tiempos. Los remates de las casas comitecas que antes mostraban bellísimos terminados en yeso, ahora están coronados, ¡Dios mío!, por gusanos metálicos, llenos de púas, como si fuesen casas de campos de concentración o penales. Antes, dijo Juan, a lo más que llegaban nuestros abuelos comitecos era a pedir a los albañiles que, en la parte superior de la barda, colocaran pedazos de cristal, para que si algún abusivo trataba de saltar hacia el interior se lastimaran las manos. Era un sistema de protección, dijo Juan, más o menos estético, como si el espíritu de aquel famoso arquitecto barcelonés, Gaudí, anduviera dando vueltas por los sitios de las casas comitecas. Estas chorizos metálicos puntiagudos son lo más anti estético del mundo.
Pau insistió en la pregunta. Su mamá le dijo lo que parecía ser la verdad. La silla la usaba alguien por las mañanas y para no cargarla la dejaba ahí encadenada para que nadie se la llevara. Entonces, preguntó Pau, ¿no es hijita de la señora de negro? Yo sonreí asombrado por la imaginación de mi sobrina. ¿Señora de negro? ¡Ah, qué maravilla! Y miré la periferia del parque de La Pila y descubrí que había muchas señoras de negro, ellas estaban de pie. ¡No, no! No estaban paradas, al contrario, permanecían en cuatro patas, pero era tan dignas sus posiciones que parecían estar de pie, como sublimes hijas de María. En realidad, la cercanía de la modesta silla de madera parecía revestirse de la dignidad de la señora de negro y se miraba como más altiva, como de más alcurnia, como si la silla fuera de por el barrio de El Cedro y al subir a La Pila hubiese ascendido en la escala social.
A Pau le quedó claro que la cadena no era signo de sometimiento o de esclavismo, era, simplemente una medida de seguridad, como si la mamá (la dama de negro) la agarrara de la mano, para que no fuera a cruzar la calle de manera atolondrada o algún malandrín quisiera raptarla, porque (todo mundo lo sabe) los signos de estos tiempos también contienen estadísticas brutales de niñas sillas que desaparecen, porque ahora, más que nunca, el negocio de la trata de blancas es bestial. Por eso, tal vez, estas damas siempre visten de negro, para evitar ser llevadas al mercado de trata de blancas.